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  • Foto del escritorPato Ramón

El día que comencé a quererte

Actualizado: 21 ene 2021

Si tuve un amigo en la infancia, ese fue Norberto Rubén.


Los dos habíamos nacido en el año 1976, y no por casualidad a él lo bautizaron con los nombres que llevaba. Nombres de dos crack del momento. Dos grandes jugadores de aquella actualidad. Tan antagónicos en sus juegos, como en la ropa que usaban los días de guardar. Los domingos.


La madre era furiosamente hincha de Boca. Fanática, casi imposible de tener una opinión distinta sin que se enojara.

El padre todo lo contrario, de River. Soberbio al hablar de su querida Banda Roja.


A mi amigo Norberto Rubén le gustaba mucho el fútbol, de la misma manera que a mí, pero por suerte, no sé por qué lo pienso así, se hizo hincha de Estudiantes de La Plata. En mi caso era hincha de un equipo de por acá, que en esos años brillaba a nivel nacional. Era hincha de la Academia. Sí, de Racing. Pero no Racing Club, sino, Racing, así nomás. No de Avellaneda, sino de Racing de Córdoba, como lo mencionaban los medios metropolitanos. Mi querido Racing de Nueva Italia.


Norberto Rubén era el hijo mayor, con otros cinco hermanas, todas nenas. Y este año estaban esperando un nuevo hermanito, esperanzados por un nuevo varón, sobre todo, Norberto Rubén.


Norberto Rubén, mi mejor amigo, me había invitado a almorzar. Era domingo. Domingo de fútbol mundial. Estaba muy frío, claro, estábamos en invierno y su casa no tenía manera de ser calefaccionada más que por el brasero que a la vez servía de cocina, ya que su mamá calentaba la pava sobre el tres patas, y también asaba unas batatas al rescoldo.


La atmósfera hogareña no era la mejor. La pobreza, la falta de trabajo, y la numerosa familia, contribuían a que el clima que se vivía, fuese demasiado tenso, y las necesidades materiales, mayúsculas. El mal clima familiar que no lo disimulaban ni por la presencia de algún visitante, y menos en mi caso, que estaba todos los días con mi amigo, y su familia, también era mía.


¡Qué de historia me supo contar mi amigo respecto a su nombre! Claro, le habían puesto Norberto por aquel diez de River, “el Beto”, el ídolo de su padre. Y Rubén, por “el Chapa”, aquel gran capitán que supo tener el Boca del Toto Lorenzo, doble campeón de América.


“Norberto, Norbertito, Beto, Betito”, lo solía llamar su padre, como resaltando el nombre de su crack. A lo que su madre le retrucaba a los gritos diciendo, “el chico tiene dos nombres, no lo llames así, se llama Norberto, sí, pero también Rubén”. Como guardando el lugar que se merecía aquel capitán boquense.


De esas, decenas de anécdotas. Como aquella cuando sabía ir a la canchita de la escuela con una camiseta, rara, muy rara, que solo Norberto Rubén la tenía, y la podría usar por obligación de sus padres: mitad de River, mitad de Boca. Se presentaba para el picadito con una media azul, la otra blanca. El pantalón siempre era rojo, eso sí, no tenía otro.


Pero el clima en la casa de mi amigo, con sus casi barrabravas que tenía como padres, seguía tremendo. A pesar que éramos muy pequeños, con apenas casi diez años, nos dábamos cuenta de lo que sucedía. A veces casi no podíamos respirar.

1986. Diez años habíamos cumplido. Rosario Central se perfilaba como el mejor equipo del fútbol argentino y yo estaba orgulloso de alguna manera, ya que aquel jugadorazo que acompañó al Negro Palma para que los Canallas rosarinos luego dieran una nueva vuelta olímpica, no era otro que el que había nacido en mi club. Sí, en mi querida Academia Cordobesa, el Racing, pero de Nueva Italia, el gran Roberto Pato Gasparini.

1986, también año de un mundial que se jugaba en México, y que escuchábamos, más de lo que veíamos, por la radio que transmitía aquel uruguayo, y que tanto le gustaba a la mamá de Norberto Rubén. Uruguayo que detestaba el padre de Norberto Rubén por haberse declarado tan admirador del capitán argentino, por el solo echo de haber vestido la camiseta de Boca.


Esto también servía para una nueva discusión, porque la mamá quería ver los partidos de la selección por la tele, sí, como todos, pero que le bajaran el volumen y pusieran el relato del yoruga. Cosa que el padre no quería, por lo tanto comenzaba una nueva discusión y que no nos dejaban escuchar, ni al relator de la tele, ni la narración de Víctor Hugo.


1986, era el primer mundial que vivíamos a conciencia, podría decir, porque el anterior, 1982 en España, solo teníamos seis años y no nos acordábamos de nada con Norberto Rubén, a pesar que sus padres nos decían que este jugador que ahora lleva la #10 de la Selección Argentina, también lo había jugado.


Argentina paso cómodamente su grupo, y también salteó a Uruguay en octavos en un partido chivísimo, como todo clásico rioplatense.


Llegamos a cuartos de final, y ahí estaban ellos, los ingleses, esperándonos. Poco sabíamos de Inglaterra, todo era muy triste porque en la escuela nos habían enseñado sobre los soldados y la guerra en nuestras islas Malvinas, entonces le queríamos ganar de cualquier manera, a la vez que el padre de Norberto Rubén saltaba a los gritos insultando a todos los ingleses cuando estaban ingresando a la cancha. La madre de la otra punta de la mesa le retrucaba que con violencia no íbamos a ganar nada, porque la guerra había sido una locura. Y dale que va, otra pelea se armaba, mientras con mi amigo seguíamos mirando el partido desde debajo de la mesa, con la voz del uruguayo en toda la casa diciendo que el primero había sido con la mano, “…para mí fue con la mano, lo grito con el alma, pero debo ser honesto, quiero que me lo confirmen desde Buenos Aires…que Dios me perdone lo que voy a decir, pero contra Inglaterra, hoy con un gol con la mano, que quiere que les diga…ta ta ta gollll”, se disculpaba el relator. Mientras el padre de mi amigo le contestaba sin que lo pudiera escuchar, “como sea uruguayo, como se hay que ganar hoy”. Sabiendo que esto enfurecía a la madre de Norberto Rubén, porque siempre era la que nos inculcaba los mejores valores.


Pero vino el segundo, y todos nos paramos de un salto, claro, nosotros dos no sin antes golpearnos la cabeza contra la mesa. Nos abrazábamos, salíamos, entrabamos, volvíamos a ver la repetición y mirando al cielo a ver si veíamos a ese “barrilete cósmico” que el relator describía que había aparecido para tremenda obra de arte.


Estábamos felices, seguíamos abrazados con mi amigo Norberto Rubén, como si el mundo no existiera. Pero existía. La pelota seguía rodando. La gente en las tribunas deliraba y no podía creer lo que había pasado. Los ingleses estaban devastados por tremendo gol. No se podía creer lo que había sucedido. La tierra se detuvo durante aquellos 10,4 segundos.


Ese tipo había logrado algo nunca antes visto, por nadie. Algo que nadie podría haber concebido, salvo él. A nadie se le podría haber imaginado tremenda jugada, salvo a él. Fue algo inverosímil, la misma dinámica de lo impensado echa realidad y de la que muchas aún niegan que exista.


Este tipo había logrado algo jamás contemplado por mí. Entonces fue cuando le metí un codazo en las costillas a Norberto Rubén, casi para roja directa, y le señale, levantando mis cejas.


Y ahí estaban ellos. Allí estaban sus padres besándose… ¡en la boca!!!


Se les caían las lágrimas, a ellos, y a nosotros también. Estaban felices, y nosotros también.


Gol de los ingleses se escuchaba en la voz del relator. 2 a 1.


Que importa, si aquel tipo, con su segundo gol inaudito, le estaba dando la felicidad a un pueblo y curando algunas heridas bélicas de tantos años.


Que importan esas lágrimas, de sus padres, y las nuestras, si eran pura felicidad.


Qué mágico este tipo que hizo unir a los padres de Norberto Rubén, que se volvían a besar una y otra vez, para nunca más pelearse.


La madre estaba embarazada de su séptimo hijo, y lejos de ponerle el nombre del presidente actual, del galán de la novela, o de los ídolos de sus clubes, el pibe que iba a nacer, justamente en Octubre, porque iba a ser un pibe, ya sabían como se iba a llamar. Porque aquel gol, no solo fue eso, un gol, sino que fue el disparador para no dudar de cómo debía llamarse el nuevo hermanito de Norberto Rubén ¡¿Y cómo se llamaría sino como él?!

1986, 22 de Junio. Teníamos solo diez años. Era nuestro primer mundial en serio, pero solo sabíamos que Argentina había ganado un partido muy importante. No sabíamos tanto de ese milagroso jugador que llevaba la#10 en su espalda. Lo más importante era que los padres de mi amigo Norberto Rubén, se habían reconciliado de manera definitiva gracias a vos Diego, sí, a vos, que con tu magia y goles irrepetibles lograste darle felicidad a todo un país, y más que eso, uniste para siempre a los papás de Norberto Rubén.


Como me voy a olvidar de aquel 22 de Junio de 1986, si con mis apenas diez años, es la fecha en que te comencé a querer.


Y… ¡Cómo no quererte!!!




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