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Foto del escritorPato Ramón

Los goles que jamás vi

Los goles que no vimos

Fue todo para mí, tío y padre.


Lamentablemente quede huérfano muy chiquito y gracia a mi tío, y solo gracias a él, es que pude seguir viviendo.

Gemelo de mi padre, tan parecido que impresionaba verlos juntos en una foto, que fue de la única manera que pude conocer a mi papá.

Nunca se casó, solterón, y tal vez por mí presencia no pudo formar su propia familia. Vaya uno a saber. Pero él dedico su vida a cuidarme, me dio todo, cariño, una casa, educación, organizaba mis cumpleaños, me llevaba a la escuela. Me enseñó a andar en bicicleta, a pegarle a la pelota, y hasta me regalo mi primer camiseta de fútbol, aquella roja, con un cinco blanco en la espalda, “el mismo número que usaba tu papá”, me supo decir.


Dos gotas de aguas, diría alguna vieja partera de ocasión. El mismo peinado a la gomina, para atrás, lisito, rubios de ojos verdes. Cómo Dios pudo haber hecho dos personas iguales, me sabía preguntar. Y la maestra catequista me supo explicar que Dios tiene todo planeado, los hizo iguales porque sabía que tu papá no estaría para cuidarte. Entonces hizo otro, a tu tío, igual a tu papá para que lo vieras a tu tío como si fuera tu papá.


Todas las historias que no pude vivir con mi papá, me las contó mi tío como si realmente hubiesen sucedido. Todas aquellas travesuras que no disfrute con mi papá, lo hice con mi tío.


Más futbolero que mi papá, aunque no tan bueno como él mismo me decía. Apasionado por la pelota, escuchaba todos los partidos, leía todos los semanarios deportivos, se sabía todas las formaciones de los equipos de Primera y del Ascenso, los que me los enseñaba de corrido, y cuando íbamos a hacer alguna compra me tomaba lección, “a ver, decime el Boca de Lorenzo del´76”, y yo repetía como un loro, -Gatti, Pernía, Sá, Mouzo y Tarantini, Benítez, Suñé y Ribolzi; Mastrangelo, Veglio y Felman. Y me daba once caramelos, once caramelos por haber dicho bien al equipo, caso contrario, me restaba en caramelos por cada error. Como sucedía también cuando tenía que nombrar al cinco de Independiente, el polaco Senegunich (bueno, Alejandro Semenewicz),

No me daba respiro, y sobre el pucho me preguntaba otra, “a ver, Quilmes campeón 1978, último partido en cancha de Rosario Central”. Y al toque le relataba como si fuera un corresponsal de radio, -Palacios, Zárate, Fanesi, Milozzi y Gaño; Bianchini, Gáspari, Salinas; el indio Gómez, Andreuchi y Milano. “Te equivocaste, me dijo, el Indio Gómez entró en el segundo tiempo, el titular fue Filardo, y los centrales eran, Milozzi de 2 y Fanesi de 6, me los dijiste al revés” Entonces me daba solo nueve caramelos por los dos errores.

¡¿Y cuando el tío estaba de mal humor?!!! Uhhh, me daba con un caño. Me tomaba lección, y comenzaba, “Alemania Campeón 1974…, la formación de Honduras 1982…”, y así. Con suerte rescataba uno o dos caramelos.


Pero no tengo más que palabras de agradecimiento para con él. Fui el hijo que nunca tuvo, y él, el padre que no pude conocer. El que me limpiaba los mocos, y me llevaba al jardín de infantes. El que me enseñó a atar mis primeros botines, aquellos Sacachispas y también a silbar. ÉL me llevo por primera vez a una “cancha en serio” de fútbol, la cancha de Talleres, para ver a los locales contra su Independiente de Bochini. “Su” Independiente, que también era el de su hermano, mi papá.


Fue mi tío el que me llevo a presentarme al servicio militar. El mismo que me enseñó a no fumar, cuando él se fumaba treinta cigarrillos negros sin filtro por día.


Pucha, como no quererlo, como lo quiero a mi tío. Tanto que se preocupo por mí, tanto que hizo y me enseño. Cómo no cuidarlo después de una vida juntos. Cómo no atenderlo hasta su último día si éramos el uno para el otro. Nos gustaban las mismas cosas. Teníamos la misma pasión, el fútbol.

Escuchábamos todos los partidos en aquella vieja radio que conservaba desde siempre. Después compró la tele, y no nos perdíamos partido que pasaran en ella. Dejo de llevarme al bar de Bimbo en donde los solíamos ver, tomando una Fanta, y el un vino blanco seco con limón.


Juntos, hasta el último día. Ahí estuve en su último día, en nuestro último día de tío y sobrino. Y no podía ser de otra manera aquella despedida, que no sea mirando un partido. Cómo lo voy a olvidar, imposible, si mi tío lo fue todo. Cómo lo voy a olvidar, si aquel partido quedó en la historia. Cómo lo voy a olvidar, si fue mi padre, y yo su hijo. Cómo los voy a olvidar a aquellos goles, si nunca los vi, pero los escuche.


Estaba muy enfermo ya. El cigarrillo había hecho todo el daño posible. Era junio, mes de su cumpleaños. Era junio, mes de mundiales. Estábamos para bienes. La placa en la pantalla de la tele informaba que en quince minutos comenzaba Argentina-Inglaterra. Solo leíamos porque la teníamos sin volumen, oíamos el audio de la radio, en la voz de un uruguayo que relataba como ninguno. “A los partidos hay que escucharlos”, sabía decirme mi tío.

Era domingo. Habíamos almorzado temprano, y estábamos tomando mate de sobremesa. Mate con grapa, como le gustaba más a él que a mí, pero lo acompañaba de todas maneras.


Un partido mediocre, cero a cero el primer tiempo, y mi tío pedía que entrara el Bocha. -Por quién le pregunte-. “Por cualquiera. Entra el Bocha y te inventa algo”

En el entretiempo mi tío comenzó con esa maldita tos que por las noches no lo dejaba tranquilo, no lo dejaba dormir. A mí tampoco.


Se levantó, a duras penas, y se fue al baño. Iban cinco minutos del descanso.

Había dejado la puerta entreabierta, y sin que me viera, pude espiarlo sentado en un banco, apoyado contra el lavatorio. A los diez minutos del entretiempo.


De repente escuche un ruido. Corrí hasta el baño. Mi tío se había caído. Iban quince minutos del descanso. Los equipos volverían a la cancha, pensé.

Mientras le apoyaba la espalda contra la pared, ya que no podía levantarlo, escuchaba al comentarista de la radio que el segundo tiempo había comenzado.

“Traeme agua me dijo”, fui a la cocina, pase corriendo frente a la tele y de reojo vi que iban 50´minutos (5 del segundo tiempo).


Volví al baño con el vaso de agua. Mi tío, mientras bebía el agua, me había agarrado de un brazo, muy fuerte, y de repente escuchamos,… gooooolllll de Argentina. Atine a ir a ver la repetición, pero mi tío no me soltó. Debía quedarme junto a él, después veríamos la repetición, me dije para mis adentros.

Mi tío cerró los ojos, y nunca me soltó el brazo. Pasaron tres, cuatro minutos tal vez, y de nuevo, ¡¡¡gooooooollllllllll de Argentina!!! gritaba el relator…, Barrilete Cósmico…, de qué planeta viniste!!! Escuchábamos los dos sentado en el frío piso del baño.


Ahí nos quedamos, escuchando el partido desde el baño. Mi tío me había soltado el brazo, yo lo tenía abrazado, casi no respiraba. En un momento el relator dice, “…ingresa Tapia por Burruchaga”, y mi tío dice, “te das cuenta, el Narigón mete al Chino Tapia y no lo pone al Bocha para que tenga la pelota…”

Parecía inconsciente, pero estaba al tanto de cada palabra que el uruguayo decía por la radio.

“Argentina doooooooos, ellos uno”, salía por el parlante de la radio.

Apague la tele. Acompañé a mi tío a su cama. Como pude lo acosté, lo tape. Había comenzado a hacer mucho frío, o era una rara sensación que estaba sintiendo. Le lleve la radio para que siguiera escuchando los comentarios, los reportajes, y las voces de los protagonistas. Era una jornada inolvidable para el fútbol argentino.


Mi tío se durmió.

Mi tío se durmió y nunca más despertó.


Nunca vimos aquel gol mentiroso, el de La Mano de Dios. Tampoco al que denominaron el Gol del Siglo.


Mi tío se fue con la idea que Bilardo no quería a Bochini. Se fue escuchando el triunfo más importante de toda la historia de la Selección Argentina.


Han pasado muchos años, y jamás vi aquellos goles. No merecía verlos, mi tío no los había visto, entonces ¿por qué yo podría verlos?

1/2020

@patoranon6

Pato Ramon

pato__ramon

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