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  • Foto del escritorPato Ramón

El Macanazo mais grande do mundo

El “Macanazo” mais grande do mundo

Una vez arriba de la combi VW, Jousana, la verborragica guía, usaba un megáfono que para nada era necesario en ese espacio de 2x2. Nos había vendido la primera excursión en nuestras vacaciones y comenzó a hablar sobre el recorrido del city tour que íbamos a realizar durante la mañana. Aparentemente decía que íbamos a ir a conocer unos cuantos lugares muy representativos de la ciudad, como la catedral, el sambódromo y el palacio de gobierno, entre otros. En realidad yo no cazaba una en portugués, para colmo carioca la morocha, digo esto porque los nacidos en Río de Janeiro son muy cerrados para hablar y tienen otra tonada con respecto al resto de los brasileros, más o menos como los porteños en nuestro país. Decía que no entendía nada, hasta que al final de su exposición, como último lugar a conocer, pesqué un… Maracaná. Fue recién ahí que dejé de mirar hacia afuera por la ventanilla y le comencé a prestar a tención a esta mulata con cara de Ayrton Senna y piernas de Ronaldo.


La carioca, luego de su presentación y el explicativo del recorrido a realizar, se dio cuenta que casi nadie entendía nada, entonces comenzó a meter algunas palabras en castellano haciendo un entendible portuñol.


No hablo, y casi ni entiendo el portugués, pero esa mezcla de lengua criolla y brasilera me la hacía más fácil para comenzar a comprender lo que quería decir y hasta me animé a meter alguna de esas palabras deformadas que solemos usar los turistas argentinos.


Lo que sí tenía en claro sin importar en el idioma que se lo pronunciara era lo que significaba la palabra Maracaná, a lo que hacía referencia esa palabra. Por mayúscula que sea mi ignorancia lingüística cualquiera sabe lo que es y las cosas que han sucedido en largos años desde su construcción. Lo único que aprendí en ese momento relacionado con la palabra Maracaná es el origen de la misma, ya que no sabía que el nombre de esa mole de cemento se originó en el Primolius Maracaná, un pequeño loro de la selva amazónica.


En definitiva, lo que se dice hablar, falar, eu falar pouco, nada en realidad, solo algunas palabras entendía, sobre todo las relacionadas con el fútbol.


Pero cuando estás en tierras brasileras, en Río en esta oportunidad, primero, uno sigue hablando en castellano y le comienza a incorporar la tonada brasilera. Luego empezamos a agregarles las terminaciones de “tiño”, “ciña” y diño” a las palabras del castellano transformándolas en un lenguaje casi inentendible. Entonces para decir poquito decimos poquitiño, cuando en portugués poquito se pronuncia igual que acá; o para pedir una cerveza lo hacemos diciendo “cerveciña”, pero es cerveja; un par de “pizziñas” cuando solo debemos decir pizza; los helados son gelado pero nos empecinamos en decirles “heladiños”, y así con casi todo, al menos yo.


Mientras seguíamos con el recorrido en la combi comenzábamos a incorporar nuevas palabras como los “voce”, y a los “mais grande” se lo anexas a casi todo, y las garotiñas que caminan por Copacabana, Ipanema o Leblon, te comienzan a sacudir el piso hasta el punto de querer tirar algunos ridículos y descoordinados pasos de samba brasilera en el recorrido a la visita del Sambódromo.


Pasamos por la Catedral y el Palacio de Justicia y Gobierno, para luego detenernos en el Bar Veloso, donde se inspiró Vinicius de Moraes para hacer al tema de la Garota de Ipanema. Allí nos tomamos algunas caipirinhas y caipiroskas ya que al pritiado no lo tenían en la carta de bebidas.


Por fin llegamos al templo mayor del fútbol mundial, al mítico estadio Maracaná. Que en realidad se llama Estadio Jornalista Mário Filho. ¿Imponente por fuera? ¡no se imaginan lo que es por dentro! Estadio en el que hacen de local el Fluminense y el Flamengo, y justamente ese día había partido, jugaba el Fla con el Boavista, pero era temprano, y la gente estaba haciendo la previa comiendo cosas de canchas brasileras, mientras que nosotros recorríamos el interior y pasábamos de bandeja en bandeja a través de un ascensor. Visitamos el museo con cosas del grone “O Rey” Pelé y todos sus geniales colaboradores en las conquistas ecuménicas y fotos de los “mais grandes jogadores de futebol”, no solo brasileros. También vimos fotos, botines y camisetas de varios jugadores europeos y alguno que otro argentino, pero ninguna foto de jugadores uruguayos. Claro, sería una falta, otra, de respeto poner alguien con la celeste charrúa después de lo que pasó.


Mientras caminábamos entre las amarillas butacas de la segunda bandeja, un morocho bien típico brasilero, nos estaba esperando. Era Neném dos Santos, tal vez para ustedes es un nombre más, como tantos dos Santos que hay en Brasil, pero lo que no saben, tampoco yo lo sabía, era que Neném es el hijo menor de los cinco que tuvo Garrincha, el ángel de las piernas torcidas, (ponerse de pie), y a decir verdad, el pobre heredero se ganaba la vida con las propinas que le dejaban los turistas que recorrían el estadio, y sobre todo, luego de que les relatara el segundo gol uruguayo en aquella final del 16 de julio en el Mundial de 1950 que terminó dando el nombre de Maracanazo.


Sí amigos, fue una catástrofe en Brasil, organizador del mundial y que con solo un empate lograría su primer título. Iba ganando uno a cero pero Schaiaffino y Ghiggia, y la bravura de todos los uruguayos conducidos por el Negro Jefe, Obdulio Varela, pusieron cifras definitivas para aquel recordado 1-2.


El relato palabra por palabra en un tristísimo portugués, era el siguiente:


"...a pára Míguez e apoia Julio Pérez. Vai-se diante Julio Pérez com a bola esperando que se cruze Ghiggia. Julio Pérez segue atacando. Pérez a Ghiggia. Ghiggia a Pérez. Pérez avanca, cruza-lhe a bola a Ghiggia. Ghiggia escapa-se-lhe a Bigode. Avanca o veloz ponteiro dereito uruguaio. Vai atirar. Atira. Golo, golo…Goool, goool, gooooooooool uruguaio. Ghiggia chuto violentamente e a bola escapou ao arqueiro Barboza. Aos 34 minutos, anotando o segundo tanto para a equipa uruguaia. Já dizíamos que o grande ponteiro dereito do conjunto oriental estava a resultar a melhor figura dos uruguaios. Escapou-se da defesa brasileira. Atirou em acção violenta. A bola rasante ao mastro escapou-se-lhe ao arqueiro Barboza e anotou aos 34 minutos Ghiggia o segundo tanto para Uruguai. Uruguai doooooiss, Brasil um..."

El gobierno de Río de Janeiro, en la segura victoria del equipo local, y sin imaginarse de lo que luego sucedería, dijo que al finalizar el torneo el estadio se pintaría con los colores del equipo campeón. Litros de pintura blanca estaban listas para decorar al Maracaná, recordando que en ese entonces Brasil lucía camiseta blanca (por última vez en su historia) y no la actual verde-amarela. Pero la derrota hizo que el estadio se pintara con el color celeste de la Selección de Uruguay y hasta la actualidad se mantiene así. A cualquiera de las 203.849 estatuas humanas (entre ellos, solo 100 uruguayos) que fueron testigos de aquella catástrofe, si le preguntas el porqué del color celeste, te responde que son los colores de la bandera de la ciudad de Río de Janeiro para no seguir removiendo la herida.


A aquella extraordinaria concurrencia solo se le acercó la que asistió al clásico mayor de la ciudad, entre el Fla y el Flu del año 1963 con 194.603 espectadores. Hoy solo pueden ingresar 78.838 espectadores sentados.


Años más tardes de aquel Maracanazo se alzaron voces uruguayas de los propios protagonistas del histórico partido, como el caso del goleador Ghiggia quien dejó la frase de que “solo tres personas pudieron silenciar al Maracaná, el Papa Juan Pablo II, Frank Sinatra y yo”. El capitán de aquel seleccionado uruguayo, el Negro Jefe Obdulio Varela, refiriéndose a aquel partido con absoluta sinceridad dijo que “si ese partido lo jugábamos 99 veces, las perdíamos a todas, pero ese día nos tocó el partido 100”.


Pero volviendo al relato de Neném dos Santos, durante y al término del mismo el silencio era sepulcral, nadie hablaba mientras el heredero de Garrincha lloraba desconsoladamente como si la narración fuera en vivo, dándole un toque actoral para que la propina fuese mayor, sin faltar alguno que lo llegó a consolar. Largos segundos de silencio siguieron al épico y emotivo relato, al que no tuve la mejor idea de cortarlo con un grito que me salió del alma… ¡gol uruguayo carajo, gol de la celeste!, lo que me valió una indescifrable reprimenda en portugués de parte de la guía Jousana, poniéndole así el fin al periplo en el mítico Maracaná.


Eu no falo, pero comprendí perfectamente los insultos del resto de los brasileros que se encontraban en la bandeja inferior haciendo la limpieza.


Como solía repetir un amigo a la hora de una derrota inmerecida: “a llorar a la Casa Cuna”. Vieja y sabia expresión futbolera actualizada después del Mundial 2014, justa y nuevamente ahí, en el Maracaná, con aquel recordado el 1-7 que les propinó Alemania, y por sobre todo con el…


¡Brasil, decime que se siente…!

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