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  • Foto del escritorPato Ramón

Un adiós postergado

No tiene ningún derecho de dejar de jugar. ¿Quién se cree que es, el dueño del sindicato? Así, de una se le ocurre decir que no se volverá a poner los cortos, ¿y nosotros qué?


Claro, el señorito un día se despierta, y se dice, “no tengo ganas de ir a entrenar”. Entonces recuerda lo que le decían sus antecesores, “el día que te despiertes, y no tengas ganas de armar el bolso, bueno, ese es el momento para decirle adiós al fútbol”.


¿Y nosotros qué? Esta mañana me desperté, sin ganas de levantarme, me asomé por la ventana, gris, el agua congelada en los charcos por la helada de la madrugada, sin ganas de nada, bueno de casi nada, estaba para seguir acostado y que me llevaran los mates a la cama. Pero no, no, nunca se me cruzó por la cabeza decirme, “bueno, está frío el día, hoy no laburo”. No, porque hay gente que depende de mí, la familia, en el trabajo.


¿Y nosotros qué? El tipo no tiene ganas de armar su bolso, y le pinta el abandono. Ni nos consulta si no queremos verlo más en la cancha, si nos importa que esté un poco lento, o con algunas imprecisiones en los pases. Nada, no nos consulta, se corta solo. Claro, está hecho, no necesita ganar más guita. ¿Pero nosotros?, ¿quién nos asegura que el club va a traer un reemplazante como él, o si en las inferiores ya está su sucesor?


Claro, la hacen fácil. No piensan en los de los trapos de cada domingo. “Ahora tengo tiempo para llevar los nenes al colegio”, se dicen como lamentándose “del tiempo perdido” dentro de una cancha.


Yo tampoco pude llevar los pibes al colegio porque tenía, sigo teniendo, que laburar. Los llevaba mi jermu, a veces la abuela, o algún tío.


Pero él, cada vez que podía ir a un acto de la escuela, por poco más le desplegaban la alfombra roja. En cambio a mí me llevaban a la dirección y me sermoneaban por las travesuras de alguno de mis ocho hijos. Sólo les faltaba que me pusieran en penitencia.


“Se me fue el fuego sagrado”, dicen que lo escucharon en un reportaje. “Ya no tengo ese hambre que me mantenía ansioso por levantarme para ir al club para entrenar”.


¡Mira si me llego a detener un instante en pensar en el fuego! Solo me recuerda al que hago para el faldeado en la obra, y se me va la ansiedad de hambre para seguir haciendo mezcla para terminar con el revoque grueso del baño.


Pero son así, 38, o 39 años debe tener, y ya está saturado el tipo. La misma cantidad de años que tiene mi viejo como encargado de obra, y fue quién me enseño la profesión del fletacho y el nivel, y nunca pienso en la fecha de retiro, si es que alguna vez habrá.


Ni un minuto se ponen a pensar en nosotros. Ahora se despachan con, “tengo los domingos libres para la familia”, cuando esos “domingos ocupados” que antes tenían, eran para la “otra familia”, los de la popular, los que no veíamos las horas que llegara el séptimo día para rumbear a la cancha y tener una hora y media de espectáculo, o tres, con la previa y el pos partido, en lo que para nosotros era ir al teatro que no conozco. Ir a la cancha, el lugar que nos sacaba las amarguras de no llegar a fin de mes; de los cuadernos de comunicaciones de las maestra por las bajas notas de los pibes; de salir de mi casa y volver con el mismo espectáculo, mi mujer limpiando, acomodando y haciendo la comida para toda la familia. Cómo no vamos a esperar con ansias los domingos, si éramos felices por el precio de una entrada, y hasta a veces gratis cuando nos colábamos.


Te lo digo porque no te estás dando cuenta de lo que nos das cada domingo con tu magia, con tu entrega, con el querer parecernos a vos cuando se arma algún picado de barrio.


No te vayas, te queda hilo, hacelo por tu “otra familia”, esa sin nombres ni apellidos, la de los NN del aliento interminable, la de miles de caras, la del aplauso sentido. Esa familia que siempre promete y cumple, “en las buenas, y en las malas, mucho más…”. La que agita y revolea los trapos, “porque este año volveremos a estar contigo, y te alentaremos, de corazón…”.


Prometeme que lo que leí en el diario fue algo para el futuro, allá a lo lejos, que no hay fecha cierta de tu retiro. Tengo un pibe de dos años que no te vio jugar porque mi señora dice que es muy chico para que lo lleve a la tribuna de atrás del arco, sabiendo que no tengo para una tranquila tarde de platea. Dale chabón, un par de años más, con cuatro el bepi ya se va a dar cuenta cómo jugas. Con dos años más estoy hecho, y no te jodo más.


Decile al periodista que corrija la nota. Comenta por algún canal que te sacaron de contexto, que no fue eso lo que quisiste decir. No sé, metele un, “cuando algún día me levante sin ganas, lo voy a consultar con mi familia lo de seguir o no”.


Me acuerdo que lo espere a la salida del Monumental en un partido que el Muñeco no lo puso, pero no importaba, el DT sabe que cuenta con él para los momentos cruciales.

Cuando salía en un auto alemán, Dios me ilumino. Bajo la ventanilla y le pude dar una foto mía con mis cinco hijos varones, todos con la camiseta de la banda. Atrás de la foto uno de los pibes le había escrito (yo soy muy duro con el lápiz), le suplicaba, que no se retirara todavía, que el hermanito más chiquito no lo había visto jugar. Y algún otro dibujito de una pelota, que sé yo.


En el programa del mediodía del lunes siguiente, el periodista que cubre al equipo de Núñez decía que tenía una primicia, una nota en vivo con uno de los emblemas del equipo.


“Quiero rectificar algo que está circulando, y que fue un mal entendido por alguna parte de la prensa sobre mi retiro. Todavía no tengo fecha, no hay día para un partido de despedida, me siento bien, con muchas ganas de levantarme cada mañana, armar el bolso para ir a entrenar. Desde mi lugar, seguiré entregando todo para esta institución con la que logré mi mayor felicidad”.


“Que la hinchada se quede tranquila. Hay Ponzio para rato. Hay muchos pibes que todavía no me han visto jugar”.


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