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Foto del escritorPato Ramón

El Pitón de Paul

La superabundancia de muy buenos volantes, tanto por derecha como por izquierda en los años 70/80 en los campeonatos del fútbol argentino, hacía que el DT de la Selección Argentina tuviese una oferta importante a la hora de elegir.


Fue el caso de César Luis Menotti, DT en el Mundial 1978, quien pudo optar para la posición de #10 a Julio Ricardo Villa (Racing), José Daniel Valencia (Talleres), Norberto Osvaldo Alonso (River), Mario Alberto Kempes (Valencia, España, que terminó como centro delantero y “dueño” de un estadio), y hasta de Omar José Larrosa (Independiente), que podía hacerlo en esa función, aun cuando su origen era de extremo, pero en ese momento era más un “cuarto volante”, como se le llamaba a ese jugador para darle más libertad al #10 clásico, antes que apareciera la posición de “Enganche”. Hasta Bochini, y Mario Nicasio Zanabria, no fueron tenidos en cuenta.


Nada eran esos rutilantes nombre convocados para la ecuménica competencia, sino que, Menotti, se dio el lujo de dejar a un tal Diego Armando Maradona fuera de la lista de convocados.


Y si nos trasladamos al otro callejón, al del #8, la oferta era tan rica como la mencionada anteriormente. Entonces encontrábamos a un Chino Jorge José Benítez (del Boca de Lorenzo, campeón de América e Intercontinental en ese momento), Miguel Ángel Brindisi (el más pedido por mí, y al que más conocía Menotti por su paso por Huracán), el Hacha, Luis Antonio Ludueña, del sorprendente Talleres, y el más pedido por la cátedra, Juan José López, el JJ de River. Sin dudas, los candidatos a calzarse la #8, o el número que le correspondía de acuerdo al ordenamiento alfabético, no eran pocos, y todos de altísimo nivel en cuanto a sus características de juego, sobre todo, elevadas cualidades técnicas. Pero no, Menotti no se inclinó por ninguno de ellos, como dándole la contra al gusto de la popular (como en el caso de Olguín – Pernía), y el puesto de volante derecho se lo confió a un aparentemente frágil jugador, a juzgar por su físico, como lo era Osvaldo César Ardiles, otro de los tantos “cordobeses” de aquel plantel. Un Ardiles que jugaba en el Huracán de Parque Patricios, club campeón en 1973 con El César como DT.


Después del glorioso 25 de Junio de 1978, nadie discutía las decisiones de Menotti, de Pernía por Olguin, de Gatti por Fillol (el Loco auto eliminado de la lista), de Juan José López, u otros, por Ardiles. Aunque muchos nos quedamos con ganas de ver a Maradona, quien hubiese ocupado el lugar del Beto Alonso, impuesto por algún pesado, y armado dirigente de la banda roja. Aunque el Beto cargaba con suficiente calidad para integrar una lista mundialista, como en definitiva lo hizo.


Un Ardiles trajinador en la mitad de cancha, con algún que otro gol en la Selección, y asistidor, como lo supo hacer el Pitón durante aquel Mundial 1978 en el segundo gol de Kempes a Polonia en Rosario, o el pase desde el suelo en el primer gol de aquel Argentina 3, Holanda 1.


Argentina Campeón del Mundo 1978, con Ardiles, indiscutido a esa altura, como volante por derecha. El Pitón, tal su sobrenombre, ya había comenzado a cosechar muchos adeptos. Por su manera de jugar, por su manera de hablar.


Lo antes expuesto me trajo a colación lo sucedido en la Copa América Brasil 2021, la cual seguimos disfrutando, tan relevante logro después de tanta espera, 28 años, sin festejar algo realmente importante, más allá de las no menos valiosas sendas “medallas amateur” que se ganaron en las olimpiadas de Atenas 2004 y Pekín 2008.


Como en aquella oportunidad, Mundial 1978, en esta Copa América, y durante todo el clico de Lionel Sebastián Scaloni, DT de la actual Selección Argentina, éste también tuvo a “su Ardiles”. Ese jugador cuestionado, que no gozaba de la mayor popularidad del sabelotodo pueblo futbolero argentino, encima sin jugar en un equipo grande de Europa, aunque haya salido del Racing de Avellaneda, como lo era su equipo, del que fue capitán y líder, el Udinese de Udine, del calcio italiano.


Rodrigo Javier de Paul es ese jugador cuestionado. Bueno, que se cuestionaba hasta incluso después del triunfo en semifinales ante el combinado cafetero, Colombia, más con su penal, tan mal ejecutado, y poniendo una nueva pelota en órbita como le supo pasar al grandísimo Pipita Higuaín.


El hombre de Sarandí, de Paul, es si se me permite la comparación, el Ardiles de aquel primer mundial logrado por la celeste y blanco. Cuestionado, destratado, sin el aval de “jugador ganador”, sin títulos en su haber, un volante ofensivo (en Racing) devenido a un volante derecho (también interno como ahora lo llaman), más abocado a ser una rueda de auxilio para un esquicito Leandro Paredes, o del laborioso y ordenado Guido Rodriguez, que un socio para el juego de tres cuartos de cancha en adelante.


Fue casi una sorpresa que fuese de Paul el que abriera el marcador, con su único gol en la Selección Argentina, ante Ecuador en aquel 3-0.


Rodrigo de Paul fue un derroche de energía y entrega. Con un compromiso permanente con la camiseta que viste, y lo seguirá haciendo, ahora, con el beneplácito de la popular.

Hoy es el mismo Rodrigo de Paul, el que pertenece como pocos a esta Selección, el que trato de “che, vos…” a Messi desde su primer convocatoria. Es el mismo jugador que ahora el Cholo Simeone hará jugar en el Atlético de Madrid, un club, y un estratega, que le caen como anillo al dedo.


Es el mismo de Paul que luego de la tremenda final que jugó frente a Brasil, se transformó en un jugador indispensable para la mirada de los hinchas, y que para Scaloni, siempre lo fue.


El Pitón de Paul, me atrevo a bautizar.


El Pitón de Paul, asistiendo en el gol de la final a Ángel Fabián Di María para dar rienda suelta a una loca, merecida, y tan postergada alegría, con una renovada Selección Argentina.


Rodrigo Javier de Paul, el Pitón del pueblo.

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