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Foto del escritorPato Ramón

Boca arriba, casi campeón, casi muerto

Boca arriba, casi campeón, casi muerto

Era una tarde más de corridas, típicos enfrentamiento con la barra rival, trapos perdidos, trapos ganados, mano a mano, a puño limpio, hasta que se hacía un blanco en la calle formando un gran círculo porque alguno había sacado un arma blanca o algún fierro de menor calibre, haciendo esto que la pelea se trasformara muy despareja.


Con las hinchadas rivales para lo único que nos uníamos, era para algún enfrentamiento contra la policía. Todos contra la yuta, sin importar en ese momento si éramos enemigos por ser del clásico de barrio, o por solo ser rivales de la misma divisional.


Muchos balazos de gomas picaban cerca de mí, otros impactaban en las espaldas de los muchachos de las dos barras que desesperadamente huían en esta despareja pelea. Porque el miedo no es zonzo, y soldado que huye…sirve para otra batalla. Y la verdad de la milanesa, lo que duele no es la goma del proyectil, sino su velocidad.


A dos esquinas de ahí nos esperaba la cita impostergable luego de un partido de local o de cada batalla, el kiosco del Rengo Luis quien seguía los partidos por la radio, sabedor que ni bien terminara el partido tenía que tener las jarras y los choripanes listos, esos choris gourmet que solo él sabía preparar. Mucho chimi, con el ají colorado, el bien picante para que la sed no se pase nunca y le demos a los pritiao o a los tintos bien sodeados, primero, y luego puros, del tetra nomás.


¡Qué manera de colar vino!


El Rengo Luis fue uno de las cabecillas de nuestra parcialidad, pero debido a una balacera, que no fue justamente de goma, ya que varios plomos lo dejaron tirados en aquella noche de la final cuando ascendimos en condición de visitantes en la cancha de Olimpo de Bahía Blanca, es que cogía mal con su pierna derecha. Tan es así, que hasta la novia lo dejo, por eso de coger mal, supongo.


Su pierna había quedado en muy mal estado hasta el punto que casi se la tuvieron que cortar a la altura de la rodilla, pero por suerte no sucedió, y ahora tiene que convivir con esa lamentable renguera que lo priva de ir a la cancha como a él le gusta, subir hasta la punta de la popular, treparse al parabalancha, y desde ahí, agitar al resto de la hinchada celeste.

No da, solía decir el Rengo, ir a una platea con mi prontuario de cancha, naaa, la platea es para los que tienen la moneda, para los figureti cajetilla que sienten al equipo de la boca para afuera. Nosotros, los de la popular, lo llevamos en el corazón, tenemos las arterias que solo bombean sangre celeste, el escudo tatuado en los bíceps.


El campeonato estaba al rojo vivo, hacía mucho que no había “equipos chicos” peleándole la punta del torneo a los poderosos. Faltaban dos fechas y Boca estaba puntero, Nueva Chicago un punto abajo, y nosotros, los de Belgrano, a dos de los bosteros. Por eso el partido de esta tarde era trascendental, en nuestra cancha y contra los de Mataderos, si metíamos un triunfo nos asegurábamos el segundo puesto, y casi una plaza para la Libertadores. Entonces durante toda la semana se presumía que iba a ser una batalla a muerte, no solo dentro de la cancha, por nuestros gladiadores, sino también por nosotros, sus fieles hinchas desde las tribunas y en las adyacencias del estadio.


Así nomás fue. El saldo de la batahola había sido lamentable: como dieciocho hospitalizados, cuatro carro de asaltos atestados de parciales, más todos aquellos que huyeron por cuenta propia a algún hospital o curandera para que los atiendan por los gomazos recibidos y los zurza con algunos puntos ganados por ciertos balazos perdidos, o algún puntazo del rival.


Lo que nadie se percató, que a una cuadra del estadio, justo a la vuelta del quiosco del Rengo Luis, por Muñiz y Humberto 1°, había quedado un guaso a las boqueadas, panza arriba, y casi sin fuerzas para pedir ayuda, apenas si podía respirar, decí que estaba mirando para arriba, sino se asfixiaba o se ahogaba en su propia sangre.


Nosotros nos hicimos los otarios, no vaya a ser cosa que nos carguen con un tomuer, que en esta, y sola en esta oportunidad, no teníamos nada que ver. Tampoco lo necesitábamos, si ya casi ni lugar teníamos en nuestro innumerable compendio de ilícitos como para sumar uno que no nos correspondía.

Estaba todo ensangrentado, empapado en su sangre, le habían metido un cuetazo por el lado de las costillas, y a pesar que la camiseta estaba teñida en sangre, pudimos certificar que era uno de los nuestros, solo por el escudo pirata que no se había manchado.

*Quiero agua, alcanzó a balbucear el tipo, no quiero más alcohol, como atajándose del bote de ginebra que había traído el Rengo Luis de su quiosco, más una rejilla que usaba para limpiar el mostrador.


-Tranquilo negro, le dijo el Rengo, la ginebra es para desinfectar la herida, y toma, me dijo, límpiale la herida y presionarle con esta rejilla para que no sangre tanto. Voy a llamar una ambulancia dijo el Rengo, y salió con la velocidad que su pata derecha, también alguna vez baleada, le permitía.


-“Limpiale la herida”, dijo el Rengo. La rejilla era una bola de mugre con olor a chimichurri. Si el tipo no se moría desangrado, moriría infectado, no tenía dudas.


A esta altura en las inmediaciones del quiosco del Rengo era una congregación de curiosos tratando de mirar o saber algo del herido, mientras el Rengo Luis aprovechaba la situación para inventar una historia de lo supuestamente sucedido, y así entablar conversación y vender sus productos autóctonos, a saber, choripanes, chipas y tortillas a la parrilla. No paraba de facturar, y la velocidad, y habilidad, que había perdido en su pata renga, la había ganado en sus manos, las que no le alcanzaban para entregar los choripanes y las jarras de vino a los ocasionales y sedientos curiosos.


El ulular de la sirena de la ambulancia iba abriendo paso entre esa marea humana, hasta que llegó al convaleciente hincha, casi moribundo, que farfullaba cosas incoherentes, entre las que se pudo escuchar una conversación, mientras lo revisaba una infartante enfermera de escote insinuador, pero el tumulto hacía que los diálogos se entremezclaran, sin saber a quién responder lo que uno u otro preguntaba.


El doliente titubeo con la poca fuerza que le quedaba, “-che, ¿y cómo quedamos en la tabla con este triunfo, alcanzamos a Boca?”.


-No, está “boca arriba”, fue lo que respondió un curioso, y vaya a saber a quién, que le preguntaba por el estado del estropeado hincha y en cómo se encontraba.

-La puta madre dijo el baleado, no nos alcanzó el triunfo.


Fueron sus últimas palabras, sin saber que Boca había perdido y que Belgrano también estaba puntero.

1/2020

@patoranon6

Pato Ramon

pato__ramon

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