Es la hora dieciocho de este miércoles, y recién me doy cuenta que equivocadamente me vine a trabaja en la bicicleta. Digo equivocado, porque las nueve cuadras que a diario hago para llegar a mi trabajo, casi siempre las transito caminando, salvo que algún conocido de buena voluntad, me acerque.
En este yerro, el de venirme en bicicleta, me traiciono la buena costumbre que había adquirido, ya que todos los miércoles, es el único día de la semana que utilizo este móvil para recorrer el casi kilómetro de distancia, que el resto de los días en quince minutos lo camino, tranquilo, pensando lo que me espera. Pensando, al desandarlo, en cómo estuvo la jornada, y lo que me resta del día.
Quince minutos, casi nada dirán muchos de los protagonistas de esta historia, que viven en urbes gigantescas, multitudinarias, y que para ellos vivir tan cerca de su trabajo, como yo, a solo nueve cuadras, sería una bendición. Tampoco es que me esté quejando, y menos lamentando, pero hoy es miércoles, y como cada miércoles, voy y vengo, tengo que hacerlo de la manera más rápida, que no me consuman esos quince minutos, por eso lo hago en la bicicleta.
Con la bici, en dos minutos treinta, así, cronometrados, recorro las nueve cuadras. Dos minutos treinta siempre que el único semáforo se encuentre en verde, y me dé vía libre Igual, entre nosotros, y en días que casi no pasa nadie en esa arteria, mirando para todos lados, y aun estando en rojo, lo salteo. Shhhhh…, no hay zorros a la vista.
Es que los miércoles no puedo andar perdiendo tiempo a la salida del trabajo, tengo que llegar lo más rápido que pueda, lo más cercano a las diecinueve horas y encender la compu. Es miércoles, tengo el Curso Literario. El Curso con el profe Ariel.
El profe Ariel es un muy conocido, hasta famoso, escritor, muy relacionado con el @Deporte y Literatura. Docente, redactor de varios libros, y narrador de blues. Un profe muy futbolero, muy (no, muy no, porque cuando uno es, lo es, y punto, sin cuantificar), futbolero decía, hincha de Racing de Avellaneda. Racing de Cejas al arco, con Perfumo y Costas en el fondo; al medio con Scher y el Chango Cárdenas, para terminar goleando con el Licha y Milito. Sí, ya se, Milito hay uno solo.
Él nos decía que su apariencia no condice con su edad, pero la verdad, con todo lo que me ha enseñado en este Curso, en sus dos horas de charlas sin parar de cada miércoles, sí, sin parar ¡ni para tomar agua del bidón!, con el tiempo de vida suficiente como para leer más libros que los que tiene la biblioteca de mi pueblo, estimo, no por su imagen, sino por su sabiduría, entonces debe tener unos ciento cincuenta años. O sea, debe haber nacido cuando a alguien se le ocurrió inventar el fútbol, estando el profe Ariel, listo para leer el reglamento de la International Football Association Board. Solo el reglamento crearon ellos, porque la manera de jugarlo, la inventamos por acá, en la zona del Río de la Plata.
Entonces la premisa para cada miércoles es llegar puntual, y cada segundo perdido cuenta. Entonces ahora, lo de mi miércoles en bicicleta, se comprende un poco más.
Me enganche con esto del Curso porque hace tiempo comencé a escribir, algunas cosas por ese olor inspirador e incomparable del verde césped de las canchas, de fútbol, claro. Muchas otras, las más, desde adentro de un vestuario, enrollando las vendas y pidiendo aceite esmeralda, como además, enhebrando los cordones en los botines. Algunas otras, desde atrás del alambrado, más antes que ahora.
De alguna manera me volví a sentir alumno de la primaria, o mejor de la secundaria, sin pizarrón ni timbre que llame al recreo. Siento que en cada miércoles, de colegios cerrados, el único profe puntual es Ariel, el de Literatura, más todos nosotros.
Estoy dentro de un mundo casi desconocido, para mí. Presumo que todos mis compañeros son estudiantes de letras, tal vez algunos ya son periodistas. Pero estoy seguro que todos tenemos un hincha adentro. Yo estoy ahí, en el llano, escuchando más que hablando. Participando casi a la antigua, levantando la mano para seguir desburrándome, solo como oyente.
Que viaje nos hizo dar el profe. En un gran tren, con memorables pasajeros. Por suerte nos dejaba cambiar de asientos. Entonces cuando me subí, me acompañaba Guillermo Hudson, que no paraba de hablarme del deporte nacional, El Pato. Más adelante el tren detuvo la marcha, y por la ventanilla vi que Bioy Casares acompañaba Borges a subir a nuestro mismo vagón. Bioy iba y venía, conversando con uno y otro; Jorge Luis, sentado, inmóvil, y gruñendo cuando subieron dos pibes con una número cinco de cuero que no dejaban de corretear por el pasillo.
El profe iba charlando con Juan Sasturain, que acomodaba los libros de la biblioteca del tren, y con Roberto Arlt, quien inventaba, desafiaba y rompía los moldes de la escritura como casi nadie.
En una de las últimas paradas, había una barra de escritores, con bombos y banderas, esperando subir, que luego de hacerlo, se fueron para el fondo, siendo los más bochincheros. Se lo escuchaba al Gordo Soriano, que en cualquier momento terminaba con el aquel penal eterno. Sacheri rememoraba, e imitaba al Señor Pastoriza, haciendo volver a la cancha a los jugadores del Rojo en aquella histórica noche cordobesa. También se trepo un uruguayo, fanático de la pelota y el candombe, como buen gurí, que juega a El Fútbol a Sol y Sombra.
Cortázar subió con la bata puesta, emulando al Torito Suárez, aquel de Mataderos, pero al sentarse se puso a jugar al ajedrez con una joven del pasaje, pero más linda que La Maga, aunque se quejó porque no le dejaron marcar la rayuela en el estrecho pasillo.
Un triunvirato formado por Santoro, Walsh y Rojas Paz, recopilaban cuentos memorables, levantando banderas, y recordando a, tantos, Negro de la tribuna.
En la siguiente estación de este convoy literario, subió el pasajero que más conocía. Pelado y de barba, muy canalla en su hablar todo el tiempo, con sus malas palabras a cuesta, y con uno de esos compañeros que lo seguirán eternamente. Sí, engañado, otra vez, hizo subir al viejo Casale. El Negro Fontanarrosa, me hizo reír desde el primer momento que lo conocí en el bar El Cairo. Aún lo sigue haciendo, además, con mucha nostalgia.
El profe Ariel tiene una memoria increíble. Registra de dónde es cada uno de sus alumnos, y hasta se acuerda de qué clubes somos hinchas. Y como siempre pasa, a partir que hay más de cinco personas reunidas, la mitad más uno, es de Boca, como lo es un pibe de Guatemala, unido también a la reunión virtual.
Fanática de San Lorenzo y que siempre habla de la peña cuerva, hay una chica de Tandil, que invito con salames para cuando pasáramos por allá, sin miedo a que la piedra deje de moverse. Está Santiago, y Francisco, el de apellido de volante central. Muy participativa, Chylita. Recuerdo a Rucatay, Guille, Ely, Esteban, y por supuesto, a López. Siempre debe haber un López en un buen mediocampo, ya sea J. J., Gustavito o Carlos.
Comencé diciendo que equivocadamente había ido a trabajar en la bici, por el solo echo de que era miércoles, sin darme cuenta que el Curso Literario lo terminé la semana pasada. El miércoles pasado fue la última clase con Profe Ariel, y la verdad, ya extraño esas reuniones. Extraño sentarme frente a la computadora, mientras se calienta el agua para el mate, conectándonos al Google Meet, saludando, y apagando el micrófono para que la única voz que se debía escuchar era la del profe Ariel. Mientras tanto, solo charlabamos usando el chat.
Es miércoles, pero ya no tengo Curso con el profe Ariel. Es miércoles, pero no cualquier miércoles. Es miércoles 8 de julio, y mañana festejare, un cumpleaños más, pero sin sumarlo a mi edad, ya que la pandemia así lo dictamino.
Hoy es miércoles, y la historia se repite con otro de Avellaneda.
Pero este, el profe Ariel Scher, es un profesor en serio. Un verdadero profesor, de la Academia Racing Club.
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