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  • Foto del escritorPato Ramón

Las noches de las reposeras

Actualizado: 25 jun 2020

En aquellas noches de verano salíamos al patio con las reposeras, y nos poníamos a mirar el cielo. Ese oscuro cielo que hacía que las estrellas estuvieran al alcance de la mano.


Increíble, las estrellas se nos caían encima, y la magnitud del silencio nos abrazaba.

La luna estaba cuernos abajo, en cuarto creciente. Teniamos tanta imaginación, que a esa luna la transformábamos en un arco para jugar al gol entra, o un cinco contra cinco.


Las Tres Marías siempre jugaban en el equipo de mi papá, porque decía que eran mis dos hermanas y mi mamá. A mí me dejaba las más chiquitas, “porque tenes mejor vista, me sabía decir, pero ojo, eh, los chiquitos son los mejores, sino, mira a Garrincha, la Chacha Villagra, o al Pichi Escudero”.


“Es un partido muy táctico el que estamos jugando, les falta un poco de movimiento a estos jugadores”, me comentaba. Entonces comenzábamos a mover las cabezas, de un lado para el otro.


Eran largos partidos en esas interminables y silenciosas noches, en las que de vez en cuando se escuchaba llorar algún pulgoso perro callejero. De tal manera aullaba que imaginábamos el grito de gol de algún viejo relator de radio que estaba siguiendo nuestro partido, ¡vaya uno a saber desde que cabina de transmisión! Para nosotros ese aullido era como la furia que se desataba en las tribunas por algún gol del Puma Morete, Humberto Bravo, o capaz que del Matador Kempes, cuando vestía la camiseta de La Gloria.


Otras noches había mosquitos que no los podíamos ahuyentar con la ramita de laurel, o con los espirales que se terminaban antes que nuestros partidos, entonces quemaba un pedazo de trapo que terminaba haciendo tanto humo, que debíamos suspender el partido porque la humareda no nos dejaba ver la cancha cósmica.


¡Como discutimos una noche! me cobro un gol en contra, le discutía que no era mío el jugador que había tocado último la pelota. “Pero sí, fue en contra”, me explicaba pausadamente, y con toda su sabiduría, “no te diste cuenta porque se te cruzó un bichito de luz, y seguramente te encandiló. Uno acero a mí”.


Las primeras noches del otoño nos seguía encontrando afuera, siempre en las reposeras. Pero claro, el fresco de la noche se hacía sentir, por eso mi hermana nos alcanzaba una frazada para que, “el partido no se suspenda”.


La brisa ya comenzaba a hacer viajar a las primeras hojas débiles que vagaban por el aire, desde los olmos de la vereda, pasando frente a nuestros ojos sin destino cierto, y ahí mi papá salía con alguna de sus deliciosas frases que nunca olvido, “apurate hijo que los equipos están entrando a la cancha, fíjate los miles de papelitos que están tirado las hinchadas”.


¡Qué noches que pasábamos ahí afuera!, solo los dos, con todo el firmamento para nosotros, con nuestra creatividad y fantasía para ver un cielo hecho cancha, en la que solo nosotros podíamos ver aquellos partidos que terminaban cuando el sueño me vencía, o tal vez cuando el canto de algún grillo que nunca se hacía ver, lo daba por finalizado, sin siquiera un minuto de descuento.


Despertaba al otro días en mi cama sabiendo que mi papá me había traído en brazos para que me durmiera; y ni bien abría un ojo, corría a buscarlo para preguntarle, “¿cómo terminamos anoche, papi? “Me ganaste de nuevo hijo, pero esta vez, solo uno a cero, pero… ¡qué golazo hiciste!!!”.


Cómo no te voy a extrañar, si fuiste mi primer y mejor maestro, que si algo se la pelota, todo te lo debo a vos.


Esta noche jugamos el clásico, sacaré las dos reposeras, aunque una estará vacía. Sé que estás dando vueltas por allá arriba, y seguramente me darás otro de esos pase magistrales con tu sello para que hagamos el gol de nuestras vidas. Pero esta vez, jugando para el mismo equipo, aquel que hiciste en el barrio, el equipo de Pampa Norte.


¡Qué lindo que se puso el cielo!, ahora las Tres Marías juegan en mi equipo, más “tus dos luceros verdes” que algún día volverán a verme, como cada noche cuando nos sentábamos en las reposeras y pedíamos un deseo a las estrellas fugaces que caían, y que no era otro, que siempre estaremos juntos.

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