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  • Foto del escritorPato Ramón

Don menendo, el carioca salteño

Don Menendo, el carioca salteño

Entre el rock y el fútbol hay una increíble comunión que se puede leer y escuchar en tantas letras y canciones que grupos de rock le han dedicado al fútbol haciendo referencia a jugadores o clubes propiamente dicho.


Podemos escuchar en la voz de Calamaro dos temas como Estadio Azteca o Maradona. Las Pastillas del Abuelo entonan Qué es Dios, o Los piojos con su reconocido Maradó deleitan a sus fans. La marcha del golazo solitario, por Los Fabulosos Cadillacs, o La Bersuit nos recuerda a El baile de la gambeta, y Manu Chao con su increíble La tómbola con el pibe; o Santa Maradona del grupo Mano Negra. Y tantos otros que le hacen reverencia al fútbol.

No les voy a mentir diciendo que escribí una canción para el fútbol, y menos que canto o toco en una banda de rock, pero me sucedió algo muy singular, como amante del fútbol que sí lo soy, y un admirador del rock nacional. En esta oportunidad lo sucedido fue en un recital de Indio, el ex líder de aquel increíble grupo de Patricio Rey y sus redonditos de ricotas.

Ya separados, en marzo del 2011, el Indio se presentó en el estadio Martearena de Salta, y con algunos pibes (muy pibes por entonces a mi lado) nos dimos cita, una vez más, ante tremenda convocatoria. A esos encuentros no se podía faltar, ya que tanto el Indio, como también era la modalidad de Los Redo, actuaban muy poco ante su fiel público, por lo tanto, no se podía, debía, faltar a la misa ricotera.

En este tipo de presentaciones, salvo la última que hizo en Córdoba el grupo en Agosto del 2001, (y Jesús María 2008 ya como solista el Indio) que a la postre sería la disolución física de Los Redonditos, siempre había que recorrer largas distancias para asistir: Racing ’98, el frío de Mendoza, Tandil, Olavarría o al barro de Gualeguaychú, por lo tanto, aprovechaba para conocer la ciudad en la que estaríamos muy pocas horas, ya que el lunes se trabajaba.

Entonces, en Salta, hicimos un recorrido cultural con el resto de mis acompañantes, visitando el Cabildo, el MAAM (Museo de Arqueología de Alta Montaña), y algunos monumentos, plazas, y por supuesto las casas de empanadas y del buen vino.

No suelo usar, tampoco tengo camisetas de fútbol de equipos o selecciones, salvo la de Belgrano de Córdoba, y la Selección Argentina (aquella réplica azul de la marca del gallito, con la 10 en la espalda), pero lo que sí poseo, unos cuantos, son short de selecciones como Uruguay, Colombia, Italia, y alguno más, como el de Alemania, justamente el que llevaba puesto en esta oportunidad.

En ese recorrido recuerdo haber ingresado a un local de ventas de artesanías y platería ya que quería comprar un colgante en plata y cuero para reglarle a mi mamá.

Lo primero que me llamo la atención fue el nombre del local, y de sobre manera, el idioma con el que estaba escrito el cartel, que no era otro que en portugués. Algo raro en estas tierras de habla castellana y quechua, pensé. El cartel tallado solo decía “choro sem fim”, y lo primero que hice al ingresar fue preguntar por la traducción del madero.

Un morocho con largas rastas canosas me atendió, y en un perfecto castellano me dijo, “Llanto sin fin”.

Este hombre, de más de setenta años, por lo que le calcule según su curtida piel, y más allá del castellano, pero sin signos de tonada salteña, me puse a conversar sobre las artesanías propias de sus creativas manos que ofrecía para la venta, mientras miraba alrededor como buscando algo sin saber qué.

Mientas no me decidía qué comprar, este morocho, sentía que me miraba de arriba abajo, tan es así que en un momento me hace la seña de pulgar abajo señalándome el short alemán que llevaba puesto. Solo esboce una sonrisa, pero vi como se le transformo su arrugado rostro hasta soltar una lágrima en uno de sus baqueteados pómulos.

Me llamo la atención, y me acerque preguntándole si se sentía bien, a lo que asistió negativamente con un movimiento de cabeza sin poder decir una palabra.

Se fue a la trastienda, y trajo una jarra con agua, que me ofreció, mientras él bebía sin bajar su vaso, todo su contenido.

-Sentate, me dijo, señalándome un banco recubierto con un cuero de oveja.

Le acepte el convite, porque note que tenía ganas de hablar y andaba sin apuros.

-Futbolero el amigo, que lo trae por Salta si no hay partidos en esta época. ¿O lo trae el recital del Indio?

**Las dos cosas le respondí. Soy futbolero, vengo de Córdoba con otros amigos, y sí, como dice usted, vengo al recital del Indio.

Y ahí me quede con el artesano hablando de bueyes perdidos, como dicen comúnmente. Muy cordial este señor, tanto, como verborragico.

También él era futbolero, y lo delato el poster del Club Antoniana de Salta que pude observar cuando alce la vista y lo vi sobre la puerta de ingreso, entonces estábamos en la misma tinta.

Me comenzó a contar su historia, que me sorprendió, a medias, sus orígenes, y la vida que había llevado hasta establecerse, “definitivamente en Salta, de acá no me mueve más nadie”, me confesó.

Y eso de, sorprender a medias, lo digo porque resultó ser este salteño, un trotamundos brasilero, que ahora en confianza, soltaba algunos términos en portugués, su lengua de nacimiento.

Me conto su historia de pe a pa, del por qué se había ido de su país, y que a continuación comparto con ustedes.

“Hoy mi nombre es Salustiano Colquehuanca (1), pero me supieron bautizar como Menendo Milton da Bragueria. Huimos de mi tierra para asentarnos en esta tranquila Salta. Salta la linda, como la promocionan. Nací en una favela del oeste e Río de Janeiro, la famosa Cidade de Deus; de padre brasilero y madre uruguaya. Ya casi no recuerdo el día, me parece que un 24, del mes de Octubre del año ’40.

Tuve una infancia como cualquier crianza que nace en una favela, o villa, como le llaman ustedes acá. De todas maneras, mis padres me criarme junto a mis otros seis hermanos. Recuerdo que solo salíamos de la fabella para ir a la playa de Copacabana, solo por las noches, a jugar al futebol.”

Ahí, lo interrumpí por primera vez para preguntarle, ¿Cómo que Salustiano es su nombre actual; cómo de madre uruguaya, y de que no se acuerda el día, pero sí el año de su nacimiento? Explíquese mejor don Menendo…

“Sí, huí de Brasil luego de las ‘desgracias sufridas’, entonces me cambien el nombre para no dejar rastros de mi pasado. Mi padre, Adriano, conoció a Amanda Zalayeta en el año 1930, cuando fue a ver el primer mundial de futebol. No solo que conoció a Amanda, sino que se la robo y se la llevo a Brasil para que naciera yo, y el resto de mis hermanos, por esa razón es que hablo muy bien el castellano.

Y lo de tener muy presente mi año de nacimiento es por lo que sufrí diez años más tardes, mi primera desgracia infantil, y lejos de ser por un desamor precoz, o padecer alguna enfermedad, lo terrible que me sucedió está relacionado con el futebol”.

**Cuanto lo siento, y sin saber lo que le había sucedido a Menendo, lo consolé, a la vez que tomaba un trago, esta vez de vino tinto para acompañar a unas empanadas que había mandado a freír a su señora.

“Como te decía cordobés, a meses de cumplir mi primera decena de años, y jugándose el primer mundial en nuestra tierras, el que habíamos ganado anticipadamente, apenas se decretó en la FIFA la sede de ese mundial, Adriano, mi padre, había conseguido, vaya uno a saber de qué manera, ya que reales nunca tenía, dos boletos para ver aquella final entre Brasil- Uruguay”

**No hace falta que me cuente nada más, don Menendo, una tragedia de ese calibre, lo marca para toda la vida. No quisiera haber estado en su pellejo aquella jornada.

“Tal cual lo decís, una mancha que llevamos, y nunca será borrada. Pero si esa es una cruz que arrastramos, no es menor lo sucedido en el segundo Mundial que organizamos, y que catastróficamente quedamos afuera, justamente por ellos”. Al momento que señalaba el escudo de la Federación Alemana de Fútbol que lucía en mi pantalón, y que vergonzosamente trate de cubrir sin éxito, ya que interrumpió al ver mi intensión de ocultarlo, diciendo, “no hace falta ocultarlo, los siete goles que nos hicieron los teutones es otra mancha más, y no solo eso, la humillación que asumimos el domingo de aquella final del 2014 cuando enfrentaron a la Argentina, y tuvimos que hacerle hinchada a nuestros propios verdugos, ya que si ustedes se llevaban aquel título, en el mismísimo Maracaná, hubiese sido una trilogía de desgracias”.

Don Menendo tenía los ojos empapados, por tal motivo quise dar un giro a la conversación (y no demostrar lo feliz que fui de ver aquella goleada del 1-7), es que le agradecí el tinto y las empanadas, y le compre dos de esas gargantillas de plata que tenía en el mostrador.

**Don Menendo, ya despidiéndome, cuando vuelva a escuchar que el futbol es solo fútbol, seguramente recordé este momento con usted, y volveré a darme cuenta que el fútbol es la vida misma.

Pero ahora sabrá disculparme, pero el Indio nos está invitando a subir a Todos a los botes (2)

**Y recuerde don Menendo, esses pontos nunca sao apagados novamene (3)

**Ji Ji Ji, reí para mis adentros, y ya pensando en el pogo que se venía con el Indio.


(1) Colquehuanca, apellido de lengua quechua, que significa, “Riqueza de Plata”.

(2) Todos a los botes, tema incluido en el trabajo que presento el Indio como El Perfume de la Tempestad en el recital al que hice referencia con la compañía Pablo, Marcos y Nicolás

(3) Traducción del portugués: “…aquellas manchas no se borran nunca más”.

Entrada de aquel recital, y la bandera de Toto que nos acompañó en Salta.

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