A Horacio y Miguel siempre le sucedían cosas. Siempre estaba en situaciones descomunales, superando a lo que a cualquier otro mortal le podía suceder. A Horacio y Miguel lo que no le sucedía, lo inventaba. Las cosas vividas por él, nadie las podía empardar. Horacio y Miguel tenía un centenar de tíos y sobrino, por lo tanto, incalculables historietas por contar. Algunas picarescas, otras sin finales. Muchas historias de suspenso que las escuchaba sentado al borde de la silla. Otras, varias, sin final cierto, las que Horacio y Miguel las dejaba librada a la imaginación del oyente con su clásico latiguillo, aquel que decía…, “mmm…, pasaron cosas…”.
Este es mi tío, Horacio y Miguel.
Horacio y Miguel, no era dos personas. Cuando digo Horacio y Miguel, no me estoy refiriendo a dos hermanos, a dos primos, tampoco hermanos siameses, ni siquiera eran el padre y al hijo. Para nada. Esos son sus nombres. Poco común, sí, desde ya, pero fue anotado y bautizado con esos nombres.
Horacio y Migue, era una sola persona. La misma persona que adopté como un tío.
¿Por qué? Bueno, en los tiempos de antes, en los registros civiles, te anotaban como el escribiente escuchaba, no como verdaderamente los padres querían.
Si le decías Carlos, capaz solo escuchaba Carlo, y así quedabas, sin la s.
Un amigo mío fue anotado con el nombre de Éctor, sin la H, ya que la pobre muda es eso, una letra que no se hace escuchar, quedando Éctor Romero. Y para que explicar que el padre de Pepedro Totorres era tartamudo, pero esto al empleado municipal no lo advirtió, y así lo anoto al pobre pibe.
Por lo tanto, algo parecido sucedió cuando el padre de Horacio y Miguel, don Miguel, también conocido como “el finado papá”, lo registró. El finado papá fue a la oficina del Registro Civil de la municipalidad a anotarlo, y a la respuesta de “como se llama el pibe que anota”, don Miguel le contesto, “Horacio”.
--“¿Horacio a secas?”, insistió el jefe del registro civil. Póngale otro nombre, hombre, como se usa ahora, le sugirió, convenciendo a don Miguel.
*“Bueno, le voy a hacer caso, entonces anótelo con dos nombres, Horacio y Miguel”, haciendo referencia de llamar a su hijo Horacio Miguel, pero reitero, el escribiente anotaba como escuchaba, y él escucho “Horacio y Miguel”. Por lo tanto desde ese momento, Horacio Miguel, se llama Horacio y Miguel, siendo una sola persona, pero pareciendo que se cita a dos.
Muchas situaciones debió tolerar a causa de ese particular nombre.
Reiteradas cargadas preguntándole, “Horacio, y Miguel, ¿vino con vos?”. O cuando algún nuevo maestro de grado contaba sus alumnos y no coincidían con el listado que le habían pasado, sobrando un nombre.
Otras cuando sus padres confirmaban la presencia de su hijo mayor a algún cumpleaños diciendo, “contalo a Horacio y Miguel”, y los organizadores siempre esperaban a dos pibes.
Horacio y Miguel con el tiempo se transformó en mi tío, lo que suena bastante raro leerlo así, como si el tiempo pudiese mutar en pariente de sangre a alguna persona. Pero lo cierto que terminó siendo mi tío, ya que cierta vez, siendo yo muy pequeño, viéndo mi abuelo llegar a Horacio y Miguel a nuestra casa, allá en Almería, España, con un poco de enfado, hasta casi desprecio, resoplo, “ahí viene ese ´tío´ otra vez, a recoger a la Manola. Sabe muy bien que todavía no es la hora”.
La Manola era una señorita que planchaba en mi casa, y a la que Horacio y Miguel la andaba vuelteando, buscándola a la salida de sus tareas.
Decir “tío” en España, no es asociar a nadie como pariente, sino, tan común como acá decir, joven, muchacho, pibe, etc. Pero yo interpreté que Horacio y Miguel era mi tío, un familiar directo. Por lo tanto para mí pasó a ser mi tío Horacio y Miguel.
Muchas veces, solo Horacio.
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