No jugas, no alientas, no dirigís, entonces, ¿a qué vas a la cancha?
Los motivos, son diversos. No todos van para desarrollar un rol específicamente deportivo, como debería serlo al ir a un espacio donde se practica deporte. Espacio que a la vez, lo ofrece como un espectáculo. Cada uno toma ese espacio, y el tiempo que puede durar un partido de fútbol, o dos, si también vas a la hora del partido de Reserva, de distintas maneras, y para efectuar distintas actividades.
A pelearse con sus pares, irán algunos, para criticar a los refuerzos de su propio equipo, cansado de poner plata en el club, pagando la entrada, comprando rifas, para que esos que vienen a cobrar fortunas, pudiendo utilizar los juveniles, sin que te demuestren lo que realmente pueden llegar a valer.
Van a putear al cuatro visitante, Lescano, y García, su compañero y arquero. A Lescano, que no es el mismo Lescano, el cadete del banco en donde trabaja, pero como lleva el mismo apellido se desquita utilizando su apellido para putearlo porque no le busca el almuerzo en el comedor que está al frente. Y García, que tampoco es el García chapista que no le entrega el auto en tiempo y forma, con las mil escusas que el rubro te pueda hacer imaginar, pero bien le viene la oportunidad para insultarlo desde atrás del alambrado, ya que personalmente no se le anima al corpulento chapista.
Muchos solo van a la cancha a comer, como el gordo Kemerer. Temprano y puntual a ver el partido de Reserva, es la excusa para comer los primeros choris que el parrillero saca. Para comer las tortas fritas con el mate que le arrima la familia que ya llegó con toda la canasta con provisiones. A comer va el gordo Kemerer, a comer las pizzas frías que sobraron de la noche anterior y que las calienta en la parrilla del choripanero.
A tomar sol, otro, sin que nada le importe el partido, y menos el resultado. Como era el caso del gringo Daniele, un ayudante de campo que le anticipaba a su DT que él trabajaba en la semana, que no lo molestara cuando se sentara con los ojos cerrados “mirando al sol”, con sus auriculares en las orejas. Sol al que se exponía desde septiembre, que solo salía para alumbrar, hasta que llegaba el de octubre, con el que comenzaba a broncearse.
Voy pero no entro, me supo decir Cuchinilla, un choro de pelotas. Claro, se quedaba atrás de la tapia del arco sur, el que tenía el parapelotas rotos, y todas las pelotas que se iban a la calle, se las afanaba.
Algunos van obligados, porque tienen que dar seguridad, los policías, u otros atentos al llamado que nunca quieren que llegue, ya que están a cargo de la ambulancia, y que por suerte, casi nunca se usa para los que están jugando, pero sí para los barras que se pelean entre ellos por la recaudación de la rifa para comprar más trapos. Se pelean entre ellos, porque a los visitantes no los dejan entrar, para evitar disturbios.
Otros van a llorar, como el Negro Juárez, que se llamaba, ni más ni menos que Adolfo Bernabé, por los recordados Adolfo Pedernera y Bernabé Ferreyra. Esos melancólicos, sensibles y nostalgiosos hinchas que solo se acuerdan de viejos crack que les daban campeonatos, y no estos que los mandaron a la B, sin chances de ascenso. Se ponían a relatar aquellas formaciones de antaño, de corrido, de me memoria, y hasta los cambios de algún partido también se acordaban, y añoraban apoyado contra el poste del alambrado.
A chorear algo iba el Cara ‘e lluvia. Y solamente asistía al último partido que su equipo jugaba de local, en el que ganaran o perdiera, campeonaran o se fueran al descenso, invadía la cancha, con varios más, y le robaban la ropa a los jugadores, “como souvenir”, como me supo decir cuando desnudaba al volante central; “de choro nomás que soy”, también respondía luego de que entre tres desnudaban al árbitro y a un juez de línea.
A relatar y/o comentar el partido para la televisación del canal local, y que lo vean el lunes por la noche, van los menos a la cancha, sin ser más que tres o cuatros; o los que lo hacen para alguna radio FM que solo se escucha en el predio en donde se juega el partido, y que son insultados cada vez que se equivocan con el nombre de algún jugador. Estos relatores solo aprovechan la movida para recaudar unos mangos en publicidad a costa de los comercios menores de la ciudad.
Voy a tocar la trompeta, me dijo un integrante de la banda local, quien aprovechaba el tiempo en la tribuna para despuntar el vicio, y mejorar su accionar para cuando tenía que tocar el himno en la plaza pública en algún acto municipal.
Soy alcanzapelotas, se sinceró el Negro Palomeque. Aunque ya no tenía edad de novena división, quienes eran los designados para tal función, pero el negro lo hacía para no pagar la entrada al partido y salir en la foto de la formación inicial.
A cambio de lo antes escuchado, otro protagonista, uno de verdad, me dijo, “yo voy a la cancha porque juego de titular, soy el capitán de la Primera, y encargado de patear los penales. Voy a la cancha porque me gusta jugar, como también me gusta que la trompeta suene toda la tarde alentándonos. Lindo cada domingo de cancha, sabiendo que el relator no se equivocará con mi apellido, ya que Davinson Mosqueras, no hay muchos por estas pampas. Me gusta ir porque de reojo lo veo al gordo Kemerer comer como no podría hacerlo durante todo un mes. Amo ir a la cancha y que me alcance la pelota el Negro Palomeque. Amo ir a la cancha y hacer que la pelota se clave en un ángulo, para dejarlo a Cuchinilla, el ladrón de pelotas, esperando esa que dormirá dentro del arco. No falto un domingo a la cancha porque me gusta cuando insultan a los rivales con nombre, apellido y profesión. Adoro ir cada tarde dominguera a correr detrás de la pelota porque cuando la tengo en mis pies veo que el Negro Juárez deja de llorar porque le hago recordar a Pipo Rossi. Cómo no voy a ir a la cancha si me encanta arrimarme a la línea de cal y pedir el bidón con agua para mojar al ayudante de campo que se la pasa tomando sol. Soy un apasionado de domingos de cancha para ir a buscar una pelota perdida cerca de la ambulancia, para que la enfermera me guiñe el ojo. Es muy lindo ir a la cancha para verme el lunes a la noche por la tele de manera diferida por el canal local. Me gusta ir a jugar, y sobre todo el último partido del campeonato, porque cuando veo que la barra invade la cancha para robarnos las camisetas, pantalones y medias, yo ya me las he sacado para entregárselas sin que me tironeen, y solo quedarme con la cinta de capitán en mi brazo izquierdo.
Cómo no voy a ir a la cancha, si hay pocas cosas que me hacen feliz como jugar a la pelota.
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