La radio, con la voz del periodista Fabbri entrecortada por la emoción, dice que ascendió Platense y no hace más que devolverme a los años ’70, instalarme en mi pavota adolescencia, cuando juntábamos figuritas para llenar los álbumes. Aquellas figuritas que nos hacían conocer a todos los jugadores que jugaban los campeonatos Metropolitanos. Cierro los ojos, y siento el olor a plasticola, también a engrudo, con lo que pegábamos los cracks del momento. Aquellas figuritas eran veneradas como estampitas de santos jugadores.
Llenar un álbum tenía su costo, no solo económico, sino también moral y afectivo. Completar aquellas páginas con círculos en blanco esperando que las figuritas sean pegadas, tenía un premio extra, sumada a la satisfacción de haberlo logrado, que no era otro que cambiarlo en el comercio donde comprábamos los paquetitos de figuritas por el premio mayor, una pelota #5, ¡de cuero!
Mi economía, bueno, la de mis padres, no daba para que pudiera comprar tantos sobrecitos con figuritas para pretender completar el álbum, por tal motivo, siempre intentábamos llegar a la #5 con un álbum comunitario, digamos. Comprábamos un álbum entre todos los chicos de la esquina, y de esa manera juntábamos para llenarlo entre el aporte de todos.
Los chicos de la esquina, todos muy futboleros, devotos y practicantes de esta religión, incluía al Víctor, al Ratón, Charly, el Negro Attele, el Beto, la Chueca (que nunca fue el Chueco), y Limón, quien tenía un quiosco, su padre, entonces “conseguíamos” sobres de figuritas de manera “adicional”.
En aquella esquina, casi me olvidaba, también se agregaba a diario la hermana del Víctor, un años menor que mi amigo, al que seguía a sol y a sombra, y muchas veces no lo dejaban salir sino llevaba a su hermana.
La Mirta, así, siempre con el artículo, era una más de la barra, con posibilidad de opinar de lo que sea, pero no tenía voto a la hora de tener que definir algunas cuestiones, como por ejemplo, elegir el rival para los sábados en la canchita de nuestro barrio; tampoco era escuchada si ella se negaba ir al arco, u opinar si su hermano, el Víctor, jugaba de central, o marcando la punta derecha.
Sí tenía incidencia a la hora de decidir si comprábamos Fanta o Coca, masitas vainillas o las de tapitas rellenas.
La Mirta era una más en la esquina a la hora de jugar a las escondidas o a los cowboy. La Mirta pudo haber sido el Juan, pero nació mujer, entonces era la Mirta, que para nosotros era uno más, nunca hicimos diferencia, salvo en los casos mencionados. La Mirta siempre jugaba de volante central, mejor que varios de nosotros, pero que cuando no venía Tarrito, el arquero, ahí sí, todos los votos eran para que ella ocupara ese puesto con sus guantes de lana, aun sabiendo lo bien que jugaba al centro. La Mirta tenía nuestra “misma boca” a la hora de putear un árbitro, como también para silbar al carro de la churrera.
Nunca le pudimos ver las rodillas a la Mirta, siempre de pantalones largos, hasta para jugar a la pelota. Poco favorecida con la belleza, pero de ojos celeste, y de cabello cortito como el mariscal de Racing. Con escasos gestos femeninos, los que hacía rato había perdido en aquella esquina de juntadas de varones, hablando de pelotas, y nunca de muñecas.
Cierta tarde, Limón dijo que nos quedaba una semana para completar el álbum, llenarlo, y así poder reclamar la #5 de cuero.
Lo teníamos prácticamente pleno, solo nos faltaba la figurita del aquero de un equipo menor, Platense. Digo menor porque Platense no representaba a ninguno de los que nos juntábamos en aquella esquina. Ni siquiera en mi pueblo había un hincha de Platense. Mi papá, tanguero como pocos, me supo decir que el único hincha conocido de ese equipo, era el Polaco Goyeneche. Imagínense entonces, que un polaco, de allá, de Polonia, era el hincha conocido, cómo podríamos nosotros interesarnos en Platense.
Topini, él era la figurita que nos faltaba. Un ignoto para nosotros, hinchas de los cuadros grandes. Topini era la que necesitábamos para completar el álbum. Enrique José Topini, así se llamaba la figurita difícil del guardavalla de Platense.
Una siesta en aquella esquina, una de las últimas que nos quedaban para maquinar como conseguir la figurita difícil con la cara de Topini, Víctor llegó sorpresivamente sin su hermana, pero sí con su perro Cascote. Víctor se sentó, y permaneció llamativamente en silencio por un largo rato, hasta que abrió su bocaza.
-Yo sé quien tiene la figurita que nos falta, dijo Víctor.
*¿La de Topini?, preguntó el Negro Attele exaltado.
-Sí, respondió Víctor.
*¿Quién?, casi de manera coral le preguntamos, acercándonos un poco más a Víctor, hasta ponernos cara a cara para que se dejara de misterios.
-La Mirta, mi hermana, contestó casi lamentándose por ese disgusto.
*Y bueno, entonces ya está, completamos el álbum, sentenció la Chueca. Que la traiga, la pegamos, y cobramos en el quiosco de Limón la #5 de cuero.
-La Mirta no tiene problemas, pero exige algunas condiciones.
*¿¡Condiciones, quién se cree esa piba para ponernos condiciones a nosotros!? Encima es dos años más chica, se despachó el Negro Attele, muy enojado.
* ¿Qué pretende la Mirta?, se interesó Charly.
-Quiere participar en todas las decisiones, no solo para la compra de la Fanta o la Coca, sino en el armado del equipo.
*Bueno, por mí no hay problemas, dijo el Beto, a lo que todos asistieron afirmativamente con un movimiento de cabeza.
-Hay algo más, dijo el Víctor, apesadumbrado y en voz baja.
*¿Qué más quiere la mocosa?, preguntó el Ratón.
-La Mirta quiere que vos, Ratón, por un mes, seas el novio. Ella quiere que comentemos en la escuela, y en los partidos que jugamos los sábados, que el Ratón y la Mirta son novios.
*¡Ni loco! Dijo el Ratón, poniéndose de pie, con decididas intenciones de irse de la esquina.
-Un mes, solo un mes Ratón, suplicó el Víctor, imaginando el álbum completo para ir a reclamar la #5.
*Dale Ratón, si es para que digamos que están de novios, no para que se paseen en la plaza, ¡ni siquiera para que la beses!, pensá en la #5 de cuero, le rogo Limón.
Completamos el álbum gracias al resignado consentimiento del Ratón para el pedido de la Mirta, y al sábado siguiente jugamos en nuestra canchita con la flamante #5 de cuero gracias a Topini que ya estaba estampado en al álbum.
La Mirta no fue ese sábado a jugar, tampoco la vimos más por nuestra esquina.
Volvimos a ver a la Mirta varios meses después, un domingo a la tarde en el parque de diversiones que había llegado al pueblo. La Mirta estaba irreconocible. Tenía el cabello largo, con dos colitas, y pudimos verle las rodillas, porque ahora llevaba un vestido rocita.
Pudimos verle las rodillas de aquellas piernas que hacían maravillas en la mitad de cancha.
Volvimos a ver a la Mirta aquella tarde en el parque, de la mano del Ratón.
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