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  • Foto del escritorPato Ramón

Un yankee perdido en Tránsito

Literalmente la definición de Nacionalismo nos indica que,… “es una doctrina y movimiento político que reivindican el derecho de una nacionalidad a la reafirmación de su propia personalidad mediante la autodeterminación política”.

Esta ideología se caracteriza por crear y acentuar el sentimiento de los ciudadanos de una Nación, concibiendo y generando un afecto, y efecto, de pertenencia hacia todos los rincones de un país, como así también a sus orígenes, objetivos, símbolos patrios, costumbres y tradiciones; al idioma, como a sus dialectos, y lenguas originarias. Sus ritmos musicales y danzas regionales, y además, a las lamentables y devastadoras guerras que puede soportar una nación.


Todos estos aspectos hacen el nacimiento y sostén del Nacionalismo, el orgullo, y el honor, de pertenecer a tal o cual país.

Muchas veces, y últimamente, se ha desvirtuado esto del Nacionalismo. Y puntualmente me refiero a los acontecimientos deportivos que las selecciones de distintas disciplinas se ven cubiertas por un falso y desvirtuado Nacionalismo. Se creen porque llevan los colores de la bandera de su país en la camiseta, los eventos se transforman en justas de vida o muerte, y se alejan de lo que realmente son, simples acontecimientos deportivos en donde participan los mejores atletas de tal o cual deporte representando a la Asociación, Federación o Confederación del deporte que practican, y no a la historia de un país.


Por ese motivo cada vez que la selección de futbol de la Asociación del Fútbol Argentino se enfrenta a su par de Inglaterra, se dice que es un partido a muerte, sin imaginar por un instante lo que es la muerte, creyendo que si le ganamos a los ingleses, recuperaremos las Islas Malvinas. Y de estos ejemplos podríamos mencionar un montón, y en las más variadas disciplinas deportivas.

El buen Nacionalismo lo destaco en el respeto por nuestros verdaderos próceres, los que engrandecieron a nuestra patria, puertas afueras defendiéndola en aquellas batallas contra los invasores “colonizadores”, como también a los que llevaron adelante nuestra independencia y liberación.


Hay políticos que han hecho verdaderamente Nacionalismo (hace mucho tiempo, claro está, ninguno de la actualidad). Educadores a lo largo y a lo ancho de nuestro país lo han logrado, y casi siempre en condiciones muy precarias. Científicos trabajando en soledad y en el olvido, lejos del vedetismo marquetinero. Doctores y enfermeras en postas rurales, como también en hospitales de grandes ciudades, sin los medios necesarios, con los materiales básicos muchas veces para desarrollar su tarea, pero que con la entrega y el corazón que le ponen, pueden sacar los pacientes adelantes. Cada hombre y mujer trabajadora que va cada día en busca del pan para la familia, también es Nacionalismo.


Pero claro, todo ese tipo de personas no eleva el rating televisivo, ni aumenta el caudal de audiencia de una emisora, entonces ese tipo de Nacionalismo no aparece en los titulares de las primeras planas.


El agradecimiento hacia muchas personas, de distintos rubros y profesiones, son reconocidos muchas veces por sus tareas, colocando sus nombres en distintos edificios, espacios públicos, plazas, monumentos y calles, para que queden inmortalizados en el tiempo, a través de sus nombres, la gratitud hacia ellos por las labores llevadas a cabo.


También hay lugares públicos que son nominados con nombres de personas a las que los políticos de turnos creen que se merecen que así se haga, y entonces podemos ver interminables nombres, y muchas veces fechas, sin que podamos reconocerlos o acordarnos que paso en tal día y año, como para que aparezca en una placa debajo de un busto, o en el cartel de las esquinas de las calles.


Hay muchas denominaciones que sí reconocemos, porque son nacionales o mundialmente conocidos. Pero lo que ignoramos es qué llego a hacer por tal país, provincia, ciudad, o en un simple pueblo al que jamás visitó, y más que eso, no lo debe haber sabido que existía.


Y con referencia a esto, me sucedió, y creo que merecen saberlo, y quiero compartirlo con ustedes.


El hecho se produjo, y aún se mantiene, en el pueblo donde pase gran parte de mi vida. Donde me eduque y crecí sabiendo que había una calle con el nombre de un personaje extranjero, del que sí sabía de su existencia, y su cargo, pero nunca antes me había preguntado cómo y por qué llego el nombre de ese señor a la localidad.


Era la única cancha de once que había en el pueblo, y consideraba que ya contaba con los años suficientes para mezclarme con los jugadores de primera división del club, al menos para alcanzar las pelotas que se iban por detrás de la tapia que daba a la calle San Juan. Entonces concurría a ella cada atardecer, menos los días lunes.


Desde mi casa, porque ya a esa época contábamos con casa propia y habíamos dejado de alquilar la vieja casona sobre la calle E. F. Olmos 635. Entonces, decía, salía de Mitre, que hacía esquina con la Colón (personaje de poco agrado para mí), y seguir por esta, una cuadra, hasta empalmar la Profesor Luciani, que hacía de punta a punta el lateral de mi querida escuela Nacional Nº 350. Por la Luciani iba hasta las vías del ferrocarril Belgrano (este sí fue un crack), y desde allí cambiaba de nombre para transformarse en calle Mendoza y seguir hasta llegar con la olvidada plaza del Gral. San Martín, en la que se encontraba un busto del Padre de la Patria, al que le faltaba la nariz debido a un hondazo que le había pegado algún travieso chiquilín del Bº San Vicente. Tan olvidada estaba en aquel momento esa plaza, que con el tiempo hicieron en ese espacio otra iglesia. Debe ser la única plaza en todo el país, con el nombre de nuestro máximo prócer, que ha sido borrada. Pero bueno, sigamos.


Cuando la calle Mendoza terminaba en la citada plaza, yo doblaba a la izquierda y ahí estaba la cancha del Club Obrero, que tantos dirigentes y políticos de turno han querido hacer desaparecer pero no han podido (al final lo lograron), y a duras penas todavía se mantiene por obra y gracia del destino, sin que alguien la haya transformado en un loteo con fines de lucros personales.


Ese, “doblaba hacia la izquierda”, era para hacer unos pocos metros por una calle que nadie, pero absolutamente nadie en el pueblo, sabe por qué se llama como aún se llama. Nombre que colocó vaya a saber qué intendente, con el apoyo de la mayoría del Consejo Deliberante, y lo que menos deben haber hecho es deliberar sobre el nombre en cuestión, sin preguntarse, y muchos sin saber, de qué personaje se trataba (aunque muy conocido a nivel mundial).


¿Alguno de esos dirigentes políticos habrá cuestionado el por qué le ponían ese nombre?, o se habrá preguntado ¿qué había hecho para el pueblo este hombre para que su nombre quedara estampado en cada cartel de las nueve esquinas que tiene esta calle?


¡Porque miren que hay nombres para ponerle a una calle, eh! y no solamente de personas (digo hombres, porque en este pueblo las mujeres no son dignas para denominar una calle, pareciera), hay nombres de ríos, pájaros, árboles, países, deportistas, músicos, colores, artistas, etc. etc.


Pero no, ni fueron tenidos en cuenta en aquella oportunidad, (y pareciera que por estos tiempos tampoco) y le pusieron el nombre con la que sigue ahí, paralela al ecuador, levantando polvo como en el lejano oeste, atrapada de un lado por la Av. Rafael Núñez (una de las más largas del pueblo) y en el otro extremo, al este, por la calle Concejal Isidro Antonio Bovo (una de la más cortas del pueblo). Al menos estos dos nombres justifican largamente su presencia en los letreros azules que se encuentran en los ángulos de cada arteria.


El primero, Rafael Núñez (Cruz del Eje, 14 de noviembre de 1875 -Córdoba, 17 de octubre de 1924) fue argentino, antes que nada, abogado, diputado, senador, ministro de hacienda, gobernador de nuestra provincia, profesor de derecho en la UNC. Entonces hizo suficientes méritos como para ser tenido en cuenta a la hora de colocar su apellido en el cartel.


El otro prójimo, sin ser un personaje reconocido en el país, ni siquiera en la provincia, sí hizo los suficientes merecimientos (más que el anterior, ¡y ni que hablar del personaje en cuestión!) por y para el pueblo, para que sea reconocido en cada esquina de la calle. Me refiero a Isidro Antonio Bovo, también muy argentino, (Villa del Rosario 23/5/1918 – Tránsito 1/6/1975), Concejal Municipal, fundador de la Cooperativa de Tamberos, integrantes de cooperadoras de entidades educativas, policiales y de servicios públicos, Juez de Paz. Siempre al servicio de la comunidad.


Entonces este último sí hizo algo por el pueblo, se lo merecía, como tantos otros que están esperando se haga justicia.


No solo el hecho de ser argentino los habilita para ser considerado al momento de colocar el nombre de una calle, porque también hay una que se llama Julio A. Roca (casi un Hitler argentino), y estaría bueno en ponerse a pensar en remover ese nombre. Este tucumano, más allá del doblete presidencial nacional, provocó aberrantes genocidios contra nuestros aborígenes que nunca se podrán justificar, por el motivo de complacer a sus amigos terratenientes para quedarse con sus tierras, y otras cuestiones de racismo.


También se han designado nombres de calles “homenajeando” a funcionarios e intendentes, que obedecían órdenes de sus superiores en la más nefasta época de la historia argentina, la dictadura de los años 70/80.


Y otro, sin ser argentino de nacimiento, tiene largamente ganado en que podamos circular por alguna calle que lleve su nombre. Me refiero al irlandés Almirante Guillermo Brown (nacido como William Brown, Foxford, Condado de Mayo, Reino de Irlanda, 22/6/ 1777Buenos Aires, Argentina, 3/3/1857).


Fue el primer almirante irlandés nacionalizado argentino de la fuerza naval de la Argentina, tanto en la cronología como en el prestigio, que consagró su vida al servicio de su patria de adopción por lo que es considerado el Padre de la Armada Argentina. Entonces sí, en este caso, no importa mucho el lugar de nacimiento cuando se entrega a tu misma patria, y de la manera que lo hizo.


Pero volviendo a la calle, o mejor dicho a su nombre, ya que esa extensión de tierra ninguna culpa tenía para haber sido castigada con el nombre que fue sido bautizada, pero que lamentablemente en el pueblo nadie la conocía por su nombre, sino por estar al lado de la cancha del Club Obrero y al frente de la plaza desaparecida.


Era una ignota calle con nombre ¡anglosajón!, encima, pobre. Un apellido de origen irlandés, y reconocido americano del norte en medio de este pueblito situado en la mismísima región pampeana, donde se domina el cordobés básico como único idioma.


Ponerle este nombre a la calle fue como una invasión, de la misma manera que estaba acostumbrado su país, y en su mandato como presidente no podía ser de otra manera, como en la conocida Bahía de los Cochinos (Playa Girón), o el “apoyo” a Vietnam en su guerra. O tal vez se ganó la consideración del intendente y sus concejales, pensando que alguna vez diría “soy un transiteño mas”, como alguna vez lo dijo comprando a la mitad de Alemania en su discurso sobre el muro de Berlín, donde se autoproclamo como un alemán más con la recordada frase de “soy un berlinés”.


Tal vez esos fueron los méritos que se tuvieron en cuenta para que su nombre quede perpetuado en la calle al lado de mi primera cancha de once.

John Fitzgerald Kennedy, reza el cartel azul.

Kennedy (Brookline, Massachusetts, 29/5/1917-Dallas, Texas, 22/11/1963) fue el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Y punto. Hijo de un irlandés. Y punto. Ajusticiado por Lee Harvey Oswald. Lamentablemente. Católico y demócrata, padre de cuatro hijos. Y punto.


Sinceramente, ¿que hizo este señor por Tránsito?, respetado por todos los estadounidenses, como para que coloquen su nombre a una calle. ¡Y justamente la calle lateral de la mítica cancha! La cancha del único pino y el camino, marcado por las bicicletas, como la puerta al barrio San Vicente.


Porque, humildemente pienso, que buscando y buscando, pudo, y puede haber alguna persona que se merezca ser colocado en la inmortalidad de un cartel. Recuerdo a ex intendentes, algunas maestras rurales, y de las otras. Personas que han trabajado por la comunidad. O también nombres de los que donaron tantos terrenos para que se construyeran escuelas, entidades financieras, etc.


Y ni que hablar de aquel que sí hizo algo, y no solo me refiero por pueblo o a la provincia. No, me estoy refiriendo a la participación en un hecho nacional, primero, e internacional luego, como haber intervenido, y sobrevivido, en el último acontecimiento bélico que tuvo Argentina cuando intentó que las Islas Malvinas sigan siendo reconocidas como nuestras.


Sí, acertaste, me estoy refiriendo a Héctor Domingo Miani, ex combatiente de la Guerra en Malvinas, entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña. El único en Tránsito que la puede contar desde adentro.


Quién más que Miani, en Tránsito, hizo más por nuestra Patria, defendiendo nuestro verdadero Nacionalismo. Quién más que él, vuelvo a preguntarme, y se los pregunto a Uds. autoridades de turno, se merece estar en el cartel azul de una calle. Lo enviaron con dieciocho años a dejar su vida, y se trajo una historia para el resto de su vida.


Que buen gesto sería que se cambie aquel cartel donde se lee “John Fitzgerald Kennedy”, y se coloque el nombre “Héctor Miani, Soldado de la Patria Argentina”.

Sería una forma también de defender el Nacionalismo.


Reivindicarían así aquel error cometido en el nombramiento de un extranjero, que nada hizo y nos dio (desconozco si lo hizo, y pido disculpas por mi ignorancia y profanación si estoy equivocado), por este verdadero Héroe de Malvinas. Qué bueno sería que este homenaje se lo hicieran en vida, como lo ampara la ley 2439 del 4 de julio de 1950, posteriormente modificada por la ley No. 49 del 8 de noviembre de 1966, vigente aún. (Cuando se vaya a asignar el nombre de una persona viva o que tenga menos de 10 años de haber fallecido, a edificios, obras, vías, calles, carreteras, cosas o servicios públicos dependientes del Estado, de los municipios u otros organismos autónomos del Estado, se requerirá una ley/decreto para la asignación del nombre. Del mismo modo se hará por ley/decreto la designación de los parajes de los municipios)


Un simple decreto (con los tantos que se ordenan) para hacer justicia con la historia viva de Tránsito, y dejar en el olvido al nombre de una calle que nadie la recuerda por el nombre de un yankee perdido en este pueblo.


Pero sí recordada por los que íbamos a patear a la cancha del Club Obrero esperando sentados en la borrada plaza San Martín.

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