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  • Foto del escritorPato Ramón

Fútbol en las venas


“El fútbol se lleva en la sangre”. Siempre lo repetía un viejo director técnico en las divisiones inferiores. Es en vano insistir en que a alguien le guste el fútbol sino lo siente. El fútbol es pasional, sanguíneo, no podes responder cuando te preguntan si te gusta el fútbol, “sí, un poco me gusta”, o con un, “a veces veo los partidos de los mundiales”.


No, el fútbol te gusta o no te gusta. Se ama o se detesta. No podes ser tibio ante la entrada de Boca en la Bombonera. No podes quedarte con las manos en los bolsillos luego de aquella chilena de Francescoli a los polacos en Mar del Plata. Cómo no vas a haber saltado de tu sillón después que Goyco le atajara aquel penal al italiano Serena. Decime vos como hiciste para no lagrimar con el segundo gol del Diego a los ingleses, o la tarde del descenso de tu equipo.


El fútbol es amor, lujuria por la pelota, y odio para tus rivales. El fútbol derrama pasión. Las venas se llenan de fuego sagrado por el bombeo incansable de ese corazón, que manda una y otra vez esa sangre con los colores de tu equipo a cada rincón de tus entrañas.


No se puede ser ligth con esto de la pelota. No existe la apatía en el fútbol, o sos de uno, o sos del otro. Es más, podes ser de uno, y también contra de muchos otros. Pero en el fútbol no existe la indiferencia y la moderación.


El fútbol gatea por las venas ya cuando uno está en la cuna, esperando saltar esos barrotes para comenzar a corretear detrás de la redonda. Se transmite de generación en generación. No tengas dudas que si te gusta el fútbol, y más si lo jugas, es porque tu bisabuelo que vivía en Almería se lo transmito a tu abuelo que llego a jugar en el equipo de bastones blancos y rojos de esa ciudad, y que a la vez, le transmitió ese amor por la pelota a tu viejo que la rompía todos los domingos por acá. Entonces, ¿cómo no te va a gustar el fútbol a vos, hijo querido?

Claro que me doy cuenta que te gusta, si te he visto en los recreos del jardín de infantes darle a la pelota contra el paredón. Si llegabas del primer grado, te sacabas el guardapolvo, y sin tomar la leche ya estabas en el patio haciendo jueguitos con la pelota.


¿Y cuándo estabas en tercer grado? Eso, ¿cuándo estabas en tercer grado, qué te paso hijo? No entiendo que hice mal. Ya no te he vuelto a ver jugar a la pelota. No sé qué te pasa.


Hasta los siete años el me pedía ir a la plaza a jugar con los otros chicos, pero después no sé qué sucedió, dejo de pedírmelo, perdió el entusiasmo. Prefiere la bici, a ir con los chicos a patear a la canchita. Se lo ve muy tranquilo. Ve un partido de fútbol por la tele solo si está conmigo. Antes él me decía todos los partidos, con fechas y horarios para toda la semana, todos los que se transmitirían, no solo por la tele, también por la radio. Los partidos de Primera División, también los de Copa Argentina, Nacional B, de Metropolitana, la B, la C y la D. Se sabía todos los fixtures. Pero ahora no sé qué le pasa. Solo mira los tour de ciclismo. El Giro de Italia, o la Vuelta de España. El Tour de Francia, el de la remera amarilla. O escucha la doble San Francisco – Miramar, la Vuelta de San Juan, o las trepadas a la cordillera.


Descolgó los posters de sus arqueros favoritos. El mono Navarro Montoya, René Higuita y el legendario Loco Gatti, no cuelgan más en las paredes de su cuarto. Ahora entras y están las fotos de los Curuchet, el español Contador, el yanqui Lance Armstrong, o el de Oswaldo Frossasco.


¡¿Cuándo se te fue la pasión por el fútbol, hijo, cuándo?!


Si hasta el día del accidente, en aquel que tan grave estuviste, en el que Dios siempre estuvo a tu lado, hasta ese día no faltabas a un entrenamiento de tu categoría. Me acompañabas a cada partido de local, y más de visitante. ¿Qué fue lo que paso para que ahora te hayas enamorado del ciclismo?, sin que esto estuviese mal. Pero vos, como yo, y desde nuestro bisabuelo, siempre fuimos de la redonda de cuero.

Qué paso, que alguien me lo explique. Me pongo a pensar, y no puedo dilucidar esta pena que tengo atragantada. Repaso los echos, y no encuentro un mínimo hilo que me conduzca a este presente tuyo, sobre las dos ruedas, con los botines abandonados en el rincón, y esperando.


Qué paso, solo recuerdo que estaba mal pero el doctor nos dijo que con una transfusión te ibas a restablecer. Que con una transfusión por más difícil que es conseguir nuestra sangre la, AB-, la que casi no había en el pueblo, te ibas a reponer y ser el jovencito de siempre.


Fuimos por una transfusión para que todo volviera a la normalidad, y en poco tiempo te volviera a ver correr detrás de la número cinco.


Hasta la radio fui para que hicieran público el pedido de sangre, para que apareciera algún donante con esa sangre tan difícil de conseguir. Y tuvimos respuesta, porque la gente es solidaria, y más cuando se trata de algún pibe.


Ahí estaba el donante, al que no conocía. Se lo veía muy fuerte, y fibroso, de piel curtida, como si estuviera siempre a la intemperie.


Ahí estaba el donante, predispuesto a, casi, devolverle la vida a mi hijo. Para verlo correr con en la plaza, o los sábados en el partido con sus amigos.

Todo fue un éxito. La transfusión no tuvo reparos, la sangre era la que necesitaba, y ese hombre la había puesto a disposición de mi hijo.


Ese hombre del que ni su nombre le sabía, y que tuve que ir hasta la administración del hospital para preguntar y saber algo de él, al menos su nombre para ubicarlo y agradecerle personalmente.


La respuesta de la secretaria fue contundente, “es Cachito Agüero, el dueño de la bicicletería que está en la diagonal sur, triple campeón argentino de ciclismo en ruta”.

Nada más que hablar. Como el fútbol se lleva en la sangre, también el ciclismo.


Veo a mi hijo, pedaleando cada tarde, tirando del pelotón, y yo por detrás, asistiéndolo con lo que le haga falta, envuelto en la bandera de la peña, “Los Amigos del Pedal”.

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