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  • Foto del escritorPato Ramón

Pecados Capitales

Sergio fue padre de Juancito, por algún amor de adolescencia. Padre Sergio fue por amor, vocación y servicio al Señor nuestro Dios todo poderoso.


Este Padre Sergio nos hablaba de los 7 Pecados Capitales, y de otros pecados, esos que tenían distintos grados de maldad, gravedad, de acuerdo a quién le hacíamos esos daños; a la edad en que cometíamos esos pecados; o el motivo, si es que pudiera existir un motivo que justificara pecar.


Gula, Avaricia, Soberbia, Lujuria, Pereza, Envidia e Ira. Esos son los 7 Pecados Capitales, los que el padre de Juancito, que es el mismo Padre Sergio, nos decía, que en verdad para él, no éran tan graves como en realidad los quieren hacer parecer.

Fue el Padre Sergio quien nos confesó para nuestra Primera Comunión. Fue él quién salió de esa caja de madera, con telón rojo, y palabras oscuras, que retumbaban en los oídos de los fieles que escuchaban tras la rejilla, permutando sus malas acciones, por palabras santas que “sanaban su mal interior”.


El padre de Juancito salió de ese confesionario y nos reunió, como buen futbolero que era, en el patio de la iglesia. Sentado sobre una de las pelotas que siempre tenía en la sacristía, ya que todos los sábados, tipo dieciséis horas, y después de la clase de catecismo, había picadito. Sí, todos los sábados se jugaban verdaderas finales, los de segundo año de la Comunión, con los de primer año de la Confirmación. Después, el Padre Sergio y alguno de sus monaguillos, nos daban un yerbeau con criollitos de merienda para terminar la santa tarde sabatina.


Ahí estábamos, sentados en el suelo, escuchando a este cura de larga melena, de jean y sin sotana, hablando de fútbol, hablando de la vida. Sentados en el suelo, estaba bueno así, y no arrodillados, ahí en el lúgubre confesionario, con el Ave María purísima rondándonos, y temiendo por la penitencia que nos darían por nuestros infantiles pecados.


Estábamos temerosos, un tanto vergonzosos, porque por primera vez íbamos a ventilar nuestros tremendos pecados de chicos de diez años.


“He pecado de Gula, Padre Sergio”, se adelantó Fabrizio José, siempre el más extrovertido para enfrentar los problemas. “He comido tanto dulce de leche, el que hace mi madre, que no les deje para que lo probaran mis hermanos. Tres gaseosas en el almuerzo me tome ayer, y me comí cuatro chocolates en el recreo largo de las diez. Mire como estoy quedando con esta gula, redondo, como una pelota playera. Me siento muy mal Padre”.

¿Gula, Fabri? Eso no es gula, quédate tranquilo. Gula padeció Raheem Sterling, una de las figuras del Manchester City. El moreno se comió un gol imposible que hubiese significado el empate de su equipo a falta de cinco minutos, en el duelo de cuartos de final de Champions League en el que el Lyon se terminó imponiendo por 3-1. Eso es gula, Fabrizio José, lo tuyo es un poquito de glotón que eres.


“Padre, la Avaricia se ha apoderado de mí”, siguió Julián con las confesiones. “Tengo cajas llenas de figuritas, y cada vez quiero más. No las comparto con nadie. Tengo cientos de bolitas, y quiero más, ni siquiera juego con ellas. Ocho barriletes tengo guardados bajo la cama, y no los hago volar. Cada vez quiero más y más. Nunca estoy satisfecho Padre Sergio. Estoy enceguecido por la codicia, nada me deja contento. Siempre quiero más y más”.

Eso no es Avaricia Juli. Claramente no lo es si la comparamos con la avaricia de Messi, que quiere todos los logros, personales y colectivos. Pichichi, bota de oro, mejor jugador. Eso es la avaricia. Ha ganado 6 veces el Balón de Oro, 6 Botas de Oro, un FIFA World Player, y un The Best FIFA. Con el Barcelona tiene 34 títulos, entre ellos, 10 de La Liga, 4 UEFA Champions League y 6 trofeos de Copa del Rey. Campeón Mundial juvenil en Holanda 2005. Campeón Olímpico en Pekín 2008. Y más de 700 goles. ¿Entiendes ahora Julián lo que es la avaricia? Lo tuyo es algo menor, cosas de la infancia, por tener algunas cosas de más, nada malo.


“Le he pegado de manera desmedida a mi compañero de banco. La Ira se apodero de mí, Padre, y no he podido, ni quise, controlarme”, se lamentaba Ismael, cabeza gacha, en la ronda de verdades escondidas.

Pero Ismael, lo corregía el cura futbolero, la ira es mucho más grave que eso. Lo tuyo habrá sido una reacción rabiosa porque tu compañero tal vez te estaba copiando. Cosas del momento, como pegar una patada al rival, nada más normal que eso.

La verdadera ira, ejemplificaba el sacerdote, fue la que nublo, lo saco de sí, al francés Eric Cantona cuando reacciono ante aquel hooligan fascista inglés. Cansado de sentirse insultado, Cantona no pudo con su genio, y salto a la platea para tirarle una patada voladora, al pecho del hincha del Crystal Palace. Sucedió en 1995, cuando Cantona vio la tarjeta roja, y mientras iba hacia el túnel, paso lo que paso, y Cantona se vistió de ira. Esa es la verdadera ira, Ismael, no una simple calentura como la tuya.


“Me creo el mejor, Padre Sergio. No hay un ser como yo, nadie se acerca a mis capacidades, mi belleza. Soy el mejor, lo siento. Por eso es que la Soberbia no me deja ser el verdadero yo”, un tanto triste, declaraba Pedro.

Pero Pedrito, eso no es la Soberbia. Te lo voy a explicar para que no te sigas sintiendo mal.

La pegada de Arthur Antunes Coimbra, conocido mundialmente como Zico, eso tenía soberbia. Su pegada era soberbia. Su pegada era inimitable. Su soberbia pegada le posibilito hacer ciento un goles de tiro libre. Nadie alcanzó esa cifra. Eso es soberbia, lo tuyo, Pedro, lo tuyo es quererte un poco de manera desmedida.


“La veo a Yesica, Padre Sergio, la veo a ella, y la Lujuria me invade. Mis pensamientos impuros no son los de un niño de mi edad. Mis pensamientos buscan satisfacer el placer sexual sin límites”, totalmente colorado, casi en llamas, se arrepentía ante todos, el bueno de Nanan.

Sos muy pibe Nanan para creer que lo que piensas al verla a Yesica, sea lujuria.

La lujuria se puede ver en las fiestas que organizan en los carnavales, los brasileros Neymar, Romario, Ronaldo y Ronaldinho. Eso es lujuria, Nanan. Lo tuyo se soluciona rápidamente con uno de esos “masajes manuales” que ya se deben estar dando.


“Ni un mandado, Padre, ni un mandado le hago a mi madre. Estoy todo el día tirado en la cama, con Pereza. No quiero hacer nada. No quiero ir a la escuela, jugar a la pelota, ni siquiera venir a catecismo. La Pereza me está inmovilizando, Padre Sergio. Acostado sobre el piso, se lo escuchaba balbucear a Pano.

Naaaa, que me dice Pano, justamente usted, que es el arquero de la divisional, que reacciona como nadie ante un pelotazo a quema ropa. Usted, que siempre está presto y atento para achicarle a los delanteros con pelota detenida. No, lo suyo no es pereza. Pereza, lo que se dice pereza, es lo que sintió Pinola, aquel defensor de River en la final de la Copa Libertadores de América cuando enfrentó al Flamengo en la final de Lima. Eso fue pereza. Justo en el momento de marcar al goleador carioca, Gabriel Barbosa, más conocido como Gabygol. Eso fue pereza, se durmió al marcarlo, y le metió dos goles para arrebatarle aquella final que River tenía en el bolsillo. Lo tuyo es apenas un poco de vagancia, Pano.


“Quiero la pelota de Carlitos, y el karting de Rafael; quiero la bicicleta de Javier, y la play de Daniel. Quiero todo lo de ellos, no me conformo con mis cosas. Hasta quiero ser como ellos. Como juegan, como actúan, como bailan. Todo quiero de ellos. Soy un envidioso Padre Sergio. La Envidia no me deja disfrutar de lo que tengo, y de como soy”. Cerro casi furioso el Piti.

“¿Envidia?”, nos preguntó tristemente el Padre Sergio, al que nunca se lo había visto de esa manera. Tristemente triste.

Envidia es la que siento yo, mis buenos niños. Envidioso soy al querer jugar como Dybala o el brasilero Neymar. O, tal vez, atajar como el alemán Neuer. Envidia le tengo al francés Antoine Griezmann, por su facha. Envidia sufro cuando veo la tabla de lavar que tiene el portugués CR7 en su panza. Envidio la pegada que tenía el tano Pirlo en los tiros libres, eso es envidia. Envidia siento al verlo correr a Mbappé, el veloz delantero galo. La envidia me arrebata al saber que no tengo el cabezazo del español Sergio Ramos. Envidioso soy de los goles, uno tras otro, del polaco Lewandowski.


Eso es la verdadera envidia, pequeños diablillos. Como otros son los pecados que se pueden cometer, sin llegar a estar entre los 7 Pecados Capitales. Esos que creen que han consumado ustedes cuando hablan de la paliza que le dio tal a cual pibe. O creen que es un robo el que cometieron sacando a escondidas un simple chupetín del almacén.


Para nada pecados. Robar, verdaderamente robar, es lo que hizo el árbitro Ceballos, conjuntamente con Boca, cuando le sancionó un penal a favor de los boquenses en aquella final en Córdoba por la Copa Argentina frente a Rosario Central. Un penal cobrado, con dudas de si fue falta. Un penal pitado por una supuesta infracción a Peruzzi, dos metros fuera del área.


Y si hablamos de peleas entre chicos, de palizas en recreos; o en esas peleas de grandes, como en este caso, de dos muy grandes, ninguna que se pueda comparar a la histórica paliza que le propinaron los alemanes del Bayern de Múnich al Barcelona en los cuartos de la Champions League. Ocho a dos. Eso es una paliza. Una paliza sin grado de pecado.


Entonces, mis diablillos alados, se despedía el Padre Sergio, luego de esta confesión, de este examen de conciencia, no vuelvan a hacerlo por banalidades. No pierdan el tiempo arrodillados en el confesionario ventilando sus intimidades.

Porque la verdad, como cura que soy, y además como padre de Juancito, muchas veces me tengo ganas de guardar la sotana, y gritar… ¡gracias a Dios que soy ateo!

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