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  • Foto del escritorPato Ramón

Los cambiables de Carlitos

Los cambiables de Carlitos

Antes no importaba lo que tenías puesto en los pies, el tema era jugar a la pelota. ¿Vos te crees que me fijaba si tenía botines, o si la marca de las zapatillas eran Flecha, Golazo o Pampero?, naaa, para nada, el tema, te repito, era jugar, darle y darle a la redonda.


Hasta sabía ver algún wing arisco que se aguantaba los pisotones por jugar descalzo, con tal de jugar. O algún objeto no identificado que no era otra cosa que una alpargata mal atada que volaba luego de un centro preciso. El fin era siempre el mismo, no quedar afuera de ningún picado.


Con apenas cinco años recibí mis primeros, y único, botines que me compraron, eran los famosos Sacachispas. Tenían suela de caucho con tapones rectangulares, de cordones blancos, con un ojal en el talón para pasar la atadura. Estaba en jardín de infantes, solo tenía cinco años, y los usaba más que al cepillo de dientes.

Estos botines eran unos adelantados, no solo para la época, sino, pueden Uds. comparar con los sofisticados botines de la pipa que usan las megas estrellas en la actualidad y verán el parecido en la forma de la “tobillera”, y como la capellada va bien arriba del pie.


Durante la primaria siempre eran zapatillas Pampero, y como lujo, algún par de Flecha azules, las blancas se ensuciaban mucho, y eran más para las mujeres, aunque eran más copadas, por su tirita roja en el costado de la suela.

La diferencia era que las segundas, las Flecha, tenían puntera, y por lo tanto, entre los beneficios que ofrecía esa puntera, era la durabilidad, la posibilidad de pegarle un “puntazo” que hacía viborear la pelota, y los más importante, con una patadita al rival le dejabas marcados los “dientes” de la puntera.


Para los padres, lo más importante en una zapatilla, era el tiempo que nos duraba, y con las Pampero, el dedo gordo, aparecía a corto plazo, más si las uñas no eran cortadas muy seguidas.


Con el ingreso al secundario aparecieron las zapatillas de cuero, entre las que me acuerdo haber usado unas Yaguar, y sobre todo, las Golazo, una burda imitación a las alemanas, la marca de las tres tiras, pero aquellas tenían cuatro, por lo que las cargadas irónicas de algunos compañeros, te herían con la mayor crueldad, cuando comenzaban a contar las tiras,…una, dos, tres y cuatro, y terminaban diciendo irónicamente,…”ah, no son Adidas, las confundí”.


Las Golazo me dieron resultado, no por la cantidad de goles que marcaba precisamente, sino por lo que me duraban. Recuerdo unas negras con las cuatro tiras de color roja que las usaba de lunes a lunes, día y noche; para ir a la escuela, la iglesia o hacer los mandados a mi madre. Para andar en aquella recordada bici azul Randall y que además, la frenaba con la suela de mis Golazo, provocando dos cosas, el desgaste de la suela y la adrenalina de sentir como la cubierta frenada se arrastraba en las calles arenosas de mi pueblo.


Las zapatillas teutonas eran un sueño, pero inalcanzables en esos días. Las sabía ver en las propagandas de las revistas deportivas como El Gráfico o la Goles. Aquellas primeras que aparecieron eran el modelo Rom, blancas con tiras azules, rojas o verdes, un lujo que mi amigo Tarsicio se podía dar.


Era la época que se jugaba el Mundial 1974, precisamente en Alemania, a la postre campeón, con un recordado subcampeón como La Naranja Mecánica de Holanda, del genial flaco Cruyff. Ahí veíamos a casi todos los jugadores con botines Adidas, solo algunos argentinos que jugaban en el Viejo Continente usaban los de marca Interminables, que los compraban en nuestro país, “porque en Europa no se consiguen”, según el comercial del pelilargo Ratón Ayala (delantero de San Lorenzo – Atlético de Madrid). Estos botines Interminables luego se transformaron en Puma, por algún litigio comercial. Botines Puma, que llevo a la fama el único, el más grande, Diego, con su conocido modelo Borussia.


A los quince años ya había comenzado a jugar campeonatos con los “jugadores grandes”, los que jugaban en la primera del club; campeonatos relámpagos por plata, en el pueblo, y sobre todo, me buscaban para jugar en la colonia, en la zona rural, en donde podía sobresalir un poco más entre los “gringos”, no mucho menos patadura que yo.


Eran muy comunes los botines Sportlandia, todos negros, o con dos tiras blancas, los modelos más nuevos.

También estaban los Fulvence, “para jugadores fulvencedores”, como retumbaba en los comerciales de Radio Rivadavia, y los Fulvencitos, “para los jugadorcitos”. Nunca use esa marca, ni los Real; como tampoco los Rolanditos, los que usaba el marcador central del Cosmo, Pepo.


¿Y los de plásticos? Uff…, de terror, no solo por lo duro que eran, sino, por el olor a pata que le dejaban al usuario. Parecía que se calentaban, levantaban temperatura, por tal motivo hacían traspirar más el pie, y por consiguiente el aumento al hedor tan desagradable.


Los primeros Adidas que aparecieron por acá eran el modelo La Plata, negro con tiras blancas. Luego llegaron los modelo Uruguay, con tiras amarillas y tapones fijos, los mismos que siempre usaba el loco Chento, un querido zurdo wing izquierdo, con mucho talento, potencia en su pegada y locuras por doquier; más de una vez no jugó algún partido porque no le habían comprado, los dirigentes del club, puntualmente ese modelo de tiras amarillas.


En esa etapa jugaba con unas Adidas negras con tiras rojas, mis segundas, las primeras fueron todas negras, incluidas las tiras, que solo las usé para ir a la escuela o “salir”.


No todos teníamos o usábamos botines, nada que ver, era un privilegio para los de nuestra clase económica. Algún amigo te los podía prestar, sino jugaba él, pero no pasaba de ahí, no tenía ilusiones, no me las podía hacer, en comprarme un par de botines.


Era tal la sensación de jugar con botines, que a veces hacías cualquier cosa para poder usarlos, aunque sean prestados, te sentías un “jugador en serio, completo”

Y si no, que te lo cuente el amigo Luis, Kelochen, que siempre andaba pidiendo botines para jugar, y cuando aparecía algún comedido para prestárselo, este le preguntaba de que número calzaba, a lo que el popular Kelo contestaba, “cualquier número, entre 38y 43”. El tema era jugar con botines, que personaje.


También me solían prestar botines para jugar, y recuerdo ahora a mi migo Carlitos, que jugaba como número nueve, y había tenido la suerte que le compraran unos botines de última generación, para esos años. Eran unos Adidas con tiras amarillas, ya eso era una novedad, pero lo más espectacular era la suela. Los botines convencionales venían con trece tapones, que eran de plástico, goma o cuero, pero estos, estos…solo tenían seis tapones, ¡y eran de aluminio!

Los tapones eran cambiables, o sea, que si se gastaban, los podías cambiar porque eran enroscados, y el material lo hacían por momentos muy peligrosos, en caso de algún pisotón o una plancha fuera de lugar, un arma temeraria, según quien los usara.


Eran sensacionalmente espectaculares, pero, las canchas duras y la poca habilidad de mi amigo, por ahí se transformaban en artefactos difícil de controlar. Todo cambiaba cuando el piso estaba blando, o la cancha tenía mucho pasto.

La cosa era que me moría por jugar con esos botines, así que cada tanto le insinuaba que me los prestara, él lo hacía, no tenía problemas, siempre que él no participara de los partidos, cosa que era frecuente porque no sobresalía entre nosotros.


Cuando me invitaban a jugar a los campeonatos “de campo”, les decía que no tenía problemas en ir, pero le tenían que hacer lugar a mi amigo Carlitos, cosa que también aceptaban, sobre todo, porque no lo conocían.

Ponía la condición de que tenía que ir mi amigo a jugar, por el hecho de asegurarme el uso de sus botines.

Muchas veces él estaba en el banco de los suplentes y no jugaba ni un minuto y yo con sus botines; otras veces jugábamos medio tiempo cada uno para poder usar los dos, sus botines. Él era zurdo, yo derecho, asi que se gastaban parejos.


Una vez sucedió algo insólito que nunca nos había pasado. Éramos solo once en el equipo, o sea, no teníamos suplente, entonces los dos teníamos que jugar de titular, y ahí se presentó el problema, ¿quién usaba los botines?

Los timbos eran de él, entonces no podía abusar de su permanente generosidad que siempre tenía para conmigo, en prestarme sus Adidas cambiables.

Me disponía a jugar con mis zapatillas de todos los días, y antes de entrar a la cancha, Carlitos, mi amigo, se sacó el botín derecho y me dijo que lo usara, total él era zurdo y nunca le pegaba con la derecha.

Los dos jugamos con un botín cada uno, y nada fue eso, el hizo un gol olímpico con su zurda, y con mi derecho, hice un gol de taquito.


Creer o reventar, pero real. Ah, me olvidaba, el gol mío fue en contra, pequeño detalle.

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