¡Varón!, grito la abuela Norma, a instancias de la enfermera quien había salido del modo silencio, sacando su índice de sus labios, para mostrar una enorme sonrisa llena de perfectos dientes.
Fue un machito. Los padres ya sabían el sexo de su primer hijo. La Aurorita no se había equivocado después de aquella curada de empacho que le había hecho al padre del bebe. Lo que no acertó fue su premonición que serían mellizos.
Blanco, sanito, lindo y gordito, como todos los bebes recién nacidos. Sería rubio, por un tiempo, y un poco pelirrojo, con más tiempo por delante. Con pinta de germano, o vikingo ahora con barba. También sería delantero. Además de callado, casi tímido, un puntero sin desborde.
La madre sabía cómo lo llamaría. El padre no se había decidido. El resto de la familia no tenía idea, pero ya le habían buscado el sobrenombre.
La madre quería darle gracias al cielo poniéndole un nombre bíblico.
El padre quería asociar el nombre de su hijo, con su profesión.
Perdón, no les dije, el padre trabajaba de goleador en el club de la ciudad. De esos goleadores que tienen el gol en su tercer ojo, entre ceja y ceja. Entonces agarro El Gráfico y tomo nota, José Oscar Flores y José Luis Calderón, los goleadores del año anterior. También un tal Enzo había sido goleador, pero a éste lo descarto de primera, como solía definir. Pero enseguida asocio aquellos José goleadores, con Pepe, el sobrenombre de los José. Así es que vinculo a Pepe con su apellido, pero no le gustó como sonaba aquel Pepe Sánchez, que a la vez lo ligo con el basquetbolista de la NBA, deporte que interrumpió la idea de adherir el nombre de su hijo, con el de aquellos Pepe goleadores. No le cuajaba el baloncesto a Sánchez, el padre primerizo, él era de embocar la pelota en arcos, no en canastas.
Sánchez padre voló imaginariamente por un instante al bosque, a la casa del Lobo de La Plata, también campeones del año anterior, y tildo los nombres de los mellizos como opción de sus nombres para su hijo, por aquello de la curandera en decir que podían ser mellizos los Sánchez. Por lo tanto, lo único que tenía definido, es que el nombre de su hijo comenzaría con la consonante “G”. Por Gustavo, por Guillermo. “G”, ese era el punto. El punto del inicio, me refiero, para definir el nombre del nuevo gringuito Sánchez.
Con la misión de anotar al pibe, que seguro vendría con un pan, o más que eso, con algunos goles bajo su brazo, se encamino hacia el Registro Civil, mientras pensaba, y descartaba, nombres por el camino. Gustavo, Genaro, Guillermo, Gabino, Germán, Gaetano, Gonzalo, Gabriel, Gael, Galeno…, pero no se definía, algo muy raro en él, cual certero definidor que era.
Una vez en la oficina de las personas por registrar, tomo el libro de nombres masculinos y lo reviso de punta a punta. Seguía con la idea fija de la “G” como letra iniciadora del nombre. La duda era entre Gabriel, por Batistuta, y Gonzalo, porque con una pequeña modificación, lo acercaría, aún más, a sus alegrías domingueras. Al amigo de cada partido, al gol. Pero para esta maniobra, necesitaría de un aliado.
Entonces, ya decidido, y con la complicidad de la miopía del jefe del Registro, fue que le escondió las gafas que estaban sobre el escritorio, quien tuvo que silabear el nombre que iba escribiendo letra por letra.
El deletreo de don Sánchez, fue el siguiente:
--G.
*¿La de gato?, pregunto el escribiente.
--Sí, la de gato, contesto, por no decir la de gol.
--O, continuó el goleador.
*La de ooooleee, se animó el veterano empleado municipal.
--L, de loro, se le anticipó el padre antes que le repreguntara.
Y siguió, Z, A, L, O.
*Golzalo, certificaba, con firma y sello, el jefe chicato, ahora con los anteojos puestos. Este nombre será un golazo para el pibe, acotó, mientras el padre le devolvía una sonrisa cómplice.
La madre de Golzalo leía y releía la partida de nacimiento, y no podía creer cómo aquel viejo escribiente, y chicato, se había equivocado con el nombre de su hijo.
La madrina ya tenía los sobrenombres de su ahijado, que iban desde Gonchi, Gonza, Gonzalito, y varios más. Pero ahora había mutado a Golchi, Golza, y el más nombrado, Gol.
Gol Sánchez, era para todos en el club. También en la escuela y en catecismo. Golcito para su abuela. Golazo para las chicas de la secundaria.
Golzalo. Qué lejos había quedado el nombre bíblico pensado por su madre, aquel Juan Jesús.
Dicho sea de paso, y en estos tiempos de Premier, Jesús es un suplenton del Kun. Y Juan, Juancito, es un buen nombre para el pibe alcanza pelotas, pero no para un goleador de apellido Sánchez.
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