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Foto del escritorPato Ramón

El otro bidón

La verdad, era un verdadero criollo ayornado. El bueno del Negro Jota era vecino del lugar en donde trabajaba, es más, tenía una cuenta corriente con nosotros, la 1411-8, je, miren, me acordé después de tantos años, y de tanto llamarlo para que la cubriera. El Negro Jota. Había dejado su pequeño campito en el paraje de Pampa del Mercado en donde hacía el tambo con sus hermanos para venirse al pueblo, ya que había encontrado el amor después de tantas serenatas sin fortuna. Y de tirarles las tetas a las holandesas, paso a depostar animales para su propia carnicería, más la administración de camiones y tierras a su cargo. Casi un testaferro el simpático Negro Jota. Pero esto no era lo más importante, ni tampoco su hobby preferido, como sí lo eran los juegos de cartas en el bar de La Terminal, las “tarreadas” donde la noche pintaba, y cantar sus valses favoritos en cuanta peña lo invitaban.


Eran los inicios de los `90 y el riojano con la plata empatada, digo con el $ 1-, U$S 1-, todos parecíamos Adán y Eva al creer que estábamos en un ficticio paraíso, que al poco tiempo se marchitó y no quedaron ni las bulucas en el árbol, ni la Bolocco en La Rosada.


La entidad bancaria, el lugar donde trabajaba, era muy pequeña, con pocas sucursales y casi todas estaban establecidas en el departamento San Justo, como Devoto, Arroyito, Morteros, San Francisco, Marull, y por supuesto Tránsito, mi pueblo de crianza, estando la casa central en Sunchales. Al ser pocas las filiales, casi todos los empleados nos conocíamos, y una vez al año nos juntábamos en tierras santafesinas en un almuerzo de camaradería y rendición de memoria y balance. Los más interesados preguntaban por el estado financiero de la institución, y demás cuestiones del debe y el haber que a mí nunca me concernieron ya que…”las vaquitas son ajenas…”, como decía don Atahualpa Yupanqui. Y a partir de esa camaradería nunca faltó alguno que comenzara a organizar encuentros deportivos, y por supuesto el fútbol estaba presente antes del asado correspondiente a la juntada, ya que luego venían las guitarras y los campeonatos de truco, cuentos y anécdotas laborales, y algún mamado dormido que se despertaba por algún gol convertido en sus sueños.


Con muchos años trabajando en este rubro puedo decir que es impresionante como se habla de fútbol en estas entidades de la usura, sabiendo o no, habiéndolo jugado o no, con la única conclusión de que todos sabemos mucho, demasiado diría, por lo poco deportista que nos vamos transformando con el paso de los kilos, mejor dicho, de los años.


Y así fue que nosotros al ser una sucursal pequeña, pero rica, y con el agregado de que éramos pocos los que jugábamos por una cuestión, como dije, de años y balanza, es que cuando había este tipo de encuentros nos uníamos con la sucursal de Arroyito, y ahí sí nos hacíamos numerosos y fuertes, ya que algunos valores todavía se mantenían en la competencia de la LRFSF (Liga Rural de Fútbol Sin Futuro).


La manera de movernos en la cancha delataba la infancia deportiva que cada uno había tenido. Algunos lo hacían como una gran ameba gigante, otros a la velocidad de un gusano, como afirmaron que siempre fueron una verdadera ojota en esto de jugar a la pelota, y no tenían manera, ni el porqué, de cambiar con el tiempo, pero sí les exigíamos que hicieran cosas que ni el mismo Caniggia en el mundial `90 había hecho. Los que habían jugado por lo menos al baloncesto, como la Chiva José Norberto, mostraban algún tipo de actitud de equipo, arengando y alentando a los compañeros (no más de eso, no vayan a creer) entonces lo mandábamos al arco, ya que por sus envergadura ocupaba gran parte del mismo. Estaban, además, los otros, que si bien no habían sido, o eran crack con la cinco de cuero, eran los encargados de jugar en casi todos los puestos tratando de darle una idea de equipo a esta murga de amigos, como lo eran Peco, Fore, el Tero, Tula, Gonzalito, Pedro o Renzo y Yiyí (1). Aunque estos dos últimos sí que fueron crack del balompié.


Éramos las sucursales a vencer ya que realmente teníamos tres o cuatro valores (y no hablo de Lebac ni valores al cobro) que marcaban la diferencia, y con la excusa de que éramos pocos, siempre nos permitían completar la lista con el "hijo" de algún empleado, la mayoría de estos hijos eran “no reconocidos”, ya que buscábamos algunos jugadores en actividad y lo truchabamos, y una vez en el equipo nadie se quejaba ya que viajaba con nosotros a todos los campeonatos. Recién se daban cuenta que no era empleado bancario a la hora de hacer las cuentas, sumar y dividir al final del almuerzo, cuando los números no le daban nunca.


El personaje que presenté al inicio de la nota, el Negro Jota, lo más redondo que había visto era un juego de bochas de madera, y a la única bola que seguía era la de la ruleta en los casinos. Pero él era fiel y nos seguía a los partidos, por innumerables razones, a saber: por buen vecino, porque siempre había asados, y por último, porque se prendía cuando las guitarras comenzaban a sonar, y él con su aguda voz, hacía quedar muy bien a la sucursal. Aunque se decía que la principal motivación del Negro Jota, de seguir al equipo bancario, era para que le ampliaran el descubierto en su cuenta corriente, y no le devolvieran los cheques sin fondos suficientes en cuenta, como pregonaba el sello. Pero todo esto era luego de la hora del morfi, porque antes, a la hora de los partidos, cumplía irreprochablemente con su rol de “aguatero”. Repartía las camisetas, gomas de mascar, y no mucho más, ya que sabía que alguna orden deportiva era en vano que la diera porque tenía menos fútbol que las series The Walking Dead.


En lo suyo era muy eficiente el Negro Jota, terminaba el primer tiempo y nos tenía el bidón listo con el agua para calmar la sed y algún corcho para los calambres de los que en menos forma física se encontraban.


Pero muy bien recuerdo una ocasión cuando el campeonato lo organizó la sucursal de Devoto, en las instalaciones de la Sociedad Sportiva Devoto. Julio, pleno invierno, un frío no, dos fríos hacía. Para colmo los partidos los jugábamos por la mañana para llegar con todo definido a la hora del almuerzo. A las ocho comenzaba a rodar la pelota, algunos prácticamente jugaban vestidos, me refiero con gorro, guante y cuanta lana encima se podían poner. Si teníamos frío dentro de la cancha, jugando y corriendo, imagínense a nuestro “aguatero” parado a orillas de la línea de cal con los dos bidones. Parecería una exageración, dos bidones de cinco litros para tomar agua, en pleno invierno con el tornillo que no te dejaba ni hablar, ni temperatura levantábamos, quién podría tener sed, y menos, ¡mojarse la cabeza!


Pero nuestro aguatero, de fútbol no sabría nada, pero de atender al equipo, al alma de cada jugador manteniéndola con su temperatura a full, sí, no tengan dudas que de eso sabía mucho ya que a la hora de “refrescarnos” no nos daba de beber del bidón blanco que parecía que no tenía nada por lo transparente del agua, pero sí del otro bidón, digamos del bidón “B”, el de color también blanco pero lo de adentro era muy elocuente que no era agua por lo oscuro de su color, bien marrón el líquido que contenía, y que no era otra cosa que,… ¡ginebra con coca!


Los rivales cuando nos veían tomar de ese otro bidón, murmuraban un “sigan tomando coca, se van a inflar y no se van a poder mover”. Seguro que no nos podíamos mover casi, y ya en el tercer partido jugando la final que terminamos ganando gracias a nuestro arquero que se lució en la serie de penales definitoria debido a que su olfato, y sobre todo a su paladar, seguía intacto por ser menor y al que cuidábamos que no tomara del bidón “B”, que lejos estaba de ser el que usó el Narigón Bilardo en el Mundial de Italia ‘90 cuando le dio de beber al brasilero Branco de aquel otro bidón ocasionándole los trastornos corporales, que luego del triunfo, fueron la risa de todos por esa patraña “zubeldiesca” traída de los años 60/70 en aquel pincharrata de La Plata, rememorada en aquel mundial de Italia, y en este campeonato de bancarios amantes del tercer tiempo.


Así fue que con el bidón del Negro Jota, emulando al Dr. Bilardo, pudimos mantener la temperatura corporal y más que eso, ya que al borde de la borrachera fue que gritamos campeones gracias a que por ese entonces no existía el control de alcoholemia de estos días en las rutas, que de haber sido así, el Negro Jota y su equipo, hubiese permanecido “concentrado” por varias noches en la dependencia policial más cercana al complejo deportivo.


(1) “Yiyi”, Jorge Alberto Varela, le dedique un cuento, “Camiseta Mágica”, en mi primer libro, “Dos de Avellaneda”.

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