Flaco hay que ser para jugarlo.
Tan flaco como los largos dedos del Moncho, ese arquero que no usaba guante, pero si gorra y rodillera.
Flaco hay que ser para patear una pelota. Tan flaco como los esqueléticos postes cuadrados de madera que hacían de arco.
Si de flacos hablamos, hay que serlo como los garrones de Chávez, ese que marcaba la punta con patitas de hilo, siendo tan flaco como la línea de cal.
Flaco y venoso, ya que estamos, si se puede ser. Tanto como las varices del gemelo derecho del viejo goleador al que le decían El Pibe, de nombre Heriberto, el de los goles con malabares aéreos.
Flaco, y erguido mejor, para ir a cabecear en los córner como iba el Largo Juan. Así como son de flacos y erguidos los palos con los banderines en las cuatro esquinas.
Flaco y largo, para ser wing izquierdo y dejar un sumbido con su velocidad de ánima. Sumbido flaco, largo y agudo como el pito del tren que pasa y suena al vernos jugar.
Hay que ser flaco para jugar al fútbol. Demasiados somos los gordos que llenamos las tribunas, después de los ravioles domingueros, con mandarinas en los bolsillos, y gorras de pañuelos con cuatro nudos.
Flaco hay que ser para correr a la pelota después del almuerzo hasta que te llamen a tomar la leche.
Hay que ser flaco y áspero para jugar al fútbol. Los gordos, con palabras de biblioteca, están en las cabinas transmitiendo el partido para los que no fueron a la cancha.
Muy flaco es mejor, para seguir corriendo después de jugar toda la tarde a la pelota y robarle las naranjas a la vecina.
Flaco hay que ser para que digan, “el flaco juega para nosotros”. Demasiados gordos hay detrás de los escritorios viviendo de los flacos que corren detrás de la pelota.
Flaco y atorrante, de medias caídas para dibujar por la punta derecha, amagar un centro, y meterse con pelota y todo dentro del arco.
Flaco fútbol, como el Quijote, para que lo disfruten desde afuera de la cancha todos los Sanchos que hacen de aguateros.
Flaco, bien finito y enebrando. Como flacos son los piolines de la red que no ataja el viento por tan agujereada a pelotazos que ya se encuentra.
Flaco, largo y melenudo, de canillas desprotegidas y rodillas rotas, para pararse como centro half, y adueñarse de la mitad de la cancha.
Muy chueco, pero siempre muy flaco y zurdo, de patas peludas, casi tejidas, para llevar la diez en la espalda y jugar a los amagues, pero que nunca le da la pelota a nadie.
O como aquel otro flaco de camiseta obrera.
Flaco Luyo le decían, con su peinado de gomina, de ojos verdes, cabello rubio, parecido a la Saeta.
Flaco Luyo le decían al de camiseta roja, con el cinco de cuerina blanca en la espalda.
Flaco y jugador de pelotas. De goles desde las treinta yardas, y pases estileteados.
Flaco y papi le decía cuando no le llegaba a la cintura y nunca se la podía quitar.
Fútbol Flaco, como el Flaco Luyo, de fútbol infinito y afinado, y elegancia sin par.
コメント