Y sí, la Copa Libertadores de América es, para mí, el mejor campeonato de fútbol de clubes del universo.
Ya sé, para vos está la Champions, la Europea League, el Mundial de Club, la Premier, pero a mi dame La Libertadores.
No tenemos a Paris, Milán, ni a Madrid, con sus generosos estadios de primer mundo como los son el Parque de los Príncipes, el San Ciro/Giuseppe Meazza, o el Bernabéu.
Acá jugamos en el Norberto Tomaghello de Defensa y Justicia. Tenemos la cancha del Club Always Ready, en la ciudad de El Alto, Bolivia. Ni siquiera el estadio Municipal Nicolás Chahuán Nazar, en el que hace de local Unión La Calera, de Chile, te puede hacer soñar.
Dame La Libertadores a mí.
Seguro que en esos estadios, los nuestros, no vas a encontrar shopping para recorrer, ni tendrás el glamour para aparecer en las tapas de las revista ¡Hola! Eso sí, vas tener que soportar al cocacolero, o al vendedor de maníes; o que te tiren alguna botella con “Fanta especial”.
Los pisos no tendrán en sus céspedes la misma altura. Entonces en el Murumbi de Brasil, podes encontrar verdes alfombras con 2, 3, o 4 centímetros de altura en sus gramas. O, por ahí, deberás calzarte las zapatillas para poder jugar en la de piso sintético del estadio del Juan Aurich, de Perú. O en algún otro piso híbrido, esos con mezclas de sintéticos con pasto natural.
No he tenido la suerte de ver algún partido de Champions, en la misma cancha, en vivo, en Europa, por eso no puedo asegurar que a la salida me estén esperando los choris completos con los morrones y el chimichurri. Ni siquiera el sándwich de bondiola jugosa.
Dame La Libertadores, papá.
Esas canchas sesentonas, de pisos muchas veces pelados, con esos hinchas trepados en los alambrados, con otras tantas veces terminando alguna final anticipada invadiendo el terreno de juego para hacerse de algún subvenir que les quedará para la historia.
Para mí La Libertadores. Aún con cortes de luz, y duchas heladas para los visitantes.
Dame esos partidos con los 3.640 metros de altura en La Paz, en los cuales los locales sacan la chapa de favoritos a costa del desgaste físico de los que vienen del llano, pero de repente se dan cuenta que perdieron por el gol de treinta metros que le hicieron. Porque la pelota no dobla, viste.
Noches previas a los partidos en hoteles brasileros, o porteños, aturdidos por los petardos. Sí, dame La Libertadores igual.
Aquellos partidos a dos finales que tenías que ganar por goleada de local el primero, porque sabías que de visitantes eras casi boleta.
Para mí La Libertadores, nada mejor.
Esas Copas Libertadores del primer campeón, los carboneros de Peñarol, Uruguay (1960 y 1961, también 1966-82-87), el Patrón de América. O la Libertadores del último y descolorido campeón, Palmeira, Brasil (2021, antes 1999), para que veas que no siempre gana el mejor.
Dame siempre La Libertadores del primer equipo argentino campeón, con las seguidillas de aquel inolvidable Independiente del Chivo Pavoni, Sá y el Bocha Bochini (1964-65-1972-73-74-75), y la última con el Pato Pastoriza y Percudani (1984). Aquellas noches de Copas.
O la otra que también está en Avellaneda, cruzando la calle, La Libertadores de la Academia Racing Club, aquella de Perfumo y Maschio, con el equipo de José, Pizutti (1967).
Las demás Libertadores de los viajes interminables, haciendo hotelería en los aeropuertos por algún paro del personal de turno. La quiero, aún, así.
La tripleta del Pincha, la del Estudiante de La Plata (1968/69/70) con el adelantado Zubeldía, y todo su legado, sabiduría y “vivezas”, que desplegaban muy bien la más vieja de las Brujas, Verón, Bocha Flores, o el mismo Narigón Bilardo. Además La Libertadores (2009), con la Brujita Verón, Sabella, y el Flaco Schiavi (por un rato). Dámelas a todas esas Libertadores.
La quiero siempre a La Libertadores. Siempre. Esas que se juegan por acá, y no las de Europa.
Dame La Libertadores, eternamente. Aquella primera del Boca del Toto Lorenzo, y también la segunda consecutiva, con el Chapa Suñé, Mastrángelo y Gatti (1977 y 1978).
La Libertadores dámela todo el tiempo, con aquel equipo de Argentinos Junior (1985), con los desbordes del Pepe Castro, y un Bichi Borgui inigualable en el equipo de José Yudica.
Dame esas Copas Libertadores llenas de chapitas en su base indicando a los campeones, a los dueños de América.
La Libertadores que quebró el maleficio de River (1986), con el Búfalo Fúnes como bandera goleadora, y un Bambino Veira juntando a extraordinarios jugadores para una Banda Roja de un año invencible. También dame La Libertadores de Crespo, el Enzo, y el Pelado Díaz (1996).
Deseo La Liberadores con los perros y los carabineros en el mismísimo Estadio Nacional chileno para que luego Colo Colo, Chile (1991) lograra la única para su país.
Aquella del Vélez de Amalfitani (1994), también la quiero. Con el carácter de Chilavert, y los goles del tanque Asad. Esa que está en Villa Luro, a esa Libertadores, dámela a mí.
Me apropio de La Libertadores, aquella que seguro también habrá sido el sueño del párroco Lorenzo Bartolomé Massa, que desde algún lugar habrá gritado aquel penal del Gordo Ortigoza y las atajadas de Torrico (2014), en la primera del Cuervo.
A mí dame siempre La Libertadores.
Las múltiples Libertadores del Virrey Bianchi y Palermo (2000/01/03 y 2007 con Riquelme y Russo). O las de ésta exitosa era del Muñeco Gallardo (2015 y 2018) con Maidana, Barovero, y el Pity Martínez.
Dame La Libertadores. Siempre.
La Libertadores. Aquellas con los brazos en alto.
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