Los errores ortográficos, por lo general, y sin miedo a equivocarme, son provocados en un ciento por ciento por ignorancia, al poco apego a la materia Gramática, o Lengua; también a la falta de lectura que tenemos, y sobre todo, a la poca capacidad de observación de lo que leemos, y de la manera que está escrito, que con tan solo eso, observar cómo se escribe tal o cual palabra, nos ayudaría a corregir muchos de nuestros errores que a veces los podemos catalogar como orrores, perdón, horrores. Me olvidé la “hache”, aunque sea “muda” o “sorda”, no es “ciega”, entonces hay que colocarla porque sí se ve cuando está, y también se ve cuando debería estar.
Este preámbulo me llevó, buscando en la historia futbolera, a un error provocado allá lejos, en los inicios del siglo XX. Este fallo encontrado, para mí deja de ser error, ya que fue una acción intencionada.
Uno puede decir árvol, güevo, keso, vanana o siudad, y al oir la pronunciación de estas plabras, todos entenderán a lo que me refiero. Pero si los vemos escrito de esta manera, seguramente nos sorprenderemos y avergonzaremos al ver tremendos desaciertos ortográficos, los cuales son provocados por los motivos arriba apuntados.
La historia futbolera nos muestra un yerro poco difundido, de escaso conocimiento popular, salvo los que se ven involucrados y cobijados en los colores de est institución deportiva.
El club al que estoy haciendo referencia es, y ahora con el paso de los años, al que muchos conocen como el Sexto Grande, que no es otro que el Club Atlético Huracán, del barrio de Parque Patricios en la Ciudad de Buenos Aires.
Popularmente conocido como “El Globo”, seudónimo que hace referencia precisamente al globo aerostático que figura en su escudo, y que tan bien supo comandar el recordado Jorge Newbery en la primera década del siglo pasado.
Como ha sucedido en la mayoría de las fundaciones de los clubes de nuestro país, la iniciativa de proclamar una nueva institución estuvo a cargo de entusiastas jóvenes de barrios, grupos de amigos necesitados de verse identificados con nuevos colores tras la expulsión de algún otro club, división del mismo, o tan solo para tener un lugar más organizado para practicar el fútbol y verse reconocidos y representados antes los demás barrios.
Fue así nomás que una veintena de amigos sentados en el cordón de la vereda de la casa de Tomasito Jeansalles, en el barrio de Nueva Pompeya, iniciaron la historia del “Huracán” que conocemos y como lo conocemos ahora. Claro, pero para llegar a la actualidad pasaron cosas, con verdaderos absurdos gramaticales y comerciales.
El primer problema, como siempre ocurre en estos casos, fue la búsqueda del nombre. Juan Caimi en el medio del cabildeo tiro el nombre de Villa Crespo, lo que fue descalificado de inmediato por Cambiasso argumentando que no le podían poner el nombre de otro barrio, por lo que propuso denominarlo Nueva Pompeya, como el barrio que los cobijaba. Pero también quedo recusado ese nombre por el de Nueva Esperanza, propuesto por Américo Steffanini, un sensible e idealista peleador de sueños integrante de la barra.
Desde la vereda no apareció un no contradiciendo a la última propuesta, entonces el nombre de Nueva Esperanza quedó, dando además, el color de la camiseta sin necesidad de una votación, el Verde Esperanza sería el nombre, y el primer color para la camiseta de esta nueva institución. Primer color que quedó para otra oportunidad, al poder conseguir unas camisetas de rojo mucho más baratas y justo al bolsillo de estos ambiciosos muchachos de barrio.
Con el nombre y los colores del nuevo club consumados, Steffanini propuso ponerle firma y sello a este acontecimiento, y él mismo recolecto algunos pesos para la confección del sello que identificaría al Club Verde Esperanza, de camisetas rojas. Allá fue Steffanini con los $ 2,40 de la colecta a la esquina donde se encontraba la librería del tano don Antonio Richino para que le hiciera un sello en el que se pudiera leer: Club Atlético Verde Esperanza.
El tano le dijo que con esas pocas monedas solo le podría hacer un sello chico y que no le entraría todo el nombre del club, por lo que le sugirió que le cambiara el nombre, proponiéndole el nombre de “El Huracán”. “Huracán” era la marca de una tinta para lapiceras plumas usadas en esa época, nombre que colgaba en un cartel a la entrada del boliche del tano, rápido y hábil para los negocios.
Steffanini había escuchado que en Montevideo había un club con ese nombre, “Huracán”, y que era famoso por ser aguerrido y darle pelea hasta el mismo viento que llevaba su nombre. Por lo tanto acepto la propuesta del librero y por unos pocos pesos, a pesar del cambio de nombre, la idea del sello marchó hacia el taller, lacre que deberían retirar la semana siguiente.
La ansiada prole de amigos marcho hacia lo de Richino a buscar el sello, el que se encontraba envuelto sobre el mostrador para ser retirado y visto por todos. Rápidamente el tano los atendió, y con suma premura los arreaba hacia la puerta de entrada una vez que termino de cobrar su trabajo por miedo a que no se concretara la operación comercial cuando vieran que el sello no llevaba el nombre original del nuevo club.
Steffanini no les había dicho nada a los demás miembros fundadores sobre el cambio del nombre del club, y al romper el papel que envolvía el sello la sorpresa fue mayúscula y entre bocas torcidas y ojos entrecerrados, releían una y mil veces el nuevo nombre que figuraba en el sello: Club Atlético Uracán.
Los pibes eran todos bien estudiados y no falto la exclamación:”Richino, a Huracán le falta la hache”, a lo que el tano comerciante, andador de mares y años tras un mostrador, los parló diciendo que, por ser un sello chico, le faltaba lugar para una letra, por lo que le saque la hache, total, ¡no suena muchachos!!! Me parece que no cambia nada que tenga o no la hache, de todas maneras se lee “Uracán”. Ahora bien, si ustedes quieren a Uracán con hache, eso es otro precio.
Al fin y al cabo, la hache no suena, es muda y ¡nunca se la menciona!
(Éste fue el primer sello del club)
El viejo comerciante pudo convencer a la barra fundadora del Globo, no por la exposición gramatical del tano, sino por los vacíos bolsillos de los muchachos para poder gastar en agregar una letra muda.
Y fue así nomás como el Club Verde Esperanza, de Nueva Pompeya, se transformó en el Club Atlético Uracán. La pobreza una vez más decía presente en la fundación de un club, tan es así que los fundadores no tenían ni para una silenciosa hache.
¿Habrá soplado igual de fuerte aquel Uracán como este de la actualidad, comandado hasta no hace mucho por Ramón “Wanchope” Ábila, campeón de la Copa Argentina; habrá podido jugar tan bien aquel Uracán del siglo pasado como lo hizo el del ´73, Campeón del Metropolitano, ideado por el Flaco Menotti, y guiado Brindisi, Houseman y Cía.?
Tal vez si, tal vez no, de lo que estoy seguro es que la olvidada hache no habría influido tanto como si lo hacía en las notas que me ponían en gramática por mis horrores ortográficos.
Hoy es todo más fácil corregir errores de escritura cliqueando en “revisar ortografía y gramática”, pero no hay dudas que los sentimientos de aquellos integrantes de la barra fundadora superaron a la burrada del librero, y por el amor a la camiseta y a las instituciones barriales, clubes como Uracán, perdón, Huracán, han perdurado en el tiempo a pesar de las traspiés deportivos, económicos e institucionales que a menudo desangran a los clubes.
¡Salud, glorioso Club Atlético Huracán de Parque de Los Patricios!
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