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  • Foto del escritorPato Ramón

Goleador invisible

Había que tener fe, y cumplir con el ritual que ella nos iba diciendo. Era de la única manera de sacar de este pozo depresivo por el que estaba transitando a mi amigo.

Ella, era la Aurorita, de profesión curandera, pero más conocida como a bruja de la tapera de atrás de los rieles.


Era casi infalible con sus pócimas, como también muy cara en sus honorarios. No era como alguna otra que la paga quedaba a criterio del paciente. No, acá, poniendo estaba la gansa. El arancel lo establecía ella, y nada de presentarle el carnet de la obra social. Al tiqui taka, contado efectivo era el trabajo. Eso sí, era monotributista, categoría G, “siempre algo tengo que blanquear, se justificaba.


Pero como era tan eficiente, nadie se fijaba en lo que cobraba, porque luego que te atendía, y al salir de su consultorio, quedabas como nuevo, casi, otra persona, irreconocible.


Tampoco quería que a mi amigo le pasara como al judío Salomon Brilovsky, que por regatear unos pocos mangos, y no pagarle a la bruja lo estipulado, quedo postrado en silla de rueda luego que lo atropellara un chango, muy cargado con fernet, en el súper del chino, justo en la interjección de las góndolas de las conservas, y de las masitas en ofertas. De aquel accidente nadie dudo, que de alguna manera, la Aurorita había participado.


Ella se dedicaba a todo tipo de trabajitos que los médicos no podían, tampoco a veces querían perder tiempo, entonces le derivaban algunos pacientes para la cura de empachos, culebrillas, sacada de nervios, bolos fecales, esguinces a patas ‘e lana, torceduras, pinzamientos, mal de amores, y hasta falsos engaños.


Me llamó para contarme lo que le sucedía, con su voz entre cortada, llena de angustia y tristeza absoluta, casi al borde del llanto. Pensé en algún divorcio, o muerte de algún familiar directo, pero no, esto resultaría ser mucho más grave que eso.


Estaba perdido, ya no sabía qué hacer, y las distintas opiniones, y posibles soluciones, no acertaban con su mal, que no era otro que una abstinencia goleadora que lo estaba persiguiendo desde hacía ya once partidos.


Él había sido goleador, por escándalo, y jugando desde la posición de volante, en la Cuarta y la Reserva, pero ahora, y ya jugando como enganche o media punta, se le había cerrado el arco, no la embocaba ni de rebote, entonces los de atrás del alambrado comenzaban a murmurar cada vez que agarraba la pelota, y la juvenil promesa goleadora que venía de las divisiones inferiores, se estaba desvaneciendo. Le estaban perdiendo la confianza y abortando la ilusión de un nuevo crack goleador.


Fue así que me pidió si sabía de algo, o de alguien, que podría hacerle recuperar aquella condición de romper redes, ya que el último diagnostico había resultado falso, aquel de la privación sexual en que lo mantenía su novia, ya por el mes dieciocho, porque a ella no le gustaba que jugara al fútbol. ¡Y algunos se quejaban una cuarentena cuarentena!

Si te animas, le dije, te llevo a la Aurorita. Mira que es brava, no sabemos con lo que nos puede salir. Si da en la tecla con el diagnostico, y hacemos lo que nos dice, sin importar lo que nos cobre, seguramente saldrás de ese pozo en que te encontras.


Primero puso de cara de susto, como de, “a esa bruja no voy ni con chaleco de fuerza”. Pero después se terminó convenciendo de que era la última posibilidad, sino, tendría que pasar a jugar de cuatro, o directamente abandonar el fútbol.


Pacte una cita con la Aurorita para el viernes después de la última práctica semanal de mi amigo. “Si es este viernes, mejor, me sugirió. Hay luna llena, y sabes que cuando eso pasa, acá atrás de los rieles, no salen ni las ánimas”.


A la medianoche de aquel viernes estuvimos con mi amigo en aquella tapera, con todas las cosas que me había pedido que llevara.


Y comenzó con el ritual.


--Escuchame che, refiriéndose a mi amigo, me vas a juramentar que todo lo que se hable, y haga esta noche acá, quedará entre nosotros, ¿’tamo de acuerdo?

Con todo el temor que mi amigo cargaba en su alma, le respondió afirmativamente.


--¿Me parece gringuito que te conozco de algún lado?

Mi amigo movió la cabeza negativamente sin levantar la vista del piso de tierra.


--¿Vos sos el hijo de la tapicera? Siii, te supe curar del insomnio a vos. Vos eras sonámbulo, ahora me acuerdo bien. Te la pasabas caminando en calzoncillos por las veredas en horas de la madrugada. Me acuerdo bien, sí.


Mi amigo me miró de reojo.


--Bueno, cerra los ojos, ponele tu mano derecha sobre la cabeza de la lechuza, sin chistar, por favor.


Siguiendo con lo pedido, veía a mi amigo como colocaba su diestra sobre la cabeza del ave rapaz, y sin chistar, como se lo pidió la bruja, a pesar de que el bicho se le había prendido con su fuerte pico a su dedo índice derecho.


A todo esto, la bruja había encendido velas, y rociaba a mi amigo con una rama de ruda, de ruda macho, porque el fútbol es para los machos, decía ella mientras le tiraba un besito al poster de Freddie Mercury.


--Decime che, ¿de qué cuadro sos?


**De Boca, contestó mi amigo.


--Bueno, toma esta gallina y apretala bien apretada bajo tu brazo izquierdo mientras dure el ritual. En izquierdo, porque después de esta noche serás el capitán de tu equipo, y el brazalete se luce en el izquierdo.


¿Y si era de River?, pregunte de metido nomás.


Si hubiese sido de River, te habría dado el lechón fajado que tengo en el chiquero, por lo que te salvaste del olor y lo incomodo que hubiese resultado estar con un chancho bajo el sobaco.


--¿Derecho o zurdo?, continuaba la Aurorita con el interrogatorio, mientras elevaba inciensos hacía el techo de la tapera, y murmuraba incomprensibles plegarias.


**Derecho, respondió el ex goleador.


--Bien, toma esta chomba del Che Guevara, ponetela, y también usala debajo de la camiseta de tu club, cada domingo que juegues, y solo si juegas. No es para ir a hacer los mandados a tu vieja, porque ya sé quién sos vos, te conozco mascarita. Menos para que la uses para ir al boliche.


--Ahora calzate los botines que trajiste, pero antes, debajo de estas nuevas plantillas que vas a comenzar a usar, en la izquierda, escribí el nombre de los cinco goleadores que más te gusten; y debajo de la plantilla derecha, la más hábil, escribí las cinco iniciales, nombre y apellido, de arqueros que sueles enfrentar.


Ahí se puso a escribir. En la izquierda veía los nombres de Batistuta, Van Basten, Drogba, Palermo y Ronaldo (entre paréntesis aclaro, El Gordo, como si hiciera falta).

En la plantilla derecha alcance a leer algunas iniciales como, LB, GR, DC, CG, NG.


--Toma estos dos dientes de ajo, mastícalos, lo interrumpió la Aurorita.


** ¿Para qué los dientes?, dijo mi amigo, con gestos de arcadas en su cara.


--Escuachame gringo, ¿vas a preguntar sobre todo lo que tenes que hacer? Hacelo y punto, dijo enérgica la curandera, mientras prendía su enésimo cigarrillo. Enésimo cigarrillo que me había mangueado a mí.


--¿Unos mates?, pregunto la bruja, a la vez que le decía a mi amigo que dejara de masticar los ajos y me los diera a mí, para que me los tragara.


¿Y yo que tengo que ver?, pregunte.


--Sos su amigo, y testigo de la mala racha. Te tragas los ajos para que nadie más vuelva a opinar, y lamentarse, de los goles errados de tu amigo. Goles errados que garantizo nunca más volverán.


Y me los tuve que tragar por el juramento de mi amigo. Bocado de ajo, y baba asquerosa, pasaban por mi garguero, ayudados por un vaso de caña que me había acercado la vieja. Mientras ella continuaba bendiciendo a mi amigo con la rama de ruda.


--Toma, esta es una estampita del Santo Tomás de Aquino, protector del Mamón, o sea, de la avaricia, para que ella permanezca en tu alma, y cuando estés en el área, no le des la pelota a nadie, me entendes, a nadie, y solo seas vos, avaro, ambicioso e insatisfecho, el que será llamado a convertir los goles de tu equipo. Dale un beso.


Mi amigo la beso y se la devolvió a la bruja, mientras rompía la estampita, y la introducía en el vaso de la licuadora, agregándole otros yuyos y líquidos que largaban el peor de los olores.


--Adentro la estampita, dijo la bruja como diciendo la receta. Un poco de piolines triturados de la red del arco que da al sur, para que nunca más te extrañen Una medida de aceite esmeralda, para que estés bien lubricado a la hora de la definición. Un puñado de pasto, porque la pelota es de cuero, de cuero de vaca, y la vaca come pasto. Entonces…, adentro el pasto también; picamos una hoja de coca, para que no te durmai en el área.


--No es todo, seguía la Aurorita con la receta. Tabaco además, porque sé que no podes, ni queres, dejar el faso; dos bolitas de naftalina para sacar y hacer olvidar el olor a esa vieja y mala racha de abstinencia. Tres cucharadas de yerba secada al sol, esto no sé para qué, pero los goleadores siempre deben tomar mate, amargo. Ahaaa, y un vaso de coca, porque con Coca Cola, la vida es más feliz. Terminó la bruja sonriendo y pidiéndome otro pucho.


La licuadora a su máxima revolución mezclando los ingredientes, y yo, rogando por dentro que no nos diera de tomar esa porquería.


--Ya está, dijo la Aurorita mientras llenaba dos botellas de vidrio de vino tres cuarto Toro, tinto. Con este menjunje, te vas a friccionar antes de los partidos, y ojo, no lo compartas con nadie, acordate de la avaricia, siempre tenela presente. Vos y nadie más que vos.


** ¿Esto es todo?, preguntó mi amigo.


--No, faltan cosas. De acá al domingo, me hace ayuno. No comes nada de nada, solo agua con una generosa medida de ginebra.


**Pero voy a tener mucha hambre, se lamentaba mi amigo.


--Eso es lo que pretendo, que tengas hambre, mucha hambre, hambre de gol, gringo.


**El agua, doña bruja, ¿puede ser sin ginebra?, no me gusta a mí.


--A vos no, pero a tu amigo sí, entonces no le mezquines con la medida, ya que es lo mejor para el aliento, y tu amigo te lo dará desde atrás del alambrado.


** ¿Terminamos?


--Casi,solo falta la oración que ustedes repetirán después de mí, y que será usada al entrar a cada partido, como arenga, dicha por el jugador número trece del equipo. Repitan conmigo…


¡Oh espíritus invisibles e impalpables! A ti San Cipriano te invoco. Yo, el más insignificante de los jugadores mortales, os suplico por última vez que cubráis mi cuerpo del fluido misterioso que vosotros poseéis, para que ninguna persona, humana, o no, pueda verme en el espacio físico que delimita cada área de las canchas en las que juego, y por el tiempo que el partido dura.


** Pero escúcheme bruja, ¿de cuál invisibilidad me hablas?, pregunto casi incrédulo mi amigo.


--Todo este ritual, deberá ser cumplido al pie de la letra, al pie derecho porque es el más hábil en tu caso. Nada malo te sucederá si cumples con todo lo que te dije. Tampoco tengas miedo de lo que te pasara al ingresar a cada área, cada domingo, en cada cancha.


Totalmente aterrorizado y desconfiando de la Aurorita a esa altura de la noche, no solo mí amigo, sino también yo, exclame ¡¿qué le puede suceder?!


--Camina hacia la puerta, te digo, mientras le seguía echando vaya a saber qué nuevo líquido, ahora con una pata disecada de un ñandú.


¡Cosa de mandinga, bruja hija de pu…!!! Fue lo primero que salió de mi boca al ver que mi amigo caminaba, es lo que suponía, pero no se lo veía, solo los botines dando pasos, y la remera del Che Guevara que flotaba en el aire.


--Ven, eso es lo que pasará cada domingo, en cada partido, y en cada cancha que juegues. Te volverás invisible cada vez que ingreses al área, y no solo que no te verán, nadie podrá, nunca más, con tu avaricia goleadora gracias a San Cipriano y a Santo Tomás de Aquino.


Le pagamos y salimos despavoridos de la tapera de la bruja de la Aurorita, totalmente convencidos del trabajito de la curandera, y a la espera del próximo partido.


Dos minutos del primer tiempo, pelota profunda al área rival que controla mi amigo, está por ingresar, y… ¡desapareció! Mientras el arquero ya estaba buscando la pelota dentro del arco, sin que nadie pudiera explicarlo.


Se veían los botines, y la camiseta con la nueve en la espalda, buscando la esquina de la cancha, con desmayos en masa atrás del tejido.


Mi amigo volvió en sí, a ser él, cuando se apoyó en el palo del banderín del córner. La condición de goleador, había regresado.


Ahora solo tenía que convencer a su novia que triunfaría en el fútbol, para que terminara con la abstinencia sexual, caso contrario, desaparecería.

Y esta vez, sería para siempre.

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