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  • Foto del escritorPato Ramón

Nico, mi utilero

La suave brisa fría que soplaba desde la ruta, traía un sonido de lamento, era la sirena de la fábrica que indicaba que el turno “de 2 a 10”, había iniciado.


Nico encendió un nuevo cigarrillo esperando el 132 que lo llevara al estadio. Hacía diez minutos que esperaba el micro, su campera impermeable estaba toda empapada por la tenue llovizna en este triste sábado gris.


Su gorra, infaltable, le cubría sus lentes que de igual manera mostraban algunas gotas pegadas en los empañados cristales.


Era sábado, día de descanso para Nico, pero este era un sábado distinto. Un sábado gris y triste, pero lejos, más triste que gris. Era su último sábado y no quería desaprovecharlo durmiendo una siesta, aun cuando el día así lo ameritaba.


Era sábado gris, y estaba especial para quedarse en casa tomando mate con tortas fritas. Pero también erar un sábado triste, porque era su último sábado.


En la calle no andaba nadie, entonces pudo escuchar el motor del 132 a un par de cuadras de la parada en la que estaba Nico esperándolo. Tiro lo que quedaba del pucho y se trepo al estribo para ingresar al micro.


-Al estadio, dijo Nico.

**Hoy es sábado Nico, no hay partido, ¿a qué vas?, le pregunto el colectivero.

-Lo sé, tengo que lustrar los botines.

**Claro, mañana se juega el clásico de la ciudad, se justificó el chofer.

Nico no respondió, y se sentó en el asiento del centro de los cinco que estaban al fondo. Las únicas dos mujeres que viajaban también, se bajaron a tres paradas de adonde había subido él, y luego siguió el viaje solo con el chofer.

**Llegamos Nico, ¿estás bien?

-No, respondió Nico, y se bajó.


Nico tenía las llaves de todas las puertas del club. Hacía treinta y ocho años que era el utilero principal de los planteles superiores del Sportivo. Sabía todos los movimientos del club. Vio pasar a decenas de dirigentes. Centenares de jugadores. Sabía quién estaba cada domingo detrás de las rejas de la boletería, como además, quién era el parrillero de la cantina haciendo los choripán. Miles de hinchas que iban mutando por cuestión generacional de la popular a la platea, están en la retina y la memoria de Nico. Los gritos interminables de los relatores en su euforia con aquellos goles que daban triunfos, y los otros, los gritos con menos oes porque el que sufría el gol era su Sportivo. Los bombos de la fiel hinchada, como también algunos insultos para algún jugador de la contra, seguían sonando en la cabeza de Nico.


Ahí estaba él, ingresando al estadio, primero, para llegar por el largo pasillo a su “segunda casa”, al lugar que conoce como nadie del club, en donde se siente amo y señor.


Ahí estaba Nico caminando en ese sábado gris, y ahora más oscuro en ese frío pasillo. Ahí estaba Nico, caminando por ese pasillo, en este sábado, el sábado más triste de su vida.


Puso la llave y la giro para abrir la puerta, y al hacerlo, ese olor inconfundible le estaba dando la bienvenida. Nico ya estaba dentro de la utilería.


Nico era el utilero que más años había durado en el club, casi cuatro décadas. Amaba al club, los colores, el barrio, pero por sobre todas las cosas, a su profesión. Nico transformo esto de lavar camisetas y alcanzárselas a los jugadores antes de cada partido, en una verdadera profesión, a pesar que poco cobrara, pero él se sentía una parte muy importante del equipo hasta que el primer jugador asomara por la puerta del túnel.


La presencia impecable del equipo cada domingo, era su obra maestra.


No podía haber arrugas en las camisetas, en las de ahora imposible por su material, pero tampoco en aquellas en que eran de grueso pique. Las medias, siempre subidas hasta casi las rótulas, no podían estar marcadas, y menos estas que eran blancas inmaculadas. Los botines, aquellos negros, siempre encandilaban al brillo del sol de tanto cepillado sobre el betún.


Ahí estaba el equipo en la cancha, su misión estaba cumplida. Solo restaba esperar la finalización del partido, que nunca veía, porque lo escuchaba en el vestuario, a la espera del regreso de los jugadores y comenzar con la rutina de recolección de la vestimenta.


Esta siesta de sábado era distinta. Puso la pava a calentar, mientras preparaba el mate. Había llevado las tortillas fritas que bien pudo haber comido en su casa mirando por la ventana caer la lluvia. Pero no, para Nico no era un sábado más.


Tenía que disfrutar como nunca esa estadía en su utilería. Era su última entrada ahí. Los dirigentes le habían dicho que el domingo era su último día en el club, que habían conseguido dos pibes nuevos, jóvenes, con muchas ganas de trabajar y hacer las cosas bien y con mucha experiencia en un club de la capital.

Cuando Nico escucho eso no sabía si llorar o reír con lo de “pibes jóvenes con mucha experiencia”, cuando a él le llevo una vida para recibirse de utilero.

Solo le salió una mueca de sonrisa triste acompañada por una lágrima detrás de sus lentes, con su atragantada garganta respondiendo, “está bien, si creen que es mejor para el club, me voy”.


Por eso, ese sábado tan gris, era también tan triste para Nico.


Su tarea siempre la hacía los domingos por la mañana. Pero esta vez quiso disfrutar en soledad su última rutina, por eso ese sábado estaba ahí, mateando, acomodando todo para que los jugadores al día siguiente, domingo de clásico, tuvieran todo en orden, como siempre.


La camiseta doblada, junto al short. Las ojotas al pie de cada compartimiento, junto a los botines, vendas y canilleras.


Sobre la camiseta #8, coloco dos chicles, como también una colita para el pelo sobre la camiseta del goleador, la #9.


Nico sabía todos los secretos y necesidades de cada jugador, por eso estaba en todos los detalles. Todos los jugadores lo adoraban, porque los mimaba, que es, en definitiva, lo que más le gusta a ellos.


Estaba cansado al finalizar su tarea, se iba a tomar un descanso, pero justo se dio cuenta que con tanta llovizna en este gris y triste sábado, el piso de la cancha al día siguiente iba a estar muy blando, entonces retomó su tarea, se puso a lustrar todos los botines cambiables, y agrego un par con tapones altos para casi todos, ya que el #10 del equipo nunca los quiso usar.


Cuando termino de lustrarlos pudo ver que la noche se había apoderado de ese cielo gris que mostro toda la tarde por la pequeña ventanita que daba a la cancha. Entonces se puso a descansar.


Acostado sobre la camilla de los masajes, Nico cerró los ojos, y se durmió con el aroma del aceite esmeralda que venía del vestuario local, contiguo a su utilería. En sus sueños veía como el masajista hacía su trabajo en las piernas del goleador, quien le prometía su primer gol de la tarde.


Veía como cada jugador se sentaba en su lugar y comenzaban a vendarse, luego poniéndose las medias, el short, y por último, la pechera para hacer el calentamiento. “Parecen modelos”, se decía Nico en su sueño.


El pizarrón estaba lleno de flechas que el DT iba marcando en esa charla técnica. El profe decía que ya estaba todo listo para realizar la entrada en calor.


Los jugadores habían regresado del calentamiento previo, algunos se mojaban la cabeza, otros pedían un algodón embebido en alcohol, el #8 puso su primer chicle en la boca, mientras que el #9, el goleador, sacudía su larga melena mojada atándose una colita con la gomita que le había dejado Nico sobre su camiseta.

El arquero se escupía los guantes y aplaudía arengando.

El #4 hacía algunos movimientos de elongación.

Y el #10, el #10 ya tenía la pelota bajo su brazo izquierdo, el mismo en el que llevaba la cinta de capitán, ordenando la fila para hacer el ingreso.


Nico seguía soñando, a la vez que escuchaba el tronar de los tapones de aluminio caminando hacia la boca del túnel, cuando en ese momento el capitán regresa hasta la camilla en la que dormía Nico, le da un beso en la frente diciéndole, “gracias por todo, Nico querido”.


En ese momento Nico despierta y se da cuenta que no era un sueño, todos los jugadores estaban a su alrededor, y escuchaba cuando uno de los centrales le decía, “vamos Nico, es tu ultimo día acá, esta vez vos apareces primero en la boca del túnel”.


“Aaaaapaaaaareeeeeceeee el Sportivo…” se escuchaba la voz del relator dentro del vestuario en la vieja radio, cuando Nico asomaba por la boca del túnel, en ese domingo a puro sol.

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