La Chacra “La Chichina”, propiedad de Chachino Cherini, estaba de fiesta. Enclavada muy cerca del Champaquí, en donde los chingolos y cacholotes trinaban por doquier, y el chimichurri se lo iban a poner no solo chicos deportistas, sino, actores de cine y televisión de Chicago, Chascomús, Chumbicha, Charata y Chacabuco; también chispeantes y chistosos cómicos que harían las delicias de todos los changuitos.
Era una gran quermes que se realizaba cada año, podría decir, para que ustedes tengan una mejor idea de lo que les estoy presentando, un verdadero circo romano, un chichoneo generalizado, que cuando asistías por primera vez, nunca te harías la chupina.
Había muchos chamizos y chozas en los que podías ser atendido por intachables chef que preparaban charquis, ceviches, chuletas de chanchos o de chivos, con mucho chile de Chiapas, cortadas con filosos chafarotes; también chorizos, chacinados y champiñones, aunque algunos estaban un poco chamuscados, se disimulaba tomando una chocolatada. Los choclos, con chauchas en ensaladas, o asados en la chala, desprendían una humareda con muchas chispas que salían por la chimenea de chapas.
En otros quinchos, rodeados de churquis y chamicos, se expendía la bebida de la chetada, como el champaña, mezclada con crema chantilly, o el Chivas Regal, en donde una sartenada de chupados chamuyaban y chistaban a cualquier chinita que les diera chapa de chamigo, sin saber lo chanta que en verdad eran.
Había mesas de juego de cartas, en las que el chinchón era el favorito, pero tenías que tener mucho cuidado con los chanchullos de un chabón venido de Chivilcoy, un tal Chulin, casado con la Chola Choppin, que repartía los naipes, el que fue apurado en un par de oportunidades por Chiambreto y Chiantore, dos chabacanos medios chiflados que no tenían mucha chispa cuando alguien les jugaba una chanza, entonces ahí nomás, los forasteros eran bochados por el tallador y montaban sus chúcaros sin ni siquiera dejar una mísera chirola.
Los más chetos, como el Chamaco Chalud, siempre con el chumbo en su cintura, pero que era pura cháchara, llegaban en sus chatas, esas Cherokes importadas, o las cupé Chevy, si, esas Chevrolet, siempre chicaneando a los menos pudientes, charloteando a las chinas de la zona queriéndolas agarrar para la chacota, tratando de lograr un chape a fin de la cheno, con las chabombas por el aire, que solo alimentarían a las chusmas chacareras de la zona.
Chayanne se escuchaba como música de fondo cantando chacareras, chamarritas y algún que otro cha cha cha; los cuentos de chupados de Chichilo Viale hacían las delicias de las chicas que muy chéveres se cubrían el rostro con el chal de encaje ante la mirada de algún chicuelo presumido con ganas de chancear y charlar, y porque no, de tirar la chancleta para el lado del chiquero.
Los viejos chochos bailaban chamames, no dejando champa sin pisar, terminaban enchivados y machados con chicha, la misma bebida que se toma en la fiesta de la chaya, para envalentonarse con alguna chichí con aliento a chicharrón, y proponerle alguna chanchada.
La Chocha, muy chicata, y chuza la pobre, novia del Chucho, chupaleta va y chicle viene, atendía el quiosco de las golosinas. Chisitos, chipás y chocolates, debajo del chañar, donde el chiflido de las chicharras anunciaba un próximo día muy caluroso. Un chimango, herido y choto, picaba las sobras de unas chauchas secas del centenario árbol. La Chocha se distraía chateando con la Chela, que estaba paseando en Chamical, y chat va chat viene, chusmeaban de lo que pasaba en la chacra La Chichina.
La Chuchi, nativa de Chubut, que lucía un hermoso chaquetón, tenía a su cargo la chopera y la churrasquería, que atendía con una chomba transparente de color rosa chicle usado, en donde se arremolinaban los changos, chorreando las babas, no tanto por la bebida, ni por las picadas de chorizos colorados con chucrut, sino por verla a ella, chinita cachonda que iba al choque de una sin chistar.
El Chango Chávez, changarín de Altos de Chipión, se hacía el chancho rengo ante la primera trifulca provocada por los chismosos del barrio de La Chimenea, en la que ligaba algún chancletazo o un chirlo que lo hacía salir disparado en su Chevron ’71, esquivando uno que otro charco formado por los pobres chubascos de la mañana, sin terminar de ser chicha o limonada.
Estaba la carpa de comidas de las colectividades, donde además pasaban películas de Charles Chaplin. Se juntaban los de Chernóbil, charrúas, los de Chañaritos, chinos, chechenos, chilenos y checoslovacos, muy chabacanos estos, para mi gusto chacarero, vestidos con chambergos y chalines de colores chillones, con botas de taco chato adornadas con tachuelas, como queriéndose dar chapa de cheto cholulo, y que para la vista resultaba bastante chocante, muy chomazos digamos.
Las chichís más conchetas se paseaban con sus chihuahua a upas, chupando clericó con vino tinto y Cynar para tratar de disimular el olor a ajo y achicoria que tenían las vizcachas en escabeche y los chinchulines rellenos que habían comido en la toldería del Chungo Chamorro, más conocido como “el jeta de chimpancé”. Los changos se hacían los chorlitos y le chumbaban cachorros de caniches Toy para que le garronearan las chancletas chinas.
El chueco Chapero, oriundo de Chichiguay, siempre con su chaleco chingado puesto, y Chasela, amante del chardonnay, muy achacado el gordo, habían dejado los chúcaros en el chaparral, donde rondaban los chacales y los chelcos, lejos de la muchedumbre. Era dos chambones que se hacían los chulos, chuceando y chiflando a las chuncanas, las hijas del Chachi Chazarreta, hachero de profesión. Andaban vestidos con sus chiripas y esos chirimbolos de plata ajustados a la cintura.
En la otra punta de la fiesta estaba el kiosco del cheposo, el jorobado Churri, casado con la Chabela Cherubini, que había improvisado sobre un chasis muy deschavetado, escuchando a Chébere y a Los Chalchaleros mientras vendía a los chicuelos chipotes chillones, que te hacían rechinar los dientes. Además, ofrecía todo tipos de chucherías, chafalonías, baratijas. Pero los chismosos y toda la chusma se acercaba a la choza, cuando comenzaba con la venta de churros chorreados con dulce de leche de chiva que los hacía repartir por un che pibe.
En el fondo de la chacra se encontraba una chacarita llena de chatarras, y al chafla, al borde de la misma, había un estanque lleno de chajás y chuñas, donde se podía ver chapotear a chavales dándose chapuzones con alguna chinita chiquita que aprovechaba para lavarse el cabello con champú.
No faltaban los chorros carteristas que venían de Chuñaguasi y Chaquinchuna, y que siempre aparecen en estas reuniones tratando de arrebatarle alguna cartera a los chiquilicuatros y que ni siquiera pueden chillar por lo chupadazos que están. Pero se llevan un chasco cuando llegan a la chatarra que está detrás del escenario, y ven que las birladas charreteras no tienen ni un mísero chelín, ni un solo cheque firmado por el chuspudo Chili Chavarini.
La noche se hizo presente con el revolotear de las lechuzas y bichos canasto dando vuelta, con las flores de achiras chuzas desparramadas y pisoteadas en los canteros. Esto estaba anunciando el acontecimiento más chic, que no era otro que el partido de fútbol programado, y en beneficencia de la Escuela que llevaba el nombre del paisano más generoso de toda la comarca, Don Chiche Chevantón, que ocupaba el único chalet de la chacra.
No había sido fácil conseguir jugadores para el partido, y por las pocas chances, se pidieron en conchabo muchachos del Chelsea, Chacarita, Nueva Chicago, Chievo Verona, bha, de todos lados, hasta de Chilibroste y Choel Choel, haciéndose cargo de los gastos el municipio de Chañar Chanfleado, capital nacional de las carreras de chalupa.
Antes del partido ya se había dispuesto realizar un minuto de silencio por jugadores ya desaparecidos, como lo eran Chicho Oliva, la Chacha Villagra, Chulo Rivoira, y Chumpitaz.
El equipo local había sido reforzado por un arquero paraguayo, y para no dar más rodeos, les tiro las formaciones:
Los locales alistaban a,
Chilavert
Chino Gutiérrez-Chacho Flores-Charly Navarro- Chueca Flores
Chirripo Sánchez -Chicha Guzmán -Chichí Mavilla
Chucho Juárez- Chuña Juárez -Chento Fonti
Con el Chueco Lobos, el Chavo Moreno, el Negro Chuspa y la Chueca Guevara, de gran chute este, en el banco de relevos mascando chicles y esperando sin chistar.
El equipo de la visita alineaba a:
Chichizola
Chiche Soñora - Chemo del Solar - Chiqui Pérez
Cholo Simeone – Checho Batista -- Chacho Coudet -- Cholo Guiñazú
Chiche Sosa
Chicharito Hernández -- Chori Domínguez
El Chocho Llop -- el Chato Jiménez -- Chespirito Bolaños – Cheché Chanchurro – la Chancha Rinaldi -- Chaquichan Jackie -- el Chuni Merlos y el Negro Chacoma, estaban chispeantes esperando en el banco de los chambones.
Muchos nostalgiosos recordaron que si el Ché, de haber estado, sería el DT de los locales. El Ché, o El Chancho, como se lo conocía por su desprecio al jabón. El Ché, Guevara Linch, hombre de chaqueta, primero blanca de médico y luego verde de valiente, siempre de borceguíes gastados y nunca acharolados. Chiflado por la igualdad del hombre sin caer en el chauvinismo. El Ché, que paso por Bariloche, Chile y Cochabamba, no sabía de viajes chárter, solo de La Poderosa, su moto Norton 500 herida de muerte en tierra chilena. El Ché, incapaz de chasquear sus dedos para que lo atiendan como a un choto cheto político de escritorio, los que nunca pudieron chamuyarlo como a un vil chanta. El Ché, siempre con el chip correcto.
Pero es bastante chanta de mi parte decir que estos serían los equipos del Ché, ya que el muy “canalla”, que ni el Chateau conoció, era hincha de Rosario Central, el equipo del Chacho, y solo incursionó por el deporte de la ovalada, aunque sí tuvo la suerte de ver jugar al Charro Moreno, al Chivo Pavoni, al Chamaco Rodriguez, y al cachetudo Chendo.
Espero amigos que les haya gustado esta manera de combinar algunas letras compuestas y reconociendo la existencia de la muda, sí, la hache.
Y como saludaba algún payaso mediatico, me despido con un chau, chau, chauuuuu.
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