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  • Foto del escritorPato Ramón

Aquel hacker escocés

Aquel hacker escocés

Voceros de mensajes, Carteros con escritos, Teléfonos con palabras, Video llamadas con sonido e imagen, nos han ido transportando hasta depositarnos en este presente de comunicaciones que no se detienen, tanto que, el barman de un pub de Escocia se entera, trepando a alguna nube virtual, de quien no respeto un semáforo en rojo en la avenida de Los Tilos, o cuántos relojes vendió el senegalés en Plaza de Mayo.


El Vocero llegaba a la carpa de campaña y le decía al General, al oído, que, “su hermosa prometida pasea por los jardines del palacio cortando bellas y perfumadas flores por la mañana. En las tardes estudia latín, pinta en óleo, y toca el piano como nadie en toda la comarca”.


El General se tranquilizaba con aquel mensaje del Vocero, cerraba los ojos, e imaginaba hacerla su esposa al regreso de la guerra.


El Carteros también se encaminaba hacia aquella carpa de campaña con algunos pergaminos con el cuño rojo, escritos con tinta negra y letra gótica, para entregarle ese testimonio al General.


El General devoraba cada palabra que el papel testimoniaba, casi como un juramento, que, “su hermosa prometida pasea por los jardines del palacio cortando bellas y perfumadas flores por la mañana. En las tardes estudia latín, pinta en óleo, y toca el piano como nadie en toda la comarca”.


El General se emocionaba con aquellas palabras escritas en ese arrugado pergamino que el Cartero le había acercado. El General cerraba los ojos, e imaginaba hacerla su esposa al regreso de la guerra.


Con insistencia, el teléfono del General sonaba en aquella carpa de campaña. La voz de su amada se escuchaba con dulzura del otro lado, y hasta el canto de las aves del jardín podía escuchar el General. Aquella voz le susurraba al oído las últimas noticias de su prometida, que no eran otras, que, “su hermosa prometida pasea por los jardines del palacio cortando bellas y perfumadas flores por la mañana. En las tardes estudia latín, pinta en óleo, y toca el piano como nadie en toda la comarca”.


El General tenía en su cabeza por días aquellas dulces palabras; palabras que en sus sueños se mezclaban con la estrategia de un nuevo ataque hacia el invasor. El General seguía durmiendo, e imaginaba hacerla su esposa al regreso de la guerra.


No solo su dulce voz escuchaba el General en su nuevo teléfono. También en esas video llamadas podía ver el bello rostro de su amada, sus ojos de almendra, y los bucles de su dorado cabello. Ella le contaba con una sonrisa interminable, que, “su hermosa prometida continua paseando por los jardines del palacio cortando bellas y perfumadas flores por la mañana. En las tardes estudio latín, pinto en óleo, y toco el piano como nadie en toda la comarca”.


Los ojos del General reflejaban la imagen de su prometida, de su hermosa prometida, que ahora lo acompañaba a ver el lago y las montañas que debería cruzar con su tropa, para terminar con las amenazas de los escoceses. Pollerudos, como buenos pollerudos que era, que fueron aniquilados, no quedando casi ninguno.


La guerra al fin había concluido. Y el General, luego de largos meses, y con problemas en su teléfono, regreso al frente de sus cansadas tropas a su tierra, la tierra de Nottingham, para ver a su amada prometida y hacerla su esposa.


En el largo camino de regreso, el General maldecía una, y tantas veces, como cuerpos de escoceses había dejado desparramado sin vida en el campo de batalla. Maldecía a su teléfono que se había quedado sin batería hacía unos meses atrás, sin poder saber nada de su amada y hermosa prometida.


Al fin el General llegó al Castillo de Nottingham, y desde lejos veía como su amada, y hermosa prometida, paseaba por los jardines, como cada mañana ella le contaba, cortando las perfumadas flores que colocaba en una canastita que llevaban dos varoncitos de larga cabellera colorada.


También pudo ver, desde arriba de su blanco corcel, sentado en la galería de un ala del castillo, a un desalineado soldado, de larga barba colorada, con pollera a cuadros.


Aquel desalineado combatiente, de larga barba colorada, no era otro que el que atendía aquel pub, y que se enteraba, también, de las maniobras de las tropas de su enemigo.


El escocés seguía tocando la gaita, por pedido de sus dos hijos, aquellos pequeños de largas cabelleras coloradas; y también de su amada y hermosa esposa. La misma y bella que recolectaba flores perfumadas, cada mañana, en el jardín del palacio; y que por las tardes estudiaba latín, pintaba en óleo, y tocaba el piano como nadie en toda la comarca”.


Nottingham miedo, a cualquier General se lo puede vencer en su propio jardín de bellas flores perfumadas.


Hasta por el más desalineado escocés de larga barba colorada, y con gaita a cuesta.

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