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  • Foto del escritorPato Ramón

Olfato penalero

Narizón Pavese

Se les atribuye ese latiguillo, tiene olfato de gol, a esos goleadores que sin una gran técnica, tienen el oportunismo de estar justo ahí, en el lugar y momento preciso para convertir un gol. Pueden pasar ochenta y cinco minutos sin tocarla, es cierto, pero a falta de uno, convierten el gol del triunfo, haciendo callar a esas bocas insultadoras de la tribuna que lo estuvieron hostigando por su poca participación en el juego, por el escaso despliegue, o la incapacidad de crearse una oportunidad para marcar. Pero claro, aquel centro delantero que tiene olfato de gol, no se impacienta, porque una, y solo una oportunidad necesitará para convertir y seguir su romance, su coqueteo con sus enamoradas, las redes.


Tomando esa no siempre errónea, pero sí ligera expresión popular, de tiene olfato de gol, para creer que un delantero solo se puede mantener al tope de la tabla de goleadores, me trae a la memoria otro jugador que sí tenía un gran olfato, pero en este caso puntual, olfato de no gol, que utilizaba esa capacidad para evitarlos al oler la situación de peligro.


Ese era el Narizón Pavese. Arquero por decisión propia, y herencia familiar, ya que su padre y abuelo, y luego también su hijo, se colocaban con los guantes, el buzo de arquero y sus sobresalientes penínsulas olfativa, bajo el travesaño, todos por igual, centímetro más, centímetro menos.


En el caso de Narizón Pavese, el buzo de aquero que uso durante sus doce años en la primera división de los clubes de Atlético San Juan, de la localidad de La Quemada, como en la Asociación Atlética Crema y Derivados Lácteos, de la Represa, lo vieron siempre con la N° 12 en su espalda.


Decidir ser aquero, es saber que si no eres un gran guardameta, corres con el riesgo de jugar poco, hacerlo, tal vez, por alguna lesión o expulsión del guardavallas titular, lo que muchas veces tampoco sucedía, ya que en las ausencias del primer arquero, convocaban al tercero del plantel. Pero eso sí, jamás en esos doce años como arquero suplente, Narigón Pavese, dejo de estar cada domingo, y nadie se animó a competir por el buzo N° 12.


El Narigón tenía una virtud que pocos la podían demostrar, que no era otra que la de atajar penales. Si su equipo era castigado con un penal en contra, inmediatamente él ingresaba a la cancha, sin importar los minutos que iban de juego, y se posicionaba sobre la línea de meta, debajo del travesaño, para evitar que convirtieran la pena máxima.


El arquero titular sabía de la situación, y sobre todo, de las condiciones penaleras del Narigón Pavese, entonces, penal en contra, él se posicionaba fuera del área, ya que el arquero titular no era reemplazado, el que siempre salía era el wing derecho. Difícil de comprender, pero era así.


Narigón Pavese luego de atajar el penal, porque siempre los atajaba, dejaba de ser el arquero y se ubicaba como un jugador de campo, sin posición fija ya que por su envergadura no rendía en otro puesto que no fuese en el arco, por lo tanto, hacía jugar a su equipo con un jugador menos más allá de mantener once jugadores en el campo de juego.


Narigón Pavese deambulaba por el campo de juego sin posibilidades de participar en una jugada colectiva, ya que su figura de mastodonte, por su metro noventa de altura, su calzado del 46, manos gigantescas y sus casi cien kilogramos, solo le permitían intentar algún rechazo del balón, sin destino cierto.


Lo del Narigón eran los penales, solo eso, no le pidan más. Quedó demostrado que en los 43 penales que sufrieron sus equipos, atajo 42, y el restante pego en el palo y salió hacia el lateral derecho.


Mi gran curiosidad era a qué se debía esa capacidad de atajar tantos penales, cuál era su técnica, o quién había sido su maestro, hasta que un día se lo pregunte.

“Sencillo”, fue lo que me contesto Narigón Pavese, quien lucía un gran órgano del olfato, similar al de Cyrano de Bergerac. “Lo mío es puro olfato, tengo la capacidad de saber de qué y a quién pertenece cada olor, o aroma. En el vestuario te puedo asegurar quién uso tal par de medias, como además, de quién es algún repugnante olor, que en los vestuarios abundan”.


Cierta tarde el Narigón Pavese, obligándome a prometerle que nuca debelaría su secreto, me confesó, y reconfirmó, que, “mi gran capacidad para atajar penales, no se debe a mi gran físico, a mi fuerza de piernas, ni siquiera a mi intuición, que para muchos es muy importante. Lo mío es puro olfato”, me dijo, dejándome un tanto atónito, por lo que me decía, y totalmente incrédulo, luego de analizar su declaración.


“Sí, lo mío es totalmente olfatorio, huelo el olor a cuero que tiene la pelota, entonces se hace muy fácil saber a dónde es dirigida. No por nada tengo la nariz que orgullosamente llevo, no solamente yo, sino todos mis ancestros que también fueron mediocres arqueros, pero grandes atajadores de penales”, siendo lo del tamaño muy evidente, imposible de contradecirlo con solo mirarle el tamaño de su berenjena nasal.


El Narizón Pavese continuaba develando el misterio de su capacidad como atajador de penales, diciendo que, “cuando el árbitro da la orden para que se ejecute la pena máxima, cierro los ojos hasta escuchar el sonido que produce el impacto del botín del pateador, con la pelota. Luego de eso, abro los ojos y extiendo los brazos para detenerla. Es sencillo, cuestión de mucha concentración, de no resfriarse nunca, ni siquiera de oler algún algodón con alcohol, ya que eso modificaría mi capacidad de olfatear el cuero de la pelota”.


No podía entender tal capacidad de olfato, sentir ese olor a cuero tan característico de la pelota, y más si había sido “engrasada” el día anterior.

Para ir más allá, y buscarle algún error a todo esto, le recordé aquel penal que su estadística marca como no atajado, ya que pego en el poste, y más que eso, que en esa ejecución se arrojó hacia el lado opuesto del que iba dirigido el balón.


“Si, recuerdo perfectamente aquel penal, que aún sin que me lo hayan convertido, es todo un lunar en mí estadística. Lo que sucedió, lo estoy viendo en mis recuerdos, fue que a esa pelota antes de patearse el penal, ingresó el utilero del equipo rival, y sin que lo pudiera ver, embadurnó a la pelota con aceite esmeralda, para sacarle su olor a cuero, y la roció con vaselina, para que resbalara al impactar en mis guantes. Pero, así y todo, la mala puntería del pateador, hizo que se estrellara en el poste, y poder seguir con la valla invicta, ya que a más de treinta años de mi retiro, sigo con la marca de 43/0, por más que uno haya pegado en el poste.


Algo jamás visto, o escuchado, y que merecía ser contado para la historia del fútbol mundial, sobre la cualidad que tenía el Narizón Pavese para convertirse en el máximo atajador de penales en el mundo, a tal punto, de retirarse invicto.

Causo una gran pena en general su retiro, salvo para los pateadores de penales que se veían favorecidos con la decisión del Narizón Pavese. Alejamiento lamentado por muchos directores técnicos, ya que era un arquero que solucionaba el tema de los penales en contra, a pesar de su mediocre nivel como arquero, que lo demostró con sus doce años con, justamente, el buzo N° 12 sentado en el banco de suplentes.


Una tristeza su abandono de la profesión, ya que tenía para unos cuantos más. Pero claro, fue muy inteligente a la hora de elegir el momento de su retiro, que sucedió por exigencia de su futura esposa, quien lo obligo a hacerse una cirugía estética en su emblemática nariz, y de este modo, perdió su poder de olfatear el destino de las pelotas.


Narizón Pavese dejo de ser Cyrano, y ya no se escuchó decir más de él, tiene olfato de no gol, y se transformó, como se presumía, sin su arma letal para olfatear los no goles, en un centro delantero de partidos entre solteros y casados.

5/2020

@patoramon6

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