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  • Foto del escritorPato Ramón

Está para jugar

Actualizado: 24 oct 2020

Estaba como todas las tardes de verano, en la vereda, tomando mate bajo la sombra del siempre verde siempreverde, escuchando la radio, ojeando alguna revista deportiva.


Mirando quien pasa, y tratando de distinguir quién era, porque si no me pongo los lentes, no sé quién es el que me saluda de la otra vereda. Ya no distingo al camión de la basura con la chica que pasa vendiendo churros. Siendo esto último muy grave, y triste.


Después de algún tiempo lo volví a ver. Paso en la bici. Una de esas nuevas, una todo terreno, con un montón de cambios, y que seguro que sería de su hijo.


Lo vi venir desde la esquina, y la primera reacción que se me vino a la cabeza, fue pararme, caminar hacia el medio de la calle para que se detenga y charlar un rato de aquellos buenos tiempos con tardes de fútbol, en los equipos que supimos compartir. Recordar patadas pegadas, por mí; y goles hechos, los de él, a montones. De qué otra cosa podía hablar con él, si nunca me interesó hacer otra cosa que no sea jugar y hablar de fútbol.


Después me di cuenta que venía muy rápido para mí estado físico, y no me iba a dar tiempo a levantarme de mi sillón. Entonces cuando estaba llegando frente a mí casa, levante los brazos, con el mate en una mano, El Grafico en la otra, y al grito de ¡chau goleador! agitaba los brazos como para captar su atención.


Cuando escucho el grito, giro su cabeza y me clavo la mirada por un instante. Solo eso, no tuvo tiempo para más. No escuche que me saludara. No vi otra expresión en su rostro, ni que haya movido sus labios como para habérselos visto mover para un saludo, ya que también estoy un poco sordo, como para escucharlo si me hubiese respondido el saludo.


Pero no, nada. Volvió su mirada al frente, y siguió su marcha. Me quede con que no me había reconocido, o que no se acordaba ya de mí. Tal vez haya sido así, seguro no me reconoció.


Está bien, el tiempo me cambió mucho, mi fisonomía no está ni cerca a lo que fui en aquellos años de jugador. Por otra parte, le llevo una gran cantidad de años, soy muchísimo más grande que él. No estoy seguro ahora, porque tampoco la memoria me acompaña, pero deben ser no menos de tres o cuatro años. Entonces, claro, es mucha la desigualdad de edad que tenemos, aunque cuando jugábamos no me daba cuenta de que eran tantos los años de diferencia. Tres años más tengo, claro, ¿quién puede reconocer a alguien tan mayor? Y encima que no nos vemos casi nunca, salvo cuando voy a la panadería, y él está sacando su nave blanca.


Tres años más, ¡y mira como estoy! ¿Y él?, como para hacer una pretemporada más.

Está bien, en definitiva, hacía mucho que no lo veía, más a la velocidad que lo vi pasar que ni siquiera pude observar si tenía muchas arrugas en su frente. Pero para mí, estaba intacto, como para jugar el domingo.


Él siempre fue menudito, si lo comparo con mi físico de mastodonte. Flaquito, pero muy fuerte. Tenía un cuerpecito grandísimo. Parecía débil, pero se le cuadraba a cualquiera, y más si tenía la pelota en los pies. Sí, no tengo dudas, está para jugar el domingo, como siempre lo hizo.


El pantalón corto me permitió ver que sus gemelos estaban trabajados, tal vez de tanto andar en bicicleta. Su imagen está indemne, está entero. Si hasta tiene la misma melena, los mismos rulos, está bien, un poco más oscuro. Bueno, cómo saber uno, a lo mejor por el agua, viste con eso del cloro, y cosas químicas que le ponen. O tal vez por esos champuses modernos que al final no sabes qué te pones en la cabeza. Bha, los que los usan, a mí no me hace falta, hace mucho tiempo que ya ni me peino, por suerte inventaron las gorras.


¿Habrá dejado de fumar? ¡Cómo echaba humo! Me acuerdo que comenzó a pitar mientras jugaba empecinadamente en aquel laberinto del Pac-Man, en la sede del club, cuando jugábamos de visitantes, y nos juntábamos ahí para salir a los pueblos vecinos. O cuando éramos locales, terminaba el pucho, y nos íbamos al vestuario a cambiarnos. Cómo me enojaba eso.


Sí, seguro lo debe haber dejado por los hijos; se lo ve muy bien de todas maneras, sino, no podría estar como lo vi, domando tremenda bicicleta. ¡Y pensar que voy con mi andador a la esquina!


Bueno, tampoco hace demasiado tiempo que dejamos de jugar juntos ¿Treinta años? Claro, ven, no hace mucho, no podía fallarme la memoria esta vez. Cómo no va a estar bien entonces, se lo ve ágil y rápido, como en sus primeros desbordes en aquellos partidos de la Primera. Después se fue para el medió, para organizar un poco más el juego, y sobre todo, dejar de servir tantos goles para que los conviertan los otros, y así convertirlos él, y transformarse en el goleador histórico del club.


¡Qué manera de hacer goles! ¡Qué manera de gritarlos! Claro, esto nadie lo tiene registrado, solo los que compartimos tardes con él.


Que ingratos, que manera de no recordar a sus ídolos algunos clubes.

Pucha se me acabo el agua del termo.


A ver, que dice la radio, es la hora del programa de deportes local.

“…para el domingo tenemos un grave problema, no contaremos con el goleador, nuestro delantero más importante. Está con una molestia en uno de sus isquiotibiales, y la verdad, no tenemos otro jugador de su nivel. Tal vez me anime y haga debutar al pibe de la Reserva”.


Eran las palabras del DT del equipo, de nuestro equipo, de aquel que supimos compartir camiseta. Hacía referencia a la baja obligada que tendría su, nuestro, club para el próximo domingo.


¿¡Pero qué dice este salame!? Si el mejor goleador de la ciudad acaba de pasar frente a mis narices, y está impecable. ¡Llamalo, gil!


Está intacto, como siempre.


Está impecable, como para jugar el domingo.

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