Lo veías, y no dabas dos mangos. Menos para boxeador, tenía pinta de cualquier cosa. Nacido en Formosa, descendiente de tobas, pero de padre alemán venido desde Misiones. De nariz respingada, de ahí el mote familiar de pequinés; con pómulos salientes, y sin marcas, de cabello muy corto y erizado, aunque rubio, por herencia de su progenitor.
Había hecho 10 peleas como amateur, y prontamente salto al campo rentado, ya que no le quedaban muñecos sin voltear en el norte argentino, aún con sus carencias de principiante.
Muchos no le tenían fe, tenía mucho por aprender, y la defensa era lo más débil del formoseño. Es más, se corría la bulla que había sido noqueado “haciendo sombra” frente del espejo de la peluquería del barrio.
Categoría Súper Gallo, tirando más a gallo pinino que a batarás con pretensiones, por más que su bata jaspeada lo quisiera disimular. Dicho como al pasar, se notaba que más que una bata, era una salida de baño, muy gruesa, de algodón barato, que habría sido “rescatada” de algún hotel de dos estrellas, siendo muy generoso.
Narcizo era su nombre, Otto Müller el apellido de su padre, y por consiguiente, también del boxeador formoseño. Pero todos en el barrio lo conocían como el Facha. Los menos lo llamaban “el bracero”. Aunque en el gimnasio lo llamaban “cangrejo de río”, “porque siempre va para atrás, nunca va al frente en las peleas”, comentaban en la jerga de los puños.
El debut como profesional del Facha no pudo ser más complicado, geográficamente, ya que su entrenador, amigo, promotor y fan, le consiguió una pelea de semifondo en Bahía Blanca. Del caluroso norte argentino, se tendría que trasladar a más de mil seiscientos kilómetros para hacer su debut profesional, a la fría ciudad bonaerense.
La pelea estaba encuadrada en la categoría real del formoseño, Súper Gallo, pero su apoderado lo notaba con un par de kilos por encima de la tolerancia, porque tenía miedo de no llegar con el peso que la Federación lo estipulaba.
Más de veintiocho horas demoraron en llegar con aquel Fiat Duna ´88. El remisero, Narcizo, su promotor, y su mascota, la perra Isabel, ya que sin ella el Facha no podía dormir, y nadie quería un boxeador desvelado y con ojeras sobre el ring.
Al amanecer de aquel lunes, se instalaron en un hotel contratado por la organización de la pelea, la comitiva formoseña durmió por veinticuatro horas seguidas para poder recuperarse de tremenda travesía.
Los diarios bahienses, sin conocerlo, hablaban maravillas del formoseño, El Facha, como estaba siendo promocionado en todas las crónicas deportivas, escritas, radiales y televisivas. Narcizo había convulsionado, sin más antecedentes deportivos que sus diez peleas como amateur. Pero sin dudas, el público femenino había tomado nota de sus atractivas bondades y seducción, aprovechando su estampa, más de galán de novela, que de boxeador.
“El carilindo de guantes de aceros, está en la ciudad”, llegó a titular el diario de mayor tirada de Bahía, como si se tratara de una especie en extinción, más que de un deportista. Un enjambre de periodistas lo esperaba en cada salida del hotel cuando Narcizo Otto Müller iniciaba sus rutinas matutinas en el gimnasio, para ir terminando con su preparación para la pelea del sábado por la noche.
Pero el Facha era muy corto de genio, prácticamente no hacía declaraciones, además, todo el viaje lo hizo con el protector puesto, para ir acostumbrándose, ya que nunca antes como amateur lo había utilizado. Además, ni bien piso tierras bonaerenses, se colocó el barbijo con la sonrisa del Guasón estampada, por lo tanto, todo lo que el periodismo pudo registrar, fue de boca de su entrenador, amigo, promotor y fan, y algunos chismes íntimos del remisero que estaba a cargo de la perra Isabel.
En la tarde del martes, aprovechando la fría tarde con llovizna, y al ver que la guardia de reporteros había desaparecido, Narcizo salió con su perra a caminar la ciudad, pero al llegar al kiosco de la esquina sobre la misma vereda del hotel, se detuvo a comprar cigarrillos y pastillas de menta.
Una impactante, y confianzuda morocha, lo atendió de la mejor manera al reconocer al Facha, tanto fue, que cerró el kiosco y regresaron presurosamente al hotel.
Miércoles, jueves y viernes, Narcizo hizo la misma rutina. Gimnasio por la mañana; cigarrillos, pastillas de menta, y cierre del kiosco, por la tarde.
Esa rutina vespertina, lo había puesto con los kilos que estipulaba la categoría de los Súper Gallo, 118 libras. Narcizo estaba finito, más fino que ceja de travesti.
El día de la pelea había llegado. Ese sábado con el que tanto se había ilusionado Narciso Otto Müller, y todos sus acompañantes, can incluida, lo estaba esperando bajo las marquesinas, como nunca antes le había sucedido. Bahía Blanca estaba lista para ver en acción a una de las promesas más firmes del boxeo argentino.
No hubo rutina aquella mañana para el formoseño. Estuvo libre hasta la hora del almuerzo, del que luego, todos fueron a dormir una larga siesta, soñando con una noche de gloria.
No hubo rutina de gimnasio aquella mañana. Pero el Facha sí tuvo que salir a caminar con su perra Isabel, cómo cábala, además, pasar por sus cigarrillos, mentas, y cerrar el kiosco por última vez.
El remisero, la perra, el promotor, amigo y entrenador y fan, ya estaban en el estadio donde Narcizo debutaría como profesional en la capital nacional del baloncesto.
Narcizo llegó, increíblemente, tarde a su pelea, es más, ya había pasado el primer round. Primer round que lo reemplazo Omar Narváez que justo estaba en el ring side y le hizo el aguante hasta que el Facha llegara.
-Me pase tres paradas con el colectivo, se supo luego que argumentó en la conferencia de prensa Narcizo.
En el segundo round Narcizo ya estaba sobre el ring, con un short demasiado largo para ser un short. Zapatillas Topper de lona celeste, medias de toalla, con olor a jabón de hotel, y su protector bucal simulando los dientes del payaso It.
Cuando sonó la campana para reiniciar la pelea, pelea que no había comenzado con Narcizo en el cuadrilátero, por aquella tardanza, solicitó a su oponente que fuera nuevamente un round de estudio, por el altercado con el colectivo.
Round tras round, Narcizo no mostraba ningún atributo que lo había posicionado como para estar en la pelea de semifondo por un título del mundo, que luego el mismo Narváez defendería con éxito.
Con uno de los ojos totalmente cerrado, era poco lo que Narcizo podía ver, y el abucheo de la gente, no le dejaba escuchar las órdenes que le daban desde su rincón.
--Uppercut, uppercut, Narcizo. Bocea, bocea, no te quedes parado. Le ordenaba su entrenador, amigo, promotor y fan.
--Al hígado Facha, al hígado, gancho al hígado pegale, desgañitaba el remisero.
--Grrrr, grrrr, gruñía y se lamenta la perra Isabel al ver a su amo tendido una vez más sobre la lona del cuadrilátero.
Solo se despegaba del banquillo de su rincón, y se ponía de pie para una próxima vuelta, porque la chica con el cartel que anunciaba un nuevo round era la impactante y confianzuda morocha con la que cerraban el kiosco por las tardes.
A duras penas el formoseño llegó al décimo, y último, round, con sus ojos hundidos en unas oscuras y profundas ojeras. A esa altura, Narcizo flameaba sobre sus flacas piernas. Algunos dicen que por el gran frío, sin poder aclimatarse en aquellas noches de Bahía Blanca. Otros dicen que estaba repercutiendo “su rutina vespertina”, la de cigarrillos, mentas y kiosco cerrado.
A punto estuvieron de tirarle la toalla para que pararan la paliza que le estaban propinando a Narcizo, pero la perra Isabel se prendió del lienzo, como haciéndole entender al promotor, que era del hotel, y que si la tiraban se la pondrían en la cuenta al hacer el check out.
¿El fallo de la pelea? ni falta hacía que fuera leído, pero el protocolo así lo indicaba, entonces el anunciador paso a leer las tarjetas.
-Faaaalloooo del combateeee, se despachó el presentador, mientras el árbitro del combate tomaba de los antebrazos a los púgiles.
- 99-94; 98-93; 98-91, continuó el locutor, mientras se acomodaba el moño del smoking. Por decisión unánime, ganador del combate de semifondo, en categoría Súper Gallo, el Facha formoseño, ¡Narciiizooo Ooooottooooo Muuulleeeeer!
Solo había una explicación para aquel fallo, cuestionado y bochornoso tongo: Lidia Zapata, Rosalía Zapata y Mabel Zapata, las tres juezas del combate.
Madre, hermana y tía de Carina Zapata, la chica del cartel entre round y round. Aquella señorita con la que Facha cerraba el kiosco cada tarde.
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