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  • Foto del escritorPato Ramón

Solo di presente, Adalberto

-Buen día alumnos.


*¡Buen día señor maestro Juan José!


- Comiencen a juntarse por áreas. A la derecha, los de Historia; al centro los del área más pequeña, la de Geografía; y en el área grande, los de Matemática. Abran sus cuadernos y coloquen la fecha.


Obedientes los niños, lápiz en mano, cabeza gacha, comenzaron a escribir.


“Hoy es miércoles 22 de junio de 2011”.


-Bien alumnos, voy a tomar asistencia.


Y el maestro Juan José comenzó nombrando uno por uno sus alumnos, con el libro de asistencias en sus mano: “Juan Pablo, Paulo, Alexis, Adalberto, Carlos, Roberto, Matías, Ezequiel, Erik, Mauro, Rogelio, Leandro, Jonatan, Mariano…”. Luego de escuchar su nombre, cada alumno decía, “presente”. No se escuchó ningún, “ausente señor maestro”, o, “no vino”, sabiendo que algunos se podrían haber borrado, pero aquel día, de prueba muy difícil, todos habían asistido a clase. El maestro solo le tuvo que recordar a un alumno que no hacía falta levantar la mano cada vez que lo nombrara. “Solo diga presente, le dijo el maestro Juan José, no hace falta que levante la mano Adalberto. Y menos usted, que está en el área de Matemática, el área grande del plan de estudio”, acentuó el maestro.


Alberto Román era el único extranjero en el aula, tal vez por esa razón levantaba la mano, al decir presente, cuando el docente tomaba asistencia. Tal vez costumbres de su país. Igual es raro que no se lo hayan explicado en primer grado, y ya estando en sexto, a punto de promocionar.


-¡Presente!, solo presente, diga Adalberto, volvió a recalcarle el maestro Juan José.


Pero no había caso, Adalberto seguía levantando la mano cada vez que escuchaba su nombre en el momento que el maestro tomaba asistencia. Es más, también levantaba la mano cuando alguien lo saludaba diciendo su nombre, el escuchaba un, “hola Adalberto”, y el paraguayo, de allá era oriundo, levantaba su mano, como diciendo, “acá estoy”.


“¡Adalberto!”, le gritaba la madre reprendiéndolo por alguna travesura. Y Adalberto levantaba la mano.


-No hay caso con usted Adalberto, le decía el maestro Juan José, alguna vez por levantar la mano le traerá graves consecuencias. Y Adalberto había vuelto a levantar la mano al escuchar decir su nombre por parte del maestro.


Y las consecuencias llegaron.


Mansanelli estaba a punto de ejecutar el córner, justo desde la esquina que forman Arturo Orgaz y La Rioja. En ese instante se escuchó una voz, la voz de otro maestro, también “extranjero” como aquel otro alumno. Este maestro, el Ruso Zielinski le ordenaba a uno de sus jugadores, “Hacha (por Mansanelli), tiralo (al córner), a la zona de Adalberto”.

Todos vimos desde la popular sur, la grande, como Adalberto levantaba la mano cuando el DT Pirata menciono su nombre. Y a esa zona, como si fuera el área grande de matemática, fue la pelota enviada por el botín derecho del volante, también derecho y celeste.


La pelota como un imán busco la única mano levantada en el área, esa mano como diciendo, “presente señor maestro”. Marcando su presencia con asistencia prefecta, Adalberto volvió a levantar su mano, como para que su maestro, Juan José, lo tildara en su cuaderno de asistencias. Pero no fue su maestro el que menciono su nombre esta vez. Entonces el Néstor acertó una vez más. Pitana cobro penal, y el mismo botín derecho que ejecutó el córner, marco el primer gol de la noche.


Noche de serenatas bajo las estrellas, y humo de choripán, para los locales, merodeadores de la Plaza Colón.


Noche muy negra para los visitantes, pero con otro humo, el humo de una grandiosa historia que comenzaba a incendiarse.


Entonces las consecuencias llegaron. Las graves consecuencias, como le había advertido aquel maestro de sexto grado, López.


El aula principal del Gigante Villagra, en el barrio de Alberdi, barrio de estudiantes si los hay en Córdoba, quiso ser invadida, pero en tierras de Pirata, imposible que sucediera. Salvo algunos que no querían dar la cara (pareciéndose a los dirigentes de la banda roja), exigían un poco más de no sé qué, porque esto es fútbol, y para ganar hay que jugar mejor que el otro, es lo que me enseñaron en el jardín.


Primero el Hacha, luego el Picante, comenzaron a manchar aquella camiseta, que se sabía inmaculada. Lo del domingo siguiente, que lo cuente otro, a esa altura ya no tenía voz para hacerlo.


Es así Adalberto, Adalberto Román (¡Román, encima!), paraguayo solo recordado por su presentismo, y por su mala manera de confirmarlo.


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