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El diario de viajes del Julio

Diario de viajes del Julio


Jardín, primaria y secundaria habíamos hecho juntos con el Julio. Aunque no éramos amigos, somos más que eso, porque muchas veces pasa que un amigo es más que un hermano. Ser hermano de alguien lo dispone la naturaleza; ser amigo de alguien, es un elección mutua.

Me referí hacia mi amigo como, “el Julio”, ya que por acá todos nos citamos de esa manera, con el artículo del género al que pertenecemos. Por eso está el Luis, la Marcela, el Juan, la Claudia, etc., etc.


Al Julio le gustaba el fútbol, era simpatizante de Gral. Paz Juniors, un apasionado de la redonda. Recuerdo que tenía como ídolo a un arquero, al Gallego Bresolí. Pero también él era un fierrero de alma, en especial de la Fórmula 1. Siempre hablando de autos, y eso lo traía de la cuna ya que su padre, el Roberto, desde muy pequeño lo llevaba a su taller mecánico.


Recuero pasarlo a buscar por el taller para jugar a la pelota, en edad de primaria, pero siempre me contestaba lo mismo, “no puedo, tengo que lavar las piezas de un motor, y cebarle mates a mi papá”. Como terrible vago que era, yo, obvio, seguía camino hacia la canchita que estaba en el playón de ferrocarril. Igual, en mi adolescencia, concurría seguido al taller del Roberto, le ceba mates, me gustaba frecuentar, en especial, por esos grandes almanaques con chicas sin frío.

El tiempo nos marcó distintos caminos. El Julio se hizo cargo del taller de su padre, a lo que le anexó servicio de grúa las 24 horas y ventas de repuestos.


Lo mío fue un poco lejos del trabajo duro. Deambule queriendo estudiar filosofía, peo no era lo mío, ya que luego de dos años comencé con los grandes interrogantes del sentido de la vida. Después intenté con la música, pero solo sirvió para amontonar instrumentos, léase flauta traversa, violín, bombo, y la última adquisición que fue un ukelele. Termine vendiendo botones y elásticos en la mercería de mi novia, ahora señora, la Sonia.

Todo lo contrario del Julio. De chico tenía claro que el taller era casi su casa. Horas ahí dentro reparando carburadores, haciendo auxilios, afinando motores, vendiendo correas, etc. Guita no iba a hacer, pero era feliz con sus manos engrasadas, y su mameluco azul.


Dinero no iba a hacer dije, pero cómo le cambió la vida ese taller, bueno, mejor dicho la grúa del servicio de auxilios y la facha que cargaba con aquella rubia y larga melena que usaba, una marca registrada de los años ochenta.

Fue un flechazo a primera vista. Ella ingresó al taller casi desesperada, con sus altos tacones rojos, y pantalones de cuero negro. Apenas podía entender que su BMW se había quedado sin nafta en medio de la avenida, entonces llego hasta el taller del Julio buscando ayuda.


No solo ayuda le proporcionó el Julio con su servicios de grúa llevándole el auto hasta su domicilio, y reparándole el auto “por un desperfecto en el carburador”, especialidad del Julio, sino que desde ese momento la Laura, tal el nombre, y la manera de llamarla por acá, se enamoró perdidamente de mi amigo.

De ahí en más la vida del Julio dio un vuelco que ni el más ficcionario de los escritores podría hacer una historia semejante.


La Laura presidia un importante estudio de arquitectura, heredado de su padre, como también un sin número de propiedades, campos, y, hasta, una concesionaria de automóviles de la marca alemana que lo llevo a conocer al Julio.

El Julio se hizo cargo de esa concesionaria, como un pasa tiempo, ya que la Laura no quería que hiciera nada, ella quería que el Julio estuviera pendiente de ella, y al Julio la idea no le disgustaba, al principio, pero con el correr de los años su vida se tornó un tanto aburrida, con demasiado ocio y monotonía, entonces llegó a contarme lo que me conto.


La Laura era muy rica, tanto, como posesiva. De alguna manera el Julio se sentía agobiado, muy manejado, un tanto, digamos, gobernado por el fuerte carácter de la Laura. Tanto que le corregía, permanentemente, aun adelanto de otras personas, modales o maneras de expresarse. Le hizo eliminar eso tan característico nuestro, lo de los artículos. Entonces me supo confesar que, “soy Julio, no soy más el Julio, ni ella es la Laura”. Pucha, el Julio estaba perdiendo su esencia, y eso sí que era grave.


Lo habían cambiado a mi amigo, había perdido su alegría y la batería de chistes que siempre tenía a flor de labios cada vez que nos encontrábamos. Estaba apesumbrado, oprimido, de tal manera que se me ocurrió proponerle que se tomara un año sabático, que dejara de trabajar por un tiempo, que dedicara más tiempo junto a la Laura, para que, de alguna manera, limaran algunas asperezas que habían aparecido entre ellos por lo que el Julio me contaba, de su carácter y actitudes que lo dejaban expuesto, por el poder que ella tenía, y ejercía sobre todos, en especial sobre mi amigo el Julio.


La idea no cayó mal en la Laura, y decidieron tomarse un largo tiempo para viajar, y concentrarse en la relación, a la que solo le faltaba un poco de equilibrio en las decisiones para que sea, justamente, más pareja la relación.

Fue así que programaron un viaje al viejo continente recorriendo las capitales de algunos países, y ciudades merecedoras de ser conocidas, tanto por su belleza como por su historia, cultura, etc. Una vez que terminaran su periplo europeo, el Julio le habría propuesto regresar por Río de Janeiro, lugar que le fascinaba al Julio, y así poder disfrutar de las bondades de esa ciudad carioca.


Volaron hacia el viejo mundo para iniciar esta nueva luna de miel, de la que surgió este Diario de Viaje entre el Julio y la Laura (por favor que no se enteren que sigo con el “el” y “la”), que llego a mis manos, y que aún conservo como un tesoro muy preciado como testigo documentado de la actualidad de ambos.


A continuación, los fidedignos escritos del Julio, de puño y letra del mecánico, para que puedan comprender su decisión final.


Córdoba, Aeropuerto Ing. A. Taravella, Junio 30, 1989. La fuerte turbulencia del vuelo no me impacientaba, leía una revista Corsa, mientras Laura refunfuñaba sobre mí despreocupada pasividad ante la situación de pánico que ella presentaba y el resto del pasaje reflejaba en sus rostros.


Buenos Aires, Aeropuerto Ministro Pistarini, Ezeiza, Julio 1, 1989. Me encontré con Daniel, un ex compañero de la secundaria, que también viajaba a Europa. Yo –Hola Daniel, ¿también de viaje? Ella es Laura, mi esposa. Ella --“seguís con la melena hasta los hombros, horrible, menos mal que Julio se la corto”. Ese se la cortó, fue casi una exigencia de ella para que pudiéramos casarnos. Perdiendo mi larga cabellera rubia, y parte de mí libertad.


Barcelona, Aeropuerto Josep Tarradellas, Julio 2, 1989. Llegamos a Europa, y comenzamos con el tour programado.

Barcelona, el Templo Expiatorio de La Sagrada Familia, Julio 5, 1989. Solo sacaba fotos, me aburren las visitas guiadas.

Barcelona, Plaza de toros Monumental, Julio 11, 1989. Justo al fin algo de acción. Al momento de la ejecución, a Laura se le ocurrió que nos retiráramos sin poder ver el final, mientras yo ya tenía el pañuelo blanco para hacer flamear, y tirar mi boina vasca al matador como ofrenda. No pude hacerlo.

Barcelona, Museo Picasso, Julio 19, 1989. Hermosa muestra de un genio, pero luego de mirar unas tres mil quinientas obras, mi cuello, para encontrarles la posición a las figuras del artista malagueño, estaba a la miseria. Laura me lo hizo recorrer dos veces.

Barcelona, Plaza Cataluña, Julio 26, 1989. Desde esta plaza nacen las más importantes calles y avenidas como Las Ramblas, el Paseo de Gracia, avenida de Portal del Ángel, Calle Pelayo, etc. Treinta mil metros cuadrados de plaza, estaba agotado, Laura me rechino al verme dar de comer a las palomas. Terminé comiéndome las tutucas.

Barcelona, Aeropuerto Josep Tarradellas, 1 pm, Julio 30, 1989. Me salió la exclamación de, “pucha, estuvimos en Barcelona, y no fuimos a conocer el Circuito de Cataluña en Montmeló, ni al Museo del F. C. Barcelona”. Ella --¿Otro museo para conocer? Si a ti no te gustan Julio, ironizó Laura. Fuimos a varios, y ese debe ser irrelevante porque ese, no me suena-- concluyo.


Paris, Aeropuerto de Roissy, Julio 30, 1989.

Paris, Torre Eiffel, Agosto 2, 1989. Solo pude conocerla desde la base, Laura no quiso que subiera hasta la cima por los elevadores. Ella --“recuerda Julio tu problema de claustrofobia, no quiero pasar un mal momento. Toma la filmadora, y registra mi ascenso”. Solo le saque algunas fotos y luego me senté a tomar cerveza en un banco observando el Arco del triunfo en algunas postales que compre en el kiosco.

Paris, Museo del Louvre, Agosto 9, 1989. ¡Me encanto! Me emociono ver tantas obras, de las que tome nota una por una. ¡¿Para qué habré echo eso?! Ella --“Hay Julio, debes ser más práctico, compra un folleto a la entrada en el que describen todo lo que engorrosamente escribiste”. Tire mis anotaciones.


Francia, campos de lavanda en La Provenza; Agosto 17, 1989. Nos dispusimos a almorzarcon tan espectacular y aromática vista. El mozo -¿qué va a beber la señora? Ella, --agua mineral--. ¿Y el señor? - Para mí una copa del mejor Chardonnay--, le conteste. El mozo, -bien, agua para la señora, y vino para el caballero-. Ella, --No, mejor traiga dos agua mineral. Pero Julio, ¿cómo se te ocurre beber vino al medio día?. Sin palabras. Las lavandas ya no eran las mismas para mí. Olían a ruda macho.

Paris, Aeropuerto Charles de Gaulle; Agosto 29, 1989. A punto de embarcarnos, se me ocurrió balbucear, "sabes Laura, me hubiese gustado conocer el circuito de Paul Richard, o por qué no, el Parque de los Principes". Ella, --tal vez cuando vayamos a Londres visitemos el circuito de Silverstone--, respondió casi peyorativamente.


Roma, Agosto 30, 1989.

Roma, Anfiteatro Flavio, Coliseo Romano. Septiembr 9, 1989. Tanta historia junta me atrapó. Me imaginaba películas como Gladiador, luchando ahí mismo, delante de mis ojos, contra el Imperio Romano de Julio César. Estaba obnubilado, y fantaseaba con ver aquellos carros tirados por esos caballos blancos. Ella, --vamos Julio, esto me aburre, demasiadas ruinas para alguien tan futurista como yo--. ¡¿Justamente vos, arquitecta, me decís eso?!Indudablemente que esto último solo lo pensé. Venecia,

Gran Canal de Venecia; Septiembre 18, 1989. Mi romanticismo afloro al instante, y la invité a un paseo en góndola, a la vez que le regalé un gran ramo de jazmines. Muy poco duro el recorrido. Ella, --gondolero, volvamos al hotel, estas aguas apestosas me están descomponiendo. Regresemos Julio--. Lamente profndamente no haber llevado una caña de pescar, y seguir con el gondolero buscando un buen pique de tarariras.

Italia, Pisa, la Torre Inclinada; Septiembre 29, 1989. Qué increíble, tantos años, y que permanezca en la misma posición. Ella, --terrible fallo de cálculos en los cimientos. Julio, si esto hubiese pasado allá, la habrían demolido--. Yo, "le sacaré una foto por si se llega a caer". Ella, --¿te parece Julio una foto a algo tan imperfecto? Vamos Julio, compramos una postal--. Compre la postal, tome también la fotografía de manera que pareciera recta, sin inclinación alguna.

Italia, Aeropuerto de Roma-Fiumicino; Octubre 8, 1989. Un flash a mi mente me trajo a Senna y a Maradona, y me regañe por no haber ido a conocer el tristemente célebre Autódromo de Ímola, y el estadio del Napoli. Solo lo pensé, no valía l pena compartir mi deseo. Londres nos esperaba, ¡porca miseria!


Londres, London City Airport; Octubre 9, 1989.

Londres, el Big Ben; Octubre 12, 1989. Símbolo de la capital inglesa. Invite a Laura a escuchar las campanadas de las 17 h, no tuve éxito. Ella, --Julio, ¿nunca escuchaste hablar del té de las cinco? ¡hay amor!, esto es Londres, y las costumbres se deben respetar--.

Londres, el Palacio de Buckingham; Octubre 17, 1989. La realeza en su máxima expresión. La residencia oficial del monarca británico, construído en 1633, le alcance a escuchar a la guía. Una belleza que merecía terminar el recorrido con una buena merienda en las adyacencias del palacio. Yo, "para mí un café irlandés con una porción de torta de chocolate". Ella, --¡Pero Julio!, vocifero Laura al borde de la ira. ¿Cómo vas a pedir, justamente en Londres, un café irlandés?; por favor mozo, traiga dos té de rosa mosqueta, con pastel manzanas--. Saque mi petaca, y me clave un trago de caña Legui, al grito de, ¡Viva Perón, carajo!!!. Y sí, era el Día de la Lealtad.

Londres, el London Eye; Octubre 26, 1989.Ahora sí, al fin las mejores vistas de Londres a mi alcance. Ella, --cómo se te ocurre Julio que vamos a subir, recién almorzamos, te podes descomponer en esa gigantesca noria mecánica, ¿por qué siempre me pones nerviosa?. Yo, compré un osito de peluche en un quiosko y le fui arrancando, primero las orejas, para seguir con los ojos, la cola, hasta despedazarlo. Estaba por explotar. Ted ya no era Ted.

Londres, Abbey Road, Noviembre 2, 1989. Era un anhelo de chico. Desde que vi aquella caratula en el long play de los Beatles del año 1969 me dije que si algún día visitaba Londres, me sacaría una foto sobre ese paso de cebra que caracterizaron a los 4 de Liverpool. Ella --“Faltaría nomas que te quieras sacar una foro en medio de la calle, ¿no piensas Julio que te pueden atropellar? Yo --La verdad que si lo había pensado, y a esta altura, sería lo mejor que me atropellara un auto, y por qué no, ya que estaba, uno de aquellos Aston Martin que usaba James Bond

Londres, Noviembre 11, 1989. Al salir de Londres, compartí un deseo a Laura. “Sabes Laura, me hubiese gustado conocer el Circuito de Silverstone, y tal vez al estadio de Wembley”. Ella no se inmutó, solo dijo, “seguramente en Río de Janeiro iremos al Maracaná” Sabiendo que solo lo decía para salir del paso. Le hice un fuck you a sus espaldas.


Rio de Janeiro, Aeropuerto Internacional Antonio Carlos Jobim, Diciembre 4, 1989.

Río de Janeiro, playa de Leblon, Diciembre 5, 1989. Pasábamos mucho tiempo en la playa, pero solo de Leblon e Ipanema. Nunca pude conocer a la playa Copacabana, la más popular. Puntualmente almorzábamos en el Palacio Copacabana, sin mencionar querer comer un milho o un churro relleno en la playa… ¡menos beber una caipiriña!

Río de Janeiro, Cristo Redentor, Diciembre 8, 1989. Una gran panorámica teníamos desde ahí, pero el reproche no tardó en llegar. Ella --“Solo a vos Julio se te ocurre venir al Cristo Redentor un 8 de Diciembre, ¿no sabes que hoy es el día de la Virgen?”. Lo sabía. Lo hice a propósito. Era un hormiguero pateado la base del Cristo. Salí canturreando, oh Señor, ayúdame, ábreme las puertas de la libertad, no quiero cadenas que torturen más mi corazón… (Te quiero Mona)

Río de Janeiro, Sambodromo, Diciembre 13, 1989. Mítico lugar carioca si lo hay, es el sambodormo; y más si están ensayando en vivo las mejores escola do samba como lo son, Mangueira y Mocidade. Ella --“¿Julito, Julito, cómo me traes hasta acá? Claro, vos porque te babeas con todas esas morochas, parecidas a los de los almanaques que tenías en el taller”. A esa altura las palabras de Laura me tenían sin cuidado, mientras tiraba unos incomprensibles pasos de samba. Que en realidad eran más parecidos a los de nuestras zambas. Taco y punta.

Río de Janeiro, hotel Palacio Copacabana, Diciembre 19, 1989. Ella --“Julio, ¿te diste cuenta que mañana regresamos a Córdoba? ¡Qué maravillosa segunda luna de miel hemos pasado! -- No compartía ni entendía tanto regocijo. Ella --Te propongo algo, hoy nos damos el día libre, cada uno hace lo que quiere, ¿qué te parece amor?” A mí se me ilumino la cara, y mi respuesta afirmativa fue de inmediato. Yo -–Me parece bien Laura, aunque no sabría que hacer un día entero sin vos a mi lado—le conteste. Ella --“Mi vida, hay tantas cosas que puedes hacer, algo se te vendrá a la cabeza. Por mi parte, iré a navegar con unas amigas que hicimos en la playa, ¿te acordas de Sandra? Bueno, con ella y su hermana Noemí. Nos vemos a la tardecita Julio, acordate que el vuelo sale a la media noche”. Había soñado con ir a conocer el circuito de Interlagos, pero estaba en San Pablo, y no tendría tiempo de ir y regresar en el día, entonces opte por la opción futbolera. El Maracaná.


Río de Janeiro, Estadio Jornalista Mário Filho, 14 pm, Diciembre 19, 1989. Estadio mundialmente conocido como el Maracaná, nombre que aduce a un lorito de la zona. Sabía que ese día se jugaba el mayor clásico de la ciudad, el Flamengo enfrentaba al Fluminense. El Fla y el Flu. Pero nada era eso, en ese partido se despedía Zico, el mayor ídolo del club de regatas Flamengo. Su hijo prodigo, Arthur Antunes Coimbra, con 36 años, le decía adiós al fútbol. Que placer, solo en ese palacio mítico del fútbol, más allá de los fantasmas uruguayos que dicen que por las tardes de los sábados se pasean con la Celeste puesta. Solo, en ese lugar con tremendo espectáculo sin dar explicaciones de nada, y a nadie, sobretodo. Tomando cuantas cervezas se me ocurriera, y comiendo comidas de cancha sin que nadie me reprochara absolutamente nada. Flamengo 5, Fluminense 0, con gol de tiro libre incluido de Zico. Felicidad completa. Salí del estadio y me compre una camiseta del Flamengo con la 10 estampada en el dorsal. Salí del estadio y pare en todas las cervecerías que encontré. Me fui del estadio y visite cada pub que iba encontrando, catando caipiriñas y caipiroskas sin importar las cantidades ni las calidades Salí del estadio y visite todas las hamburgueserías que pude para disfrutas de los gigantescos panchos recalentados, como también los sándwich de pavo o de pollo. Salí del Maracaná y me tome tantos palito bombón helado como pude.


Salí del Maracaná y había vuelto a ser yo, el Julio.


Río de Janeiro, Playa Copacabana, 6 am, Diciembre 20, 1989. El sol mostraba sus primeros rayos, yo miraba el lucero que se iba, como también ya se habría ido la Laura hacía Córdoba en el vuelo de la media noche.

Río de Janeiro, Playa Copacabana, 10 am, Diciembre 20, 1989. El agua me daba a la cintura, todavía tenía la camiseta del Flamengo puesta. Me introduci a lo más hondo y nade como un delfín. Laura estaría en su estudio de arquitectura.

Río de Janeiro, Estafeta de Correo, 18 pm, Diciembre 20, 1989. Despacho este diario para mi amigo, sí, el que trabaja en la mercería de su señora la Sonia.


*****


Recibí una encomienda, el remitente dice que viene de Río de Janeiro, y es de mi amigo Julio. Perdón, mi amigo el Julio.

Nunca más lo vi. Recibo sus cartas escritas desde un chiringuito que tiene en la playa de Copacabana en el que vende jugo de coco y milhos salados.


El Julio ahora es feliz.


P/D: en su última correspondencia me envió una foto actual. El Julio ha recuperado su larga melena rubia.





4/2020

@patoranon6

Pato Ramon

pato__ramon

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