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  • Foto del escritorPato Ramón

La Maldita Regla XIV

La Maldita Regla XIV

El futbol en el interior del interior es distinto, se maneja de manera singular. No me refiero al juego en sí, lo digo haciendo referencia al entorno, a lo que rodea, a los dirigentes que pueden y quieren lograr éxitos de acuerdo al poder que desde sus clubes pueden ejercer sobre los presidentes y las decisiones que deben tomar, sobre las autoridades de las ligas de fútbol, asociaciones de árbitros y sobre los mismos políticos o fuerzas policíacas.


Decir Salvatierra por estos lados, era decir futbol. Salvatierra era un apellido muy conocido, no solo en la ciudad sino en todos los departamentos en donde se desarrollaban los partidos de la Liga más grande del interior del país, la LRFSF (Liga Rural de Fútbol Sin Futuro).


La vida de Marciano Salvatierra siempre había transcurrido muy cerca de una cancha de futbol. Siendo jugador en sus inicios, a veces como hincha cuando no era citado y más tarde como DT en divisiones inferiores. También estuvo ligado como utilero y canchero, acomodando las indumentarias, marcando las canchas. Y ahora, en el mundo de la redonda, como árbitro. Sí, como referee, con todo lo que eso significa.


En el Club Deportivo Intelectual Marítimo fue en donde se inició como jugador, siendo un mediocre arquero. Su debut coincidió con uno de los mejores, sino el mejor arquero que atajó en su mismo club, entonces no pudo trascender porque siempre fue tapado por aquel, pero más todavía por sus limitaciones para el puesto.


Lo que nunca nadie me supo explicar es el nombre del club, en plena región pampeana ¡ponerle Marítimo a un club mediterráneo!...pero bueno es otro tema.


En sus momentos como hincha, Marciano había sido casi un barrabrava cuando en más de una vez incitó a la barra a suspender algún partido porque su equipo estaba complicado para sostener el resultado o para que no sea goleado de manera catastrófica.


Durante su rol de DT de divisiones inferiores fue uno de sus peores momentos ligados al club ya que su paciencia y su carencia pedagógica nunca lo posicionaron de la mejor manera en el campo de la docencia.


Cuando su tarea fue la de utilero, masajista y canchero luego de abandonar los tres palos, también fue bastante nefasta. Como ordenador de la indumentaria siempre le faltaban medias o los pantalones o se olvidaba de encender el calefón para las duchas. Tenía el botiquín casi vacío, solo un par de genioles, curitas y un poco de aceite esmeralda.


Y ni que hablar de su rol como canchero. Las hormigas invadían a menudo la cancha, habían hecho un gigantesco hormiguero en el círculo central que solo se podía esquivar rodeándolo, ya que si lo atravesabas podías caer en el fondo del mismo por la flojedad del piso en esa tierra colorada. Algunos juran haber visto, en ese mismo pozo, un par de quirquinchos los domingos en que el equipo jugaba en condición de visitante.


En todos las etapas de su extensa carrera deportiva y sin precisar en qué momentos o labores, se hablaba que Marciano Salvatierra no había sido del todo honesto en sus actuaciones. Era, se comentaba sin pruebas contundentes como siempre pasa en estos casos, muy fácil de sobornar por parte de dirigentes y hasta por los propios jugadores quienes más de una vez intercambiaban la camiseta de su club con la de este señor árbitro en el medio de la cancha ni bien terminado el partido, sin el mínimo decoro de hacerlo, al menos, en su vestuario.


Todo esto no hacía más que alimentar las sospechas sobre el hombre de negro, que no tenía problemas de cambiar de color de acuerdo a cómo se lo ordenaba o convenía la ocasión. Podríamos catalogarlo como un verdadero camaleón del deporte.


Así fue que, aunque incomprobable esto de los sobornos, se habló mucho de un partido cuando fue arquero del Club D. I. Marítimo, en el que tuvo demasiada participación, sobre todo influencia, en el resultado definitivo del encuentro de ida en una final. Fue aquel recordado 0-4 en que dos goles entre sus piernas, un penal cometido y una barrera armada al revés en un cercano tiro libre, hicieron poner en duda su carrera como portero en el club. Esto último comenzó a confirmarse cuando no jugó la segunda final en la que su equipo logró remontar el resultado adverso con un contundente 5-0, consiguiendo así el campeonato. Lo quisieron proteger diciendo que estaba lesionado, pero todo salió a la luz cuando se lo vio en una moto nueva no pudiendo demostrar de dónde había sacado los fondos para adquirirla. Fue entonces que dejó los guantes para seguir con otras actividades futboleras dentro del mismo club.


Lo mismo se decía mientras se encontraba dirigiendo a los pibes en las inferiores. Mucho se dudaba de la manera en que armaba los equipos para los partidos de los días sábados, ya que no siempre jugaban los mejores. El hijo del carnicero tenía el puesto asegurado, según se decía más de una vez el padre del chico le hacía llegar los matambres más tiernos de su carnicería, aun cuando el hijo era un verdadero mondongo en el arco, solo se sabía si estaba de frente o de espalda por el uno en su buzo gris. Como también jugaba sin ser nunca sustituido el hijo del dueño de la casa de deportes más importante de la ciudad. Por supuesto, en ella se vestía con los equipos deportivos de última moda sin desembolsar una sola moneda. La cinta de capitán siempre la llevó inmerecidamente el número cinco, mal compañero y peor jugador, pero claro, su mamá era la peluquera que atendía a la esposa de Marciano Salvatierra, a la que no le abonaba ninguna tintura ni planchita para su cabello. Pero el sumun de lo incomprensible era el pibe que jugaba de centro delantero, el “goleador” del equipo (3 goles en 28 partidos en el año, dos de penal), el hijo del dueño de la concesionaria en el que Marciano había “comprado” su último automóvil.


Entonces aquello de las dudas por su honestidad, de lo sobornable que parecía que había sido como jugador, se habían instalado también en los distintos puestos que siguió ocupando, en este caso como DT en las divisiones inferiores.


Durante su paso por la barra brava era el encargado de la contratación de los micros para viajar. No solo le cobraba sus partes a cada hincha, sino que “solicitaba” aportes a los jugadores y dirigentes para alentar “con el corazón y sin ningún otro interés por los colores (de los billetes) de su querida camiseta aurinegra”, quedándole una gran ganga en los partidos de visitantes.


Como canchero entre diversas tareas que llevaba a cabo, la de marcar la cancha era una de las más importantes. Por lo tanto ponía mucho énfasis en la cuestión. Se encargaba de comprar la cal para hacer correctamente la tarea, pero claro, como no podía ser de otra manera, la cantidad de bolsas que compraba le terminó alcanzando para terminar su fastuoso quincho en el fondo de su quinta. Luego de esto, cambió el sistema de marcado, dejando la cal de lado para hacerla con pintura sintética, pudiendo de esta manera pintar, más de una vez, su casa.


A pesar de tantos “sin sabores” cerca de la redonda (por supuesto, cuando jugaba, ya que fuera de la cancha solo recibió beneficios), decidió terminar su relación con la pelota en los roles mencionados e inició inmediatamente su carrera como árbitro. Sí, uno de los más denigrantes trabajos que alguien puede desempeñar relacionado al futbol. El otro es el de policía.


Ser árbitro es ponerse en tela de juicio cada domingo, cada partido en el que tenga que impartir justicia. Nunca los protagonistas quedarán conforme con la actuación de un árbitro. Menos las parcialidades. Ganen o pierdan. Y dentro de ese inconformismo la salida más fácil es decir que el árbitro es un vendido, un corrupto, que arregla partidos por dos mangos e infinidades de cosas, que pueden ser ciertas, pero jamás comprobables.


Aparte de árbitro, y de todas sus actividades en el fútbol, Marciano Salvatierra tenía una numerosa familia conformada por su señora, Julia Esperanza, tres hijas mujeres, Julia Gloria, Julia Paz y la más chica, Julia Dora Salvatierra, la más simpática, al menos es lo que se decía en el vestuario del club. Tal vez por la onomatopeya de su nombre.


Cuatro varones completaban la numerosa familia Salvatierra, entre los cuales estaban los trillizos. Los famosos trillizos Salvatierra. Cristiano, Ciriaco y Crisanto Salvatierra. El cuarto varón era Santos Julio Salvatierra, más conocido como el Tupamaru (¿?)


Todos sus hijos fueron deportistas o relacionados directamente con actividades deportivas. Las dos Julias más grandes eran muy hábiles en lo de las telas, una nueva actividad que se estaba desarrollando en el club. En cambio Julia Dora, sin tanta destreza para las telas, estaba en el grupo de las porristas y en poco tiempo se transformó en una de las más ovacionadas por la hinchada.


Sus cuatro hijos fueron jugadores de fútbol con un poco más de suerte que su padre y cierta honorabilidad también. El muy devoto Santos Julio, repartía sus fines de semanas entre el fútbol y la religión, ya que estaba transitando el camino hacia los hábitos como sacerdote para transformarse en el Padre Santos Julio Salvatierra.


Los trillizos estuvieron siempre a full con el deporte y poco hicieron por terminar sus estudios o conseguir un trabajo digno, total, como siempre decía su padre Marciano, al final del camino los encontrarán a la derecha del señor gracias a la colaboración de su hermano mayor, el presbítero Santos Julio Salvatierra.


Así se encontraba conformada la familia del corrupto señor árbitro, Marciano Salvatierra, que gracias a “sus indiscutibles actuaciones”, fue trepando, como no podía ser de otra manera, hasta posicionarse como uno de los árbitros “más potables” si se quería lograr un triunfo determinante. Su vertiginosa carrera como mediador de la justicia deportiva fue muy difícil de comprender o mejor dicho, muy complicado en poder comprobar tal escalada en el ranking arbitral.


Entonces nadie dudaba que en los partidos difíciles sería nombrado él para impartir justicia (o injusticia, depende en qué lugar uno se podría encontrar) Por supuesto que esto se debía a la permanente e inescrupulosa colaboración del presidente de su asociación de árbitros, la AAACF (Asociación Argentina de Árbitros Confiables de Fútbol), a lo que mucho interpretaban por esas siglas como Agrupación de Árbitros Altamente Corruptos y Financiados.


Marciano Salvatierra comenzó dirigiendo divisiones menores hasta que a la vuelta de su primera temporada y gracias a los beneficios que le otorgaban y amparaban los dirigentes de los clubes más importantes, lo situaron en árbitro de Primera División Nacional. Estaba muy bien posicionado dirigiendo Nacional B, la segunda categoría del fútbol argentino. En apenas dos años llegó a ser internacional gracias a sus relaciones en la CONMEBOL, y por ende, en la FIFA. Mucho se dijo de su amistad, nunca negada, con Don Julio que fue visto en varias oportunidades junto a Marciano Salvatierra pescando carpas en el arroyo de Álvarez o “cazando” lechones encerrados por la zona rural del paraje de La Quemada.


La desventaja que tuvo en su carrera fue que comenzó de grande en el arbitraje, por lo que solo pudo dirigir dos años como internacional, pero con la suficiente suerte de poder hacerlo en el Mundial 2014, en nuestro querido país hermano, Brasil.


En ese mundial tuvo la “fortuna” de arbitrar aquel famoso Brasil 1 Alemania 7. Luego del catastrófico resultado la mayoría de la torcida local acusó a Marciano Salvatierra, más siendo argentino, por tremenda derrota histórica. Luego se supo que fue todo lo contrario, ya que gracias a Salvatierra, euros y reales de por medio facilitados en el entretiempo por el presidente de la CBF, el resultado no fue más denigrante para los brazucas. Luego del partido y ya en el vestuario, todos saludaron y agradecieron a Marciano porque gracias a él los alemanes no le habían propinado una docena de goles.


Luego, en off, en una radio carioca, mientras disfrutaba en la playa de Copacabana con una pequeña zunga verdeamarella, se supo que Salvatierra había declarado: “si no los dirigía, los brasileros se comían quince con los europeos”.


Luego de su actuación mundialista, Marciano Salvatierra volvió a dirigir en sus pagos, en la Liga que lo vio nacer, la LRFSF. Antes fue galardonado por las máximas autoridades del arbitraje argentino con la condecoración intransigente a la Honestidad, Justicia y Ética Deportiva (sic).


Sus años le habían dado experiencia y autoridad pero debido a una várice debajo de su ojo derecho no podía… ¡correr muy bien! (¿?) y mucho, según él. Por este motivo prácticamente no salía del círculo central y pitazo va pitazo viene, los equipos casi no llegaban a las áreas para que el partido “no se le fuera del alcance de las manos”. Solo salía del círculo central cuando jugaba en la cancha de su club, el Marítimo, debido a aquellas hormigas que se mantenían firmes en su gigante hormiguero como extrañando a aquel canchero que las solía alimentar con kilos de azúcar. Se decía que esas hormigas habían llegado a pesar hasta setecientos gramos por lo que cuando salían del fondo del hormiguero se hacía muy complicado gambetearlas.


Justo en esa cancha que lo viera iniciar con sus andanzas, una recordada e inolvidable tarde dirigiría su último partido como juez principal del encuentro.


El destino quiso que se jugara el partido final del Torneo Campeonato entre el equipo local, el club de toda su vida los aurinegros del Barrio Norte, el Club Deportivo Intelectual Marítimo, contra el Club Atlético Fútbol y Patín de la vecina localidad de El Embudo.


En el equipo local jugaban sus tres hijos, los trillizos Cristiano, Ciriaco y Crisanto. Su cuarto hijo, Santos Julio, que ejercía como cura en la parroquia de la ciudad, también se encontraba en el estadio ya que había sido convocado por el presidente del club local para que bendijera las nuevas camisetas que utilizaría el equipo local, aquellas negras y amarillas a bastones.


Su hija Julia Dora también estaba involucrada, ya que se había afianzado como botinera, y no precisamente por lustrar los botines sino por conceder diversos favores a los jugadores del equipo de la reserva local. Julia Dora tenía muy claro que no se podía enredar con los de primera ya que sus hermanos trillizos jugaban en el equipo. De la Julia Dora se podían decir diversas cosas, algunas por envidia, lo que no se podía decir era que no tenía códigos.


Entonces el panorama era el siguiente, en la final de la Liga en el equipo local estaban embrollados varios Salvatierra a saber: jugadores, cura y botinera. El partido, “casualmente”, sería dirigido por su padre, Marciano Salvatierra, de una casi intachable carrera como árbitro, solo algunas infundadas dudas alrededor de él por sus polémicos fallos y actuaciones, lo ponían en tela de juicio.


Según comentó Salvatierra muchos años después, había sido tentado por el presidente del equipo de El Embudo para lograr fallos que le posibilitaran quedarse con el campeonato. Pero nada de eso ocurrió en definitiva, ya que el club de sus amores logró “me-re-ci-da-men-te” el campeonato.


De este logro fue testigo la mitad de la ciudad que acudió a aquella definición, la otra mitad pertenecía al clásico rival y hacía fuerza en contra para que perdiera, ya que un triunfo de los aurinegros los depositaria en la tan temida categoría de la “B”. Todos los espectadores eran locales porque la parcialidad visitante, como se acostumbra hasta estos días, no podía concurrir.


El partido fue de trámite intenso, así declararon los jugadores. Las acciones se repartieron, es lo que escuché del cura Salvatierra, dispuesto en todo momento a salvar al club de sus hermanos con sus ruegos y plegarias.


“Se pararon de contragolpe, se metieron en su área”, manifestó a los medios el DT de la visita, pero nunca se quejó del penal que cobró Marciano Salvatierra. “Estuvo bien cobrado”, continuó frente a los micrófonos en la conferencia de prensa. “Es más, nos salvamos que nos echara el arquero por la infracción que cometió como último hombre, o mejor dicho, interrumpió una acción manifiesta de gol” (toma para vos, eso es saber declarar). Para terminar diciendo y sembrando un manto de dudas con sus siguientes palabras, “la ejecución, me pareció que fue un tanto desprolija y posiblemente fuimos un poco perjudicados, pero bueno, tendremos revancha el próximo año”. Un caballero el tipo, más aún luego de averiguar cómo había sido ejecutado aquel penal.


La ejecución de aquel famoso penal quedó en la historia del futbol, no solo regional, sino mundial, por la participación del árbitro Marciano Salvatierra, más que por el penal en sí mismo.


Un reportero que estaba apostado detrás del arco en que se ejecutó la pena máxima, me transfirió su mirada sobre el hecho. El relato de mi colega fue el siguiente:


“El penal estuvo muy bien cobrado, te digo más, debió expulsar al arquero de la visita, pero creo que no lo hizo porque estaban jugando el quinto minuto que había adicionado al tiempo reglamentario. Solo por eso. Se patearía el penal y terminaba el partido. El asignado a patearlo era el arquero del equipo local, uno de los trillizos Salvatierra, Crisanto si mal no recuerdo. Y lo pateó. Su disparo dio en el travesaño, pero el árbitro lo hizo ejecutar nuevamente esgrimiendo invasión de los jugadores visitantes, que a decir verdad, desde atrás del arco no lo puedo aseverar. Se quejaron un poco, pero aceptaron la medida. El arquero visitante era muy penalero y se comentaba que había atajado diecisiete penales a lo largo de la temporada (muchos en los entrenamientos, por supuesto), entonces era una buena oportunidad para demostrar su capacidad goicochereana.


El trillizo arquero arrugó y no quiso patearlo nuevamente, entonces se lo cedió a su otro trillizo, a Cristiano, que lo ejecutó de una manera tan pronunciada que el arquero, demostrando ahora sí su capacidad penalera, no tuvo inconvenientes para quedarse con la pelota entre sus manos. Pero nuevamente el árbitro anuló la ejecución diciendo esta vez que el arquero se había adelantado ¡15 centímetros! según se pudo constatar en el video rec y por tal motivo nadie del equipo visitante reclamó. Salvo algún tibio altercado del utilero del Club Fútbol y Patín que le arrojó agua al cuarto árbitro”.


Pero esto no fue nada comparando con lo que siguió relatando el fotógrafo con respecto al recordado penal.


“La tercera ejecución fue depositada en los pies del tercer mellizo, Ciriaco Salvatierra. Era técnicamente el más rústico de los tres, y de todo su equipo, pero confianza noté que le sobraba. Puso la pelota en el manchón blanco de los doce pasos y hacía ella fue con una fiereza inusitada, su cara se había transformado de una manera que daba miedo mirándolo desde atrás de la red. Todos imaginábamos que le iba a pegar fuerte al medio ya que el arquero era de jugársela hacia uno de sus costados. Y fue así nomás que Ciriaco le pegó con tanta fuerza que las venas de su cuello se hincharon de una manera nunca vista antes en un ser humano, pero inconcebiblemente la pelota no recorrió más de cinco metros, ¡no llegó a ingresar al área menor!”.


El fotógrafo continuaba ensimismado en el relato de aquel fatídico penal que parecía que nunca tendría final.


“El público no sabía qué había pasado ya que estaban demasiado lejos debido a la pista de atletismo que los separaba del campo de juego. Luego se enteraron que al pegarle al balón, Ciriaco no se dio cuenta que se le cruzaba un quirquincho de esos que solo aparecían los días domingos por la tarde y que pocos habían podido ver alguna vez. Por tal razón lo que llegó a las manos del arquero no fue la pelota sino el pobre bicho del duro caparazón”.


“Todos pensaban que terminaría ahí, pero no. Marciano Salvatierra árbitro del encuentro pero más padre de sus trillizos, anuló la ejecución diciendo que él no había dado la orden, que había sido un silbato de la tribuna. ¡La que se armó ahí! Empujones, punta pies, todos contra la humanidad del hombre de negro que esa tarde lucía de verde para no confundirse con la camiseta aurinegra de los locales”.


Pero decime, se suspendió el partido, le pregunté al comentarista circunstancial.


“Para nada, dijo el veraz narrador, el mismo Marciano colocó la pelota en el punto penal para que sea ejecutado por cuarta vez. Era algo inconcebible, pero hasta ese momento todo legal, nunca se había apartado del reglamento. Primero por la invasión, luego por el adelantamiento del arquero, y por tercera y penúltima vez, por la orden que él no había dado. Ya nadie tenía dudas que se trataba de un penal maldito”.


A esa altura del relato el gordo fotógrafo se había tomado su tercera cerveza para tratar de finalizar con el relato que me tenía sentado en el borde de la silla.


“Al cuarto penal no lo quería patear nadie, estaban todos en estado de pánico por miedo a errarlo y perder el campeonato, ya que el empate le daba el triunfo al equipo visitante y por consiguiente, darían la vuelta olímpica en la cancha del local. Los jugadores del Marítimo tenían sus piernas entumecidas, habían entrado en estado de pavor aterrorizados por lo que podría suceder. En un momento dado se vio el ingreso de Santos Julio Salvatierra, sí ¡el cura de la ciudad! Con paso firme y revoleando la negra sotana se plantó frente a la pelota, dijo unas oraciones y bendijo la numero cinco, como exorcizándola, tomó carrera y le pegó a la pelota, de tal manera, que entró ajustadamente, como pidiendo permiso, en el ángulo superior derecho. Golazo, inalcanzable, ni tres arqueros lo hubiesen atajado”.


Me imagino el quilombo que se habrá armado luego de aquella situación imposible de comprender, insostenible de argumentar, fuera de toda legalidad, le acoté.


“Es cierto el lío que se armó, ya que invadieron la cancha los hinchas visitantes, que no habían ingresado como tales, sino como neutrales. El Comité Ejecutivo convalidó el penal y por consiguiente el campeonato para los marineros, tal el mote del equipo local. Ellos argumentaron que el pateador se mantenía fichado en el club del que debía ejecutar la pena máxima, por lo tanto estaba habilitado, y más, por la envestidura que llevaba y que representaba ni más ni menos que a nuestro Papa Francisco, tan futbolero, o más, que cada jugador de nuestra selección nacional.”…


Con el tiempo crucé a los trillizos en la plaza del pueblo que iban acompañando a su padre Marciano Salvatierra, que con una mano se agarraba de uno de sus hijos y con la otra llevaba un bastón blanco, sinónimo de la ceguera con la que había quedado luego de la paliza que le dieron aquella tarde, en la que por primera vez nada tuvo que ver ya que se había ajustado a la fría letra del reglamento pero sus antecedentes de árbitro sobornable, lo condenaron.


Él desmentía que la ceguera había sido por la golpiza en aquella tarde del penal maldito, como se lo sigue recordando a aquella sanción técnica contemplada en la Regla 14°. Marciano sigue sosteniendo que se le había reventado aquella conocida várice debajo de uno de sus ojos.


Muy poco era lo que podía ver, y a veces solo lo que le convenía, de igual manera que cuando arbitraba. Se comenta que ahora estaría incursionando en el equipo de los Murciélagos, nuestra Selección Nacional de Fútbol para ciegos, en la que sacaría cierta ventaja, como siempre, ya que fue declarado ciego para poder cobrar la pensión pero algo siempre podía espiar.


“Había que entenderlo, pero Marciano Salvatierra, es el segundo mejor árbitro que vi dirigir en el mundo”. (Textuales palabras del presidente de la LRFSF registradas por el periodista Fernando Jesús, en un periódico local)


Coincidí plenamente con estas palabras, es más, podría agregar y asegurar, que Marciano Salvatierra, y toda su familia, eran almas de otro planeta.

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